TRES

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Hannah sabía perfectamente que el día que despertó pensando en Max como algo más que su mejor amigo, fue luego de esa fiesta de la universidad donde él se emborrachó tanto que se había deshecho de la ropa mientras bailaba frente a todos los presentes en movimientos sensuales.

El Max sobrio jamás en su vida habría hecho algo como aquello, pero el Max ebrio que llevaba encima más de diez cervezas, dos caballitos de tequila y un coctel de múltiples destilados, lo hizo. Y Hannah agradeció estar en un estado decente, para llevarlo a su habitación, para cuidar de él y para recordar cómo, en la fiesta, él lentamente se había desecho de la camisa de botones, mientras contoneaba las caderas al frente y atrás, en movimientos sugestivamente sexuales.

Por supuesto, jamás menciono nada sobre cómo se sentía, pero sí que solía hacer bromas al respecto, mismas que su mejor amigo se tomaba con humor y gracia. Por ello le fue comprensible que al poner su idea frente a él, su primera reacción fuese el humor y la gracia, pero cuando eso mutó a una seriedad inamovible, repleta de negaciones y explicaciones detalladas sobre todos los fallos de su propuesta, Hannah sintió que esta vez había ido demasiado lejos.

No pensó en que fuese algo inapropiado cuando su psiquiatra lo sugirió. Claro que Pamela no lo había sugerido a él en particular, pero sí que había sugerido a alguien de confianza. ¿Y en quien confiaría ella más que en su mejor amigo?

Además, Max no era solo su mejor amigo, era el chico atento, caballeroso, inteligente y considerado que la había cuidado toda la vida. Y eso sin contar que era guapo.

La mañana de aquel sábado, mientras se arreglaba para ir a buscarlo, pues todos los sábados iban juntos al gimnasio, se descubrió analizando todos los detalles que lo volvían un hombre atractivo y sintió calor cuando pensó en cuanto le gustaba su espalda ancha, su cintura estrecha y su redondo trasero.

Se dirigió en su auto hasta su edificio y por primera vez en su vida, se sintió nerviosa de verlo. Pensar en subir a su apartamento y pararse frente a él luego de haberle sugerido que tuvieran sexo, le pareció un atrevimiento.

¿Pero cómo podía ser aquello un atrevimiento?

Max era su mejor amigo y ella podía subir a buscarlo sin que aquello pareciera nada más que lo que realmente era, además, habían mantenido aquella tradición por más de un año y medio, luego de que el ejercicio también se convirtiera en parte crucial de su tratamiento contra la ansiedad y la depresión.

Cuando él abrió la puerta, con sus shorts deportivos, su camisa de licra ajustada y el cabello sin peinar, no pudo ver al chico que veía desde que tomaron la decisión de ir juntos al gimnasio en sábados. No pudo verlo porque de pronto sus labios le parecieron un caramelo que quería probar y quiso pasar sus manos por sus hombros, por su abdomen y por sus caderas.

Calló al pensamiento salvaje que le decía que se abalanzara sobre él y le sonrió, con el corazón latiéndole desbocado, dándose cuenta que de eso hablaba Max, de perder los límites de su amistad y no verse con los mismos ojos.

Max, quien siempre le había provocado pensamientos de risa, de cariño e incluso de desagrado, ahora estaba siendo el protagonista de pensamientos lujuriosos.

Su mejor amigo la observó y cuando su vista se detuvo por más de un segundo en sus pechos, se preguntó si por su cabeza las cosas también habían cambiado.

—¿Nos vamos? — lo animó.

Él tomó las llaves de donde las tenía colgadas, recogió su botella con agua y puso su celular en la funda deportiva que llevaba en el brazo.

Hannah no había entrado al apartamento y se sintió agradecida de que él hubiera estado listo, pues no habría podido soportar tener que estar en aquel lugar cerrado, lleno de privacidad, que terminaría por sugerirle que se atreviera, que se lanzara a insistir.

El sexo no estaba en el contrato | 1/3 | Angie JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora