Era martes por la mañana cuando todos se reunieron para desayunar, habían ido a un restaurante hawaiano que servía platos deliciosos y tropicales. Pidieron una de esas mesas que en lugar de tener sillas tenían bancos y se sentaron de la misma forma que lo hacía siempre: Rose al costado de Hannah en un lado y Dylan y Max juntos al frente de ellas.
Pidieron su orden de desayunos, así como sus bebidas y comenzaron a conversar sobre el tema que encabezaba la lista de prioridades aquella mañana.
Rose había terminado con su novio.
—Yo simplemente ya no podía con su actitud, ¿saben? Era una pila de cosas que me molestaban de él que no paraba de crecer — explicó Rose.
—Siempre te dije que tú y Conrad eran cero compatibles — reconoció Dylan, casi diciendo "te lo dije" pero sin llegar a usar esas palabras.
—Y debí escucharte, también a Hannah — asintió en voz alta, parecía derrotada —. Pero creo que nadie experimenta en cabeza ajena.
—¿Y cuál fue la gota que colmó el vaso? — terció Max, realmente interesado.
—Si lo piensas con atención, lo que provocó la última pelea fue realmente una nimiedad, una estupidez. Pero abrió el paso para dejar salir todo lo demás — les contó Rose entre meditabunda y frustrada —. ¡Dejó el lavabo lleno de su barba! ¡Se rasuró y no fue capaz de limpiar!
Rose había sido, desde siempre, una chica extremadamente sensible al desorden y la suciedad. Jamás le habían gustado los malos olores, las cosas percudidas o el polvo. Siempre buscaba los mínimos detalles y a cada lugar que iba, se aseguraba de que todo estuviera perfectamente desinfectado. Odiaba la mugre, repelía hasta las arrugas y dios no quisiera que en algún restaurante le apareciera al menos una pestaña.
Por ello, cuando había empezado a salir con Conrad, sus amigos supieron de inmediato que eventualmente las cosas no funcionarían. No porque él fuese un mal sujeto, sino porque a leguas se podía notar que carecía de la limpieza y organización que tanto caracterizaban a la pelirroja.
Hannah, que había estado inmersa en sus propios pensamientos, se rio.
—Siempre son los detalles estúpidos los que traen a colación todo lo demás — se alzó de hombros y Max la miró, preguntándose si así podía ser con ellos.
No, se dijo, con ellos los detalles estúpidos y las cosas serias ya estaban evidenciadas.
Su comida llegó y comenzaron a engullirlo todo en silencio, porque los cuatro disfrutaban de eso, de comer con sus bocas cerradas y sin conversar en el intermedio, pues para la plática siempre estaba el tiempo previo y el posterior, que siempre era muchísimo, porque solían tomarse hasta seis rondas de bebidas junto con dos rondas de postre.
Mientras luchaba con terminar su comida, Max le dio a Hannah una mirada de soslayo y ella le sonrió, él le devolvió el gesto y aunque sus amigos habían notado la escena, conocían la situación y morían por sacar el tema a colación, no dijeron nada.
Hannah sacó su pie derecho de su sandalia, lo estiró en diagonal y cuando calculó que se trataba de la pierna de Max, le hizo un ligero cariño a lo largo de ésta. Le dio otra mirada y él nuevamente le sonrió, pero no lucía sorprendido ni descolocado.
Dylan se aclaró la garganta.
—Un poco más hacia mi izquierda y le habrías atinado — comentó y luego le dio un sorbo a su frappé de menta.
—¿Qué? — inquirió Max confundido.
La castaña sintió que la respiración se le iba y quiso ser un avestruz para meter la cabeza en un agujero hasta que todos se hubieran marchado, sintió calor en las mejillas y cuando supo que ni siquiera frente a sus mejores amigos podría soportar aquella humillación, se puso de pie y se dirigió al sanitario.
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El sexo no estaba en el contrato | 1/3 | Angie Jack
RomanceCuando Hannah Miller le propuso a su mejor amigo Max Bell la idea de tener sexo, creía tener la logística de aquella propuesta perfectamente resuelta. Sin embargo, ninguno de los dos tenía en mente que aquello agregaría a su dinámica de amigos algo...