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Distancia

-¡Calvo!- Gritaba entre risas un rubio.
-eh, ¿¡Por qué me dices calvo!?- el calvo le respondía.
-Eh, no, no, se me ha escapado. No quería decirte eso.

Obviamente no se le había escapado, pero no pensó que las personas se acumularian, cosa que al rubio le ponía nervioso.
A esa gente le gustaba las peleas, querían ver una.

-¡Gustabo!

El grito de aquella voz tan conocida, le cayó como picha* al culo. Perfectamente en el momento justo había aparecido su salvador y excusa. Salió de ahí, pues su casi hermano le hablaba.

-¡Horacio!, Que me querían golpear. -El rubio invento pues ya sabía del genio que tenía el de la cresta, justo también llegó el otro chico el gallego, ya que escucho que al su amigo lo querían golpear y ellos eran quienes lo protegería de todo y todos.

-¿¡Quién a sido!?, Que me cago en Dios.
El gallego se comenzó a enojar.
-¡Que lo reviento!
Ahora el de la cresta gritaba.
-No se pongan nerviosos chicos, todo está bien, ya estoy con ustedes.
Gustabo estaba entrando en pánico, pues la gente que pasaba los miraba,
Susurraba, dando a entender que era sobre ellos.
Sus amigos también querían pelear, pero no lo harían por él.

(...)

-¡Gustabo!
El nombrado reaccionó, estaba con Segismundo y Horacio dirigiéndose al hospital, sabía a lo que iba, el corazón se le salía del pecho, una de sus piernas temblaba y se estaba enterrando las uñas en sus palmas, pues sus manos estaban hechas puños.

-Gustabo, ¿estás aquí?...
El gallego volvió a soltar, pues Horacio manejaba, morirían si el más bajo no contestaba.
-Si, chicos tranquilos, solo fue un momento...
Su voz fue entrecortada, el aire le faltaba en los pulmones, pero debía engañar a sus compañeros puesto que no quería volver al maldito hospital de los cojones.
Lo odiaba, lo odiaba a muerte, cada vez que entraba sentía que vomitaría, los recuerdos que tenía en uno no eran para nada buenos.

-¿Estás seguro? -Horacio hablo serio, no era de las personas serias pero lo hacía por Gustabo, él era diferente.
-Claro, cara nabo, estoy bien. Ya estoy mejor.
Y si que lo estaba, aún estaba nervioso pero ya podía respirar tranquilamente.

Se detuvieron en la playa, ahí siempre iban para divertirse un poco.

Horacio sabía que Gustabo no podía estar cerca de tanta gente, se ajetreaba. También sabía que no le gustaba los hospitales, así que si el decía que estaba bien, no lo obligaría a ir, a menos de que el menor no le contestara o pusiera su vida en riesgo.

-¡Horacio!, ¡Segis!, Vengan, miren.
Gustabo les gritaba, y les mostraba una caracola, habían visto muchas, pero una como esa no.
Su color rojo, con matices azules, la dejaba ver muy bonita.
-¡Oleeeeee! Gustabo.

Le felicitaban, los dos se sentían bien al ver a Gustabo reír, una y otra vez, jugar con la arena, como si un niño chico se tratase.

(...)

-¡Horacio! Coño, rápido muévete.
Gustabo tenía un buen rato intentando despertar a su amigo de cresta.
-Gustabo, ¡Horacio! Me cago en Dios. ¿Está muerto?

Gustabo volteo a verlo, que mierdas decía, tembló ante aquel pensamiento, ¿Horacio muerto? No, no puede.

-¡Horacio, tío deja de jugar y despierta!

El rubio comenzó a llorar, pues no despertaba si amigo.
Segismundo lo abrazo, arrepintiendose de lo que había dicho, pues el decir que estaba muerto le había metido nerviosismo a Gustabo y para el contrario no era bueno.

Te necesito aquí. [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora