Más que sorprenderse, Sir Henry se alegró de ver a Sherlock Holmes, porque esperaba, desde varios días atrás, que los recientes acontecimientos lo trajeran de Londres. Alzó sin embargo las cejas cuando descubrió que mi amigo llegaba sin equipaje y no hacía el menor esfuerzo por explicar su falta. Entre el baronet y yo muy pronto proporcionamos a Holmes lo que necesitaba y luego, durante nuestro tardío tentempié, explicamos al baronet todo aquello que parecía deseable que supiera. Pero antes me correspondió la desagradable tarea de comunicar a Barrymore y a su esposa la noticia de la muerte de Selden. Para el mayordomo quizá fuera un verdadero alivio, pero su mujer lloró amargamente, cubriéndose el rostro con el delantal. Para el resto del mundo Selden era el símbolo de la violencia, mitad animal, mitad demonio; pero para su hermana mayor seguía siendo el niñito caprichoso de su adolescencia, el pequeño que se aferraba a su mano. Muy perverso ha de ser sin duda el hombre que no tenga una mujer que llore su muerte.
—No he hecho otra cosa que sentirme abatido desde que Watson se marchó por la mañana —dijo el baronet—. Imagino que se me debe reconocer el mérito, porque he cumplido mi promesa. Si no hubiera jurado que no saldría solo, podría haber pasado una velada más entretenida, porque Stapleton me envió un recado para que fuese a visitarlo.
—No tengo la menor duda de que habría pasado una velada más animada —dijo Holmes con sequedad—. Por cierto, no sé si se da cuenta de que durante algún tiempo hemos lamentado su muerte, convencidos de que tenía el cuello roto.
Sir Henry abrió mucho los ojos.
—¿Cómo es eso?
—Ese pobre infeliz llevaba puesta su ropa desechada. Temo que el criado que se la dio tenga dificultades con la policía.
—No es probable. Esas prendas carecían de marcas, si no recuerdo mal.
—Es una suerte para él..., de hecho es una suerte para todos ustedes, ya que todos han transgredido la ley. Me pregunto si, en mi calidad de detective concienzudo, no me correspondería arrestar a todos los habitantes de la casa. Los informes de Watson son unos documentos sumamente comprometedores.
—Pero, dígame, ¿cómo va el caso? —preguntó el baronet—. ¿Ha encontrado usted algún cabo que permita desenredar este embrollo? Creo que ni Watson ni yo sabemos ahora mucho más de lo que sabíamos al llegar de Londres.
—Me parece que dentro de poco estaré en condiciones de aclararle en gran medida la situación. Ha sido un asunto extraordinariamente difícil y complicado. Quedan varios puntos sobre los que aún necesitamos nuevas luces, pero llevaremos el caso a buen término de todos modos.
—Como sin duda Watson le habrá contado ya, hemos tenido una extraña experiencia. Oímos al sabueso en el páramo, por lo que estoy dispuesto a jurar que no todo es superstición vacía. Tuve alguna relación con perros cuando viví en el Oeste americano y reconozco sus voces cuando las oigo. Si es usted capaz de poner a ése un bozal y de atarlo con una cadena, estaré dispuesto a afirmar que es el mejor detective de todos los tiempos.
—No abrigo la menor duda de que le pondré el bozal y la cadena si usted me ayuda.
—Haré todo lo que me diga.
—De acuerdo, pero le voy a pedir además que me obedezca a ciegas, sin preguntar las razones.
—Como usted quiera.
—Si lo hace, creo que son muchas las probabilidades de que resolvamos muy pronto nuestro pequeño problema. No tengo la menor duda...
Holmes se interrumpió de pronto y miró fijamente al aire por encima de mi cabeza. La luz de la lámpara le daba en la cara y estaba tan embebido y tan inmóvil que su rostro podría haber sido el de una estatua clásica, una personificación de la vigilancia y de la expectación.
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El sabueso de los Baskerville
Misterio / SuspensoHolmes y Watson son llamados a investigar los extraños crímenes aparentemente relacionados con la antigua maldición que pesa sobre la familia Baskerville. El "asesino" parecer ser un "animal enorme y negro con forma de perro, aunque mayor que ningún...