IV

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Habían pasado días desde el incidente de Auron. Tortuosos días dónde la gente o se reía del accidente o le daba sus condolencias como si estuviera muerto de verdad. La mayor parte del tiempo eran ambas, aunque el orden variaba. En verdad, ya estaba aprendiendo a vivir con la desgracia en su culo después de tener a Lolito de amigo por varios años, pero es que se estaba volviendo un poco loco. Pero no por los desgraciados de sus amigos, oh no.

Porque Auron no podía dejar de pensar en el salvavidas que le había rescatado.

No sabía si era solo por el delirio de la muerte aferrándose a sus talones, pero en ese momento ese sujeto había sido casi tan perfecto como él. Casi. Cómo un Superman acuático. Tal vez solo lo quería por que le había salvado la vida y ahora lo idolatraba, pero el caso es que no dejaba de pensar en él.

¿Viendo un vídeo sobre pizzas? ¡BAM!, pensaba que tan agradable sería invitarlo a comer

¿Viendo una piscina? ¡BAM!, se preguntaba si ahora estaría trabajando o qué estaría haciendo con su vida.

¿Viendo una película? ¡BAM!, seguro sería agradable invitarlo al cine, ¿no?

¿Y un anuncio sobre carros? ¡BAM! Auron estaba seguro de que no le molestaría ensuciar un poco su asiento trasero.

―Ugh, no te pongas guarro, gilipollas. ―Auron murmuró por lo bajo, ignorando a la gente que lo veía gracioso en los pasillos. Pero era su descanso, y aunque no fuera una buena imagen para un psicólogo, por el momento los demás le valían una pequeña e insignificante verga. Así tan mal estaba.

Además, solo había salido de su consultorio para calentar sus macarrones. Con extra-queso y tomatico, para levantar el ánimo.

Una vez regresó a pudrirse en su escritorio, volvió a suspirar. Empujó los papeles a un lado sin cuidado y se dedicó a buscar un vídeo en su celular para entretenerse mientras comía sus macarrones. Pero no podía concentrarse totalmente en su comida, ni en el vídeo, ni en su zumito de manzana. Lo cuál era una jodida pena.

Tenía que actuar.

Tenía que decidirse y actuar de una puta vez.

No podía ser miserable el resto de su vida, ¿verdad? Aunque la razón de su miseria no le causaba tanto enojo, sí le molestaba un poco andar así de extraño todo el tiempo. Cómo les decía a muchos de sus pacientes, era momento de actuar.

Por lo que esperó hasta salir de su trabajo y regresó a prisas a su casa, aventando el maletín en una esquina y su ropa por la cama, cambiándose a algo más casual. Arrojó una toalla decente, una botella de agua y unas galletas a su mochila y partió hacia la playa.

Ahora, lo difícil era encontrar a su ángel. Porque ni siquiera tenía su nombre-

¡Ni siquiera sabía su nombre!

Auron paró en seco. ¡Era un gilipollas! ¿Cómo iba a encontrar a alguien si ni siquiera sabía su nombre? ¿Y si se había hecho calvo? ¿Y si se había cubierto el cuerpo de tatuajes y ahora era irreconocible?

¿Y si se había enfermado y no había ido al trabajo hoy?

―Vamos, no seas pesimista. Ni imbécil. ―Susurró por lo bajo, dándose ánimos a si mismo ya que nadie más estaba ahí con él para hacerlo. Retomó su camino hasta la parte de la playa dónde él y Lolito habían estado la última vez. ―Seguro él está ahí y podrás preguntarle su nombre y su número y él dirá que sí, ¿quién no le diría que sí a esto? Solo un enfermo, solo un enfermo.

Pero, aunque Auron se diera ánimos, era innegable la sensación de nervios que se asentaba con seguridad en su estómago. Podía pretender que no estaba que se moría poco a poco, otra vez, pero no podía mentirse eternamente.

Aunque eso sí, podía morir intentándolo.

Con Jesucristo como testigo.

― ¡Buenas tardes! ―Una vez entró a la pequeña cabaña lo saludó un tipo que se veía gigante. Tal vez no más alto que él por mucho, pero por su manera de pararse y enseñar sus músculos parecía una imitación de La Roca con cabello. Mucho. Hacia arriba.

Si Auron no tuviera un corte parecido diría que de mango chupado.

―Muy buenas. ―Asintió, dejando que la puertita se cerrara tras de él. Ese chico definitivamente no era su salvavidas, pero no podía sentirse derrotado todavía. Además, Lolito le había perdido el flotador que tenía y aunque un poco tosca, parecía una tiendita agradable y nunca estaba de más ver los productos que vendían. Así ya tenía la excusa que había olvidado preparar con antelación.

Se acercó a los goggles con aire desinteresado y después de aproximadamente 4 segundos, sintió la mirada del chico penetrarle la nuca. No es que Auron no estuviera acostumbrado a que le hicieran uno que otro mal de ojo, venía con la profesión, pero era una sensación diferente. Muy intensa como para tener cabida en una tiendita de artículos acuáticos para niños de 13 años en adelante. Lo peor es que no cedía, incluso después de pasar de los goggles al bloqueador solar Auron sentía la mirada quemarle la nuca.

¿Qué este chico pensaba que iba a robarle o qué cojones? No es que pensara que esa era una grata experiencia, a lo mejor había pasado antes, ¿pero a quién se le ocurría robar a una tienda en la playa? Huir de ahí debía ser más difícil que escapar de un oso en el bosque.

―También tenemos oferta en clases de surf y natación. ―Habló de repente, haciéndolo saltar un poco en su lugar. Ojalá no se haya dado cuenta. ―Si te inscribes de aquí al primero de Julio tu primera clase es gratis y el mes lo tienes a mitad de precio.

La verdad es que a Auron no le llamaba mucho la atención meterse al océano en un buen rato después de semejante catástrofe. Así que alzó una mano para apaciguar al chaval, que más bien le parecía que le hablaba para evitar que Auron le sacase la pistola más que otra cosa.

―Me lo voy a pensar. ―Sonrió de manera incómoda, y dando por fallido su intento de encontrar a su Ángel, tomó el primer objeto del estante que alcanzó su mano y lo colocó sin gracia en el mostrador. ―Eso sería todo, gracias.

El chico alzó la ceja, pero procedió a marcar el producto sin palabra alguna.

―Que tenga un buen día.

―Gracias, igualmente.

No le dio bolsa, por cualquier esquema ecológico que llevaban o tal vez porque el chico le llevaba mala ostia. Esperaba a que fuera la primera. Sin embargo, no fue hasta caminar unos buenos diez pasos que se dio cuenta que había comprado unos goggles rosas mexicano.

Excelente.


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