El ruiseñor de Valledupar: tu hermosa silueta

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Al llegar, vi como tu hermosa silueta atravesaba el umbral de la puerta.

«Puedes cerrarla», me dijiste.

Lo hice y, al verte nuevamente, estabas de espaldas con la cremallera del vestido color palo de rosa abierta. Con malicia, te aseguraste de que lo notara y diste la vuelta hacia mí. Tu vestido ya no ceñía tus senos como antes, mi pene abultado parecía intentar romper mis vaqueros ajustados, me acerqué lentamente a ti y te besé en el cuello.

Tú suspiraste de placer.

«Bájame el tirante del vestido», me susurraste en el oído.

Yo me puse de pie detrás de ti, abrí mi camisa dejando que mi pecho desnudo rozara tu espalda y solo entonces te bajé los tirantes: el izquierdo primero y el derecho después, mientras seguía besándote el cuello. Tú te moviste lo suficiente para que el vestido bajara al suelo dejando al descubierto una maravillosa espalda cubierta por tan solo el gancho de un sujetador de encaje color carne y un maravilloso trasero, grande y firme, cubierto por una tanguita casi invisible. Resistí a la tentación de agarrarte con fuerza, puse tu hermoso pelo negro y lacio en tu hombro derecho y comencé a besarte suavemente la nuca con mis labios carnosos y ávidos de placer.

Eran besos impalpables, ligeros, suaves.


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El amante italiano, relatos eróticos para mujeres enamoradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora