Paraguas
Caminé por la ciudad entristecida, gris, de faroles chamuscados y edificios descompuestos, evitando los trechos de la suave llovizna con el paraguas de Olivia; veía pasar a las personas, nauseabundas sombras en el oscuro espacio, mientras yo, distante, vagaba de un lado a otro sin entender qué se supone que debía hacer conmigo mismo ahora que ella se había ido.
Aunque me había dispuesto a buscarla, en ese momento no lo entendía: ¿dónde más podría estar?
Me dije que, viciosa al trabajo como alguna vez fue, debía andar en su oficina revolviendo archivos, papeles, carpetas y registros en busca de algo que no se le había perdido, pero que de todas formas se empeñaría a encontrar; como todos en la muerte, el único bucle infinito que nos atrapa de forma perpetua, lo que espera y gana en la oscuridad. Entonces, con la idea en la mente de que Olivia podría estar burlándose de mi torpe investigación a un metro de distancia, chapoteé sobre la acera empapada en dirección a su antiguo empleo.
Fruto de su obsesión, oficio de su completo amor, horas dedicadas a ello, momentos en los que me dijo «hablamos después, estoy trabajando» y me dejó plantado sin sentir un mínimo de culpa, ya que primero ella y después yo. ¿Cómo no enamorarse de alguien tan fuerte en espíritu? Habría preferido pasar su muerte escudriñando las espaldas de cualquiera que fuese su reemplazo en el escritorio, dándole jalones de oreja con cada falta o equivocación, a pasar aunque fuera un mínimo segundo más a mi lado, en el apartamento, compartiendo un último aliento rodeados de las cosas que cosechamos sólo por obra y gracia del amor.
Caminé con las botas empapadas de lluvia hacia la plaza. En alguno de esos edificios destartalados sería capaz de estar. La llovizna craqueaba contra el suelo; un tintineo en los techos de lata y en el suelo, en su paraguas y en mi chaleco. Olía fuertemente a tierra mojada; un tufo que solía resultarme insoportable, pero que Olivia amaba con el fondo de sus pulmones, por lo que en ese momento no fue otra cosa que una hermosa compañía. Suspiré, sintiéndolo. Continué mi camino hasta que una imagen me hizo detenerme en seco.
Una fantasma viraba las kilométricas hebras de su cabello para hacerlo bailar bajo la lluvia con los movimientos de sus pasos taciturnos. La observé, un poco perdido por la inquieta aura que cargaba, y decidí que acercarme a ella era la decisión más inteligente. Tenía esa pesadez en los pasos que decía que llevaba más tiempo muerta que viva; un sufrimiento largo, constante. Quizá le preguntaría acerca de la presunta fantasma coja que había muerto hacía poco, quizá sabría algo y quizá me ayudaría a encontrarla.
Apresuré mi paso hasta llegar a su lado, ganándome una aburrida mirada de su parte. Me analizó con los ojos verdes vacíos y bufó.
─Déjame tranquila, ¿qué es lo que quieres?
La detuve. Agarré sus fantasmales brazos y la paré frente a mí, sujeta contra mi brazo. Ella me miraba impactada, como si acabara de hacer algo horroroso, una gran falta de respeto. Cuando la solté con una disculpa atrapada en los labios, se exprimió el cabello empapado y mordió sus labios en mi dirección. Entonces coloqué el paraguas sobre su cabeza también y los dos estuvimos atrapados bajo su arropo, un pequeño espacio íntimo que nos separaba del resto al igual que una cortina de seda.
─¿Estás buscando a Olivia, la mujer que nos puso en este suplicio de vida y muerte?
Fruncí el ceño, grave. Los chorros de agua se deslizaban alrededor de nosotros a través del paraguas. Su pálida piel tenía adheridas gotas transparentes por todas partes; parecía una muñeca de porcelana a la que se mojó sin intención, demacrada y rota por dentro.
─¿La has visto?
La fantasma pareció divagar en su mente un instante. Me miró, vacía. No había mucho que contemplar tras sus ojos muertos.
─Regálame este paraguas.
La enfrenté con los ojos brillosos, desesperado.
─¿Me dirías algo al respecto?
─Te diría todo lo que sé.
No lo pensé más de la cuenta. Supe que me desharía de un objeto de sumo valor emocional para Olivia, el paraguas que tantas veces nos había fusionado en un solo aliento; que había flotado por las aguas del río como un barco pirata extraviado hasta llegar a nuestras manos hacía tantos años atrás, arropándonos a nosotros y él arropándose en nosotros en su huida desesperada del arroyo. Lo solté en las manos de la fantasma con la misma delicadeza con la que lo habría regresado al agua en ese instante, sin palabras ni gestos que agregar.
La muerta lo sujetó, firme. Sus ojos tuvieron un parpadeo de resplandor.
─Atrás.
─¿Atrás?
─Atrás de ti ─Levantó un dedo sepulcral en dirección a mis espaldas─. Atrás.
Un escalofrío me recorrió la columna dorsal en cuestión de segundos. El frío asfixiante del pánico se instaló en mi pecho y, tembloroso, giré el cuerpo en dirección a donde la fantasma señalaba con total rigidez en su expresión.
Exhalé al percibir la presencia del agua de regreso en mi cabeza. La lluvia torrencial no tardó en impregnar toda mi anatomía desde el mechón más alto de mi cabello hasta la punta del dedo chico del pie. La manta sobre mí desapareció.
Al mirar atrás, la fantasma se había largado con el paraguas de Olivia.
Maldije. Maldije tan fuerte que di patadas al aire y regué el charco marrón del suelo en el interior de mis botas. Pensé en lo patético que había sido al considerar a un fantasma como un más, cuando en realidad son sólo restos que vagan para aprovecharse de los desamparados como lo era yo en ese momento. Lagrimeé, apenas reconocibles mis lágrimas entre la multitud de cosas que cargaba encima.
Sin embargo, miré atrás una vez más.
Y ahí estaba Olivia, cómoda bajo su paraguas.
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Jaula de aves negras
ParanormalPoe puede ver fantasmas. ¿O los fantasmas lo ven a él? Desde que Olivia murió, Poe la ha estado buscando en el mundo de los muertos. Sin embargo, ¿dónde está? ¿Y por qué no deja que la ayude a descansar? Olivia parece huir de él. Poe no descansará h...