Ave
En cierto momento volví a la acera. Me senté en el mismo banco donde la tragedia había ocurrido horas antes; ese instante en el que me percaté de que yo pertenecía a un mundo diferente, al mundo de los muertos.
El único rastro de lluvia era el cielo gris y encapotado, el agua marrón acumulada en las irregularidades de la calle. Suspiré, sintiendo el poco olor que todavía quedaba, una leve mota apenas notable, aroma que me recordaba a Olivia y al hecho de que me había convertido en otro de esos fantasmas que toda mi vida intenté eliminar, un ser que poco a poco se desvanecería en esencia y recuerdos hasta que quedaría un alma vacía que vagaría en la pena sin rumbo ni propósito.
Suspiré, aferrado a mí mismo sobre el asiento. Luego de reconocer mi nueva realidad, era mucho más fácil sopesar con el pensamiento a cada persona que pasaba por alto mi impalpable figura fantasmal, entender a las otras que me sentían y se asustaban o a algunas que me miraban con los ojos desorbitados confundiéndome con otra alucinación. Me pregunté si perdería los sentidos, si me entregaría al vacío como tantos casos que había conocido, ciegos, vagos y horrorosos; si Olivia me buscaría o si me cruzaría con un brujo piadoso que acabaría con mi suplicio; si la muerte era en verdad tan mala, o si sólo era parte del proceso natural donde debí acabar.
Sin embargo, mi futuro era incierto. Lo único seguro era que algún efecto debía tener el pasar de los días sobre mí, efectos de los que nadie más me podría advertir, efectos irreversibles y dolorosos. En ese instante asumí que no me quedaba otra que esperar lo que nunca vendría. El descanso.
Fijé la vista en el suelo durante un largo rato, hasta que una sombra se tamizó sobre mí y me obligó a salir de mi violenta meditación. Levanté la mirada, agotado, preguntándose si acaso los fantasmas dormían o qué. Lo que me encontré a pocos centímetros de mi cara fue capaz de arrancarme un estremecimiento de verdadera sorpresa, como si me hubieran electrocutado por la pena de muerte y mi cuerpo se sacudiera sin control.
Lágrimas en mis ojos. Lágrimas de odio y resentimiento.
─Olivia ─susurré─. ¿Qué sucede?
Olivia centró sus ojos en los míos por mero instinto. Algo me dijo que no podía verme todavía.
─¿Me escuchas? ─pregunté, mordiéndome los labios con furia para controlar mi tono─. ¿Mi voz?
Asintió despacio, no convencida.
─¿Por qué me trajiste de vuelta?
Olivia frunció el ceño con severidad. Sus mejillas se pusieron blancas y evitó regresar sus ojos a donde sabía que estaban ubicados los míos. Entonces noté que llevaba una libreta sostenida entre los frívolos dedos de su mano, la misma que utilizaba para anotar cada vez que se le ocurría una nueva idea para sus novelas o que divisaba acontecimientos trascendentales y los describía al pie de la letra en caso de resultar útiles después.
Me sentí contrariado, como si mi corazón fuera jalado hacia dos direcciones diferentes por una misma persona.
─¿Por qué trajiste la libreta? ─Hice una mueca de dolor; mis mejillas levantadas y rojas─. ¿Qué vas a escribir?
Olivia me dirigió una expresión cortante pidiendo que detuviera mis palabras, que le hacían daño, así que me callé como un estúpido perrito obediente. Se sentó a mi lado y empuñó un lápiz con la libreta abierta por completo sobre sus piernas; tragué grueso, no comprendiendo su extraño comportamiento, y me limité a observar cómo empezaba a escribir sobre la hoja con la espalda encorvada y la expresión de cabra agonizante.
Poe.
Muerte: 13 de agosto de 2015.
Causa: Lo asesiné.
Testimonio:
─¿Recuerdas algo, Poe? ─habló con la voz vacía─. ¿Recuerdas lo que sucedió?
─¿Me asesinaste? ─repetí, incrédulo, sin apartar la vista de lo escrito por Olivia.
Centré mis ojos en ella, asustado. El falso corazón me latía tan rápido que parecía haber corrido una maratón segundos antes, pero Olivia lucía tranquila.
─No directamente, Poe. Te maté despacio, ¿cierto? Esas aves eran peligrosas.
─¿Aves?
Olivia entrecerró los ojos en mi dirección.
─Criamos un par de aves negras juntos ─Había una gran indiferencia en su voz, como si no le importaran en lo absoluto sus propias palabras─, eran nuestras mascotas, buenas mascotas. Yo las alimentaba, las hice grandes y fuertes.
Nada de lo que decía me pareció coherente. Cerré los ojos, intentando procesar sus palabras, pero eran veneno. Mi ser se negaba a tragárselas.
─Parecían indefensas, y estaban seguras en su jaula ─continuó ella.
Empezaba a soltar lágrimas sin razón aparente. Corrían por mis mejillas de forma imparable, no entendiendo en lo absoluto lo que Olivia intentaba decirme.
─Un día, una salió. Voló por la casa, se hizo enorme e incontrolable. Entonces saltó sobre mí, pero tú me cubriste con tu cuerpo y ambos caímos al suelo. Me aplastaste por completo protegiéndome. El ave enterró su pico en tu estómago, una vez, precisa, suficiente para matar, y te lanzó a un lado. Cuando la tuve encima, el ave no me hizo absolutamente nada. Sólo se fue volando por la ventana, y su hermana estuvo en la jaula todo ese tiempo, sin salir, asustada. Cuando cerré la jaula, murió al mismo tiempo que tú.
La presión en el pecho me asfixiaba. Miré a Olivia, sin palabras, y noté que estaba vacía, muerta en vida.
─Hace unos días el ave volvió, y supe que volverías tú también.
Solté un gemido ahogado por el llanto.
─No es tu culpa, mi amor. Fueron las aves.
─¿No lo entiendes, Poe? ─replicó Olivia.
Apreté los dientes, incapaz de hablar del todo.
─¡No!
─Yo dejé la jaula abierta, porque sabía que te mataría. Porque nosotros éramos esas aves. Las entrené de tal forma de que fuera así; unidos en cuerpo y alma, iguales a nosotros. Ella sólo cumplió mis deseos más profundos al matarte.
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Jaula de aves negras
ParanormalPoe puede ver fantasmas. ¿O los fantasmas lo ven a él? Desde que Olivia murió, Poe la ha estado buscando en el mundo de los muertos. Sin embargo, ¿dónde está? ¿Y por qué no deja que la ayude a descansar? Olivia parece huir de él. Poe no descansará h...