La buscaste por todas partes, por cada rincón. En el comedor, en la piscina, en la playa, incluso en los baños. Así que llegaste a la conclusión que, tal vez, estaría en su habitación.
Estaba atardeciendo, te sentaste en una de las sillas que daban vista a la playa.
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En el horizonte pudiste divisar un cielo pintado de vivos colores rojizos, anaranjados y amarillos, que también se reflejaban en el agua y por una fina y delgada línea, eran separados el cielo del mar.
Sin duda alguna, era una vista impresionante, pero... te percataste de una cosa... ¿acaso, el sol no se escondía por el otro lado?
—Hasta que, por fin, te encuentro—dijo el recién llegado, detrás de ti, tocándote un hombro—tengo algo que decirte...
Te volteaste para ver de quién se trataba. ¡Oh..., por Dios!, ojos claros, rubio como el sol, sonrisa resplandeciente... ¡Sebastián!
El chico se acercó a ti, colocó suavemente su mano sobre tu rostro y acariciando delicadamente tus mejillas dijo, casi susurrando:
—Me gustas...
No podías creerlo..., ¿era un sueño? ¿una broma?
Él te seguía mirando dulcemente, esperando una respuesta tuya.
Los rayos del sol hacían que sus cabellos rubios resplandecieran, cual oro fuese. Sus ojos claros no te apartaban la mirada. Tomó delicadamente tu mano y se arrodilló ante ti.
—Se mi novia, por favor—con una voz pausada y suave, al mismo tiempo, con potencia.
Te quedaste paralizada... ¿escuchaste bien?
Nunca pensaste que este momento llegaría, nunca pensaste qué decir en este momento.
El silencio se hizo más largo... él estaba frente tuyo, parecía un príncipe salido de un cuento de fantasía, de esos que, solo existen en dibujos...
¿Por qué no sabías que decir? ¿por qué seguías callada? —es simple, sólo acéptalo... es lo que siempre quisiste ¿no? —pensaste.
Mas una parte de ti no quería hacerlo..., una parte de ti se resignaba a aceptarlo, una parte de ti, amaba a otra persona, pero... ¿a quién?
¿Por qué tu corazón dejo de latir por Sebastián? ¿por qué ya no sientes mariposas cuando lo miras?, era simple...tú corazón no le pertenecía, tu destino, tal vez, no era él.
