Capítulo I.

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Supongo que nunca he sido demasiado sociable. De esas chicas que se maquillan para llamar la atención del sexo opuesto, o hablan de lo mucho que les gusta la ropa o de la suerte que tienen de tener un padre tan sumamente rico que les compran todo lo que quieren. Yo soy más de leer libros, sentarme al final de la clase y pasar la mayor parte de mi tiempo sola o con mi gato. Pero esta es mi oportunidad de cambiar. O al menos, eso me lleva repitiendo mi padre desde hace dos semanas.

Nos mudamos a Londres por su maldito trabajo. No es que tenga una larga lista de amigos a los que despedir o a los que echar de menos, pero Madrid es mi ciudad. Mi sitio. Y no me apetece empezar de cero.

-Vamos Lilian, Londres no es tan malo - comenta mi padre, mientras subimos al avión. - Puedes hacer nuevos amigos.

-En realidad, lo que quieres decir es: Lilian, esta es tu oportunidad para hacer amigos, ya que nunca has tenido ninguno. Y ah por cierto, no es tan malo porque te obligue a estudiar inglés por si algún día pasaba algo como esto.

-No seas así, sabes que no quería decir eso - dice, y me da un rápido abrazo antes de sentarnos en los asientos del avión - ¿Ventanilla o pasillo?

-Ventanilla.

Me abrocho el cinturón y apoyo la cabeza en la ventanilla. Es un viaje corto, pero aún así pienso dormir hasta que aterrizemos. No me gustan los aviones, y estoy haciendo mi mejor esfuerzo para no vomitar.

-Me gustaría que mama estuviese aquí. -- Le espeto a mi padre mientras cogemos las maletas. Él me mira y asiente. Sé que todavía no es capaz de hablar de ella sin que se le forme un nudo en la garganta. Yo tampoco. Ya siento mis ojos húmedos. Intento desviar mi mente y pensar en otra cosa, al menos hasta que salgamos de este odioso aeropuerto.

-Tenemos que ir a recoger a Gordilui.

Mi padre asiente de nuevo, y nos dirigimos hacia la parte apartada del aeropuerto donde viajan los animales y te los entregan cuando vas a recogerlos como si fueran una hamburguesa. Cuando tengo a Gordilui entre mis brazos me siento un poco más segura, él me recuerda a casa y a mi madre.

En cuanto mi padre abre la puerta de nuestra nueva casa, soltamos las maletas y nos dejamos caer en el sofá. Estamos muertos. Veo en su cara el cansancio. Sus ojos están apagados y sin luz y sé que no tendría que haber nombrado a mamá. Pero sentía que tenia que decirlo. Las lágrimas amenazan con salir de nuevo y pestañeo un par de veces para detenerlas. No quiero que mi padre me vea llorar, al menos hoy no.

Miro al reloj que se encuentra en la pared de mi nuevo salón y me sorprendo al ver que son las 8.00. Es más tarde de lo que creía. Miro hacia mi padre. Se ha quedado dormido. Ni si quiera se ha molestado en quitarse las gafas o cerrar la boca. Decido dejarlo dormir e ir a poner las maletas en nuestras nuevas habitaciones.

Mi cuarto me gusta. Es el más grande todos, y ya está pintado con un color azul clarito que me encanta. Las cortinas blancas que llegan casi hasta el suelo tienen colgadas dos flores rosas. La anterior inquilina debió tener una hija. Que por cierto, tenia muy buen gusto. En la pared de la izquierda hay unos pájaros pintados. Son tres cuervos negros que están en una línea diagonal. Comienzo a guardar mi ropa en el armario y cuando termino hago lo mismo con la de mi padre. Cuando termino estoy tan cansada que me voy directamente a la cama sin cenar si quiera.

Al día siguiente, me despierto sobresaltada al escuchar la música del despertador taladrando en mi oreja.

Primer día de clase.

Después de lavarme y asearme, llega la hora de elegir la vestimenta. Me cambio de ropa al menos diez veces. Al final me decido por unos vaqueros oscuros y un jersey color crema. Me peino un poco mi pelo ondulado y decido ponerme un gorro ya que parece hacer frio fuera. Pienso en maquillarme un poco, pero ni siquiera tengo maquillaje, asique olvido la idea y bajo a desayunar.

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