Lo que a mi vida le hace falta si no vienes

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La madrugada se tornó caótica. Pear y un médico se encontraban en la habitación del matrimonio. Kanawut llevaba horas con fiebre y malestar en el cuerpo, el omega susurraba palabras incomprensibles y emitía de vez en cuando quejidos bajitos. Bright se mantenía a su lado, impotente ante la situación.

No había mucho qué hacer por él, solo bajarle la temperatura y cuidar que no empeorara. Si lo trasladaban al hospital, corrían el riesgo de que perdiera al bebé.

Vachirawit no dudaba entre salvar la vida de Gulf antes que la de su hijo, mas este último luchaba por no perder la consciencia y así insistir en que estaría bien, manteniéndose siempre al borde del precipicio, entre la vida y la muerte.

El alfa no lo soportaba, se odiaba tanto porque sentía que era él quien los había puesto en aquella situación. Donde Gulf se aferraba a darle un heredero, donde su vínculo apenas podía ofrecerle un poco de confort, porque sus emociones inestables le impedían enfocarse en él, porque no podía solo amarlo a él, porque le había fallado y ahora su lobo estaba confundido, entre proteger a Win o a Gulf.

Si pudiera ordenarle a su corazón, lo haría sin dudarlo. Le ordenaría cuidar de Kanawut, le haría centrarse en él, en su olor a girasoles, en su sonrisa de ángel, en la ternura que solo exteriorizaba cuando estaba a su lado, en sus manías raras, en sus días grises en que se mantenía silencioso y sumido en sus pensamientos, en las veces que había ignorado su naturaleza reservada por acercarse a él y confesarle sus preocupaciones, porque podía sentir en cada poro de su piel el amor de Gulf, cómo quería hacerlo feliz antes que a sí mismo, cómo temía que lo dejara, podía incluso percibir su miedo de perderlo, tanto que le estremecía y le dolía como propio.

Si pudiera mandar en su cabeza, le ordenaría que olvidara a Win, que sus ojos solo lo viesen como el omega que les daría el heredero que tanto anhelaban, se obligaría a dejar de pensar en él, en dejar de necesitarlo como si el oxígeno solo lo encontrara en su presencia, en su inocencia y su lado necio del que no conseguía desprenderse.

—Lo mejor es que vaya a descansar —aconsejó Pear al verle tan agitado, caminando de un extremo a otro de la habitación—, yo lo cuidaré bien y le hablaré si algo ocurre.

El médico se había marchado media hora atrás.

—Gracias, pero te pediré lo contrario —respondió deteniéndose repentinamente—, déjame con mi esposo.

La beta asintió sin protestar, después de todo, creía que lo mejor para Gulf era recibir el calor de su pareja.

—Estaré al pendiente si necesitan algo —comentó antes de retirarse dejándolos solos.

Bright acercó el sofá a la cama para después desplomarse en él. Llevaba días sin dormir correctamente, y con el estrés a tope. No tenía fuerza, se sentía un completo inútil. Dejó caer su cabeza cerca del costado de Kanawut, y con uno de sus brazos lo rodeó por el abdomen.

—Lo lamento, desearía absorber todo tu dolor, pero solo una pequeña parte se transmite a través del vínculo —murmuró acariciando con su pulgar la cintura del omega.

Con los párpados apretados con fuerza, y la respiración irregular, parecía que por fin había conseguido descansar, pero en realidad se mantenía alerta y alcanzó a escucharlo.

—Aunque tuviera la oportunidad de hacerlo, no lo haría —pronunció con voz rasposa.

No esperó una respuesta, aquello le hizo levantar la cabeza para observarlo. Lo encontró mirándolo con los ojos entornados y una sonrisa débil.

—¿Por qué? Soy yo quien te debe proteger y quien te debe hacer feliz —replicó acercándose a su rostro para que cuando hablara no tuviese que forzar tanto su voz.

Éramos indestructiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora