We'll be a fine line

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Dos semanas después de que la inseminación artificial tuviera éxito, Win se presentó en la agencia para una revisión médica general. Al terminar le pasaron a la oficina de la que ahora se había familiarizado.

—Metawin, ¿cómo te has sentido? —interrogó con amabilidad la beta que desde el inicio se había encargado de él.

No sabría decir por qué, pero aquella mujer le inspiraba confianza.

—Bien... Aún no he presentado síntomas, entonces no he cambiado gran cosa —respondió encogiéndose de hombros.

Examinándolo con una fugaz mirada asintió, transcurrieron varios segundos hasta que por fin retomó la charla, solo que hizo un cambio abrupto de tema:

—Gulf Kanawut se puso en contacto con nosotros, quiere que te instale en su propiedad, me informó que ya preparó una habitación para ti. ¿Recuerdas que te comenté que tendrías un trato especial? —Hizo una pausa para ver la reacción del omega—. No estás obligado a hacerlo, pero...

Después del primer encuentro con la pareja, Metawin había investigado sobre ellos.

Vachirawit era dueño de varios centros comerciales y controlaba un emporio agroalimentario. Kanawut se beneficiaba de la Bolsa de Valores de Bangkok, además de administrar varias empresas inmobiliarias. Ambos amasaban una fortuna de la que él no podía ni imaginar —aunque su padre no se quedaba atrás, Win nunca participó activamente en sus negocios y no tenía idea de cómo funcionaba aquel mundo de millonarios—.

Claramente no eran personas comunes, con su fortuna podían hacer lo que desearan, y si entre uno de esos caprichos estaba que el omega que llevaría su hijo en el vientre viviera con ellos, entonces Win no tenía más opción que cumplir sus órdenes.

Y en realidad no podía quejarse, le estaban pagando tan bien que ya hasta había antes considerado mudarse a un sector más tranquilo de la ciudad.

—Está bien, no tengo problema en permanecer bajo sus cuidados.

La beta suspiró aliviada.

[...]

Si creyó que recogerlo en una limusina fue una exageración, cuando llegó a la propiedad de los Chivaaree, no pudo evitar sentirse fuera de lugar. Llevaba días metido en un cuarto de pocos metros cuadrados. Su antigua vida con sus padres ya era un recuerdo lejano que no consideraba como propio, por lo que su pasado no mitigó el temor que se expandió con rapidez y que se vio reflejado en sus movimientos torpes.

La residencia estaba ubicada en un terreno amplio, donde la propiedad vecina más cercana quedaba a una distancia considerable. Rodeada de altos muros pintados de blanco, se accedía por una enorme puerta de madera de dos hojas color marrón oscuro —también después de pasar por la seguridad del recinto—. Un sendero flanqueado por pinos bien cuidados conducía a un porche donde describía un círculo, el chófer se estacionó y al bajar le abrió la puerta para después ayudarle con las maletas.

A ambos lados de la entrada de la lujosa casa había dos esculturas de piedra antigua, como de perros león de esos que había en los templos y los cuidaban de los espíritus malignos. Win se acercó con vacilación y en un instante apareció Gulf tras la puerta recibiéndolo con una cálida sonrisa.

Lo llevó al salón principal, pero antes le pidió al chófer que le ayudara a llevar las maletas de su invitado a una de las habitaciones.

El omega que todavía no presentaba signos de embarazo se sentó frente a Kanawut esperando que le diera algún sermón o que le dejara claro su posición en esa situación.

—Te ves muy tenso, ¿quieres un poco de té? ¿O prefieres algo más?

Win optó por el té y creyó que alguien se lo traería, no esperó que Gulf se levantara en dirección a la cocina. Regresó dos minutos después con la bebida caliente que le ofreció con amabilidad.

Éramos indestructiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora