Prólogo
Desde que tengo uso de razón guardado en mi corazón como tesoro de pirata un sueño. Siempre anhele cruzar el cielo de un solo disparo. Atravesar nubes. Espantar aves. Mirar mi barrio desde lo más alto. Pasar por el cielo del patio de la casa de mi abuela y saludarla desde arriba con la mano. Guarde sin recelo por mucho tiempo esa idea. Lo compartí con mis amigos y hasta con algunos familiares, todos se burlaron de mí. Por eso con los años decidí que aquello debía ser un sueño secreto. Debía guardarlo celosamente como la fórmula secreta de la coca cola o como el final de un libro que aún no se escribió. De niño, en mi casa escaseaba la tecnología y fue por esa suerte que los muebles se llenaban de libros. Había de todo tipo desde lo que preponderaban títulos cargados de realidad hasta otros que servían de portales mágicos hacia mundos donde todo era posible. Cada noche elegía uno para que mi abuela me lo leyera antes de dormir. Mi favorito era el que contenía las historias de un tal Verne . Ese tipo había hecho de todo. Fue al centro de la tierra, a las profundidades del océano y hasta le dio la vuelta al mundo en globo. Era un demente, como yo. Las narraciones de sus aventuras fueron el motor para que siguiera creyendo en mi sueño. Por otro lado el combustible que me impulsó a tratar de lograrlo fue mi abuela.
-Quiero cruzar el cielo volando ... - Le dije una noche luego de escuchar por un buen rato los cuentos Vernianos .
Ella me miro de esa forma tan única y especial. Sus ojos eran enormes y cuando se desbordaban de amor brillaban como lago bajo luna llena. Así estaban esa noche, cristalinos y radiantes. Juro que si ella me hubiera tratado de ingenuo o de tonto yo habría dejado ir ese sueño con el primer bostezo pero no fue así.
-Entonces vas a volar papito. Te prometo ... - Me respondió y dormí sabiendo que aquello sería una realidad. No sabía como pero ocurriría inevitablemente porque mi abuela así me lo prometió.
De todas las habilidades que ostentaba mi abuela su talento con la máquina de coser era su preferido. Dios le había dado el don de remendar. No existía vacío que no pudiera parchar. No había tristeza a la que no pudiera añadir un retazo de alegría. ¡Ay abuela! se me descose el corazón que me arreglaste de solo recordarlo. Hilaba con destreza de quinceañera y las agujas eran sus amigas. Ninguna se atrevía a darle un pinchazo, solo caricias. Era la modista del barrio pero sus dominios se fueron extendiendo con el paso del tiempo. Su fama de costurera y de buena oyente fue de boca en boca hasta llegar a otros reinos y de esa manera personas de todos lados tocaban a su puerta muy temprano en las mañanas para dejarle algún pantalón sin botón, alguna camisa descocida o simplemente para soltar un quebranto. Daba igual, ella todo lo arreglaba. Su trabajo era barato en comparación a lo que dejaba en cada costura. Hasta donde sé no tienen precio los filamentos del alma. Una mañana luego de varios días de haberle confesado mi sueño de volar mi abuela me hizo un regalo y en él uso casi todos los hilos de su amor. Sentada frente a su máquina de coser me esperaba ansiosa. Al verme llegar hubo fiesta en su mirada. Su sonrisa era de colegiala a la salida. Sus arrugas bailaban. Sus silbidos marcaban el ritmo de la comparsa.
-Toma papito. Para que te empieces a preparar- Me dijo mientras me hacía entrega de su mejor trabajo. Para los ojos de cualquiera aquello era una simple bolsa de hule. Algo común y corriente que se consigue en cualquier almacén luego de hacer una compra. A mi interpretación era una capa y para mi abuela también.
No hay palabras que puedan describir la felicidad de un niño. Es algo indescriptible. Ni el olvido puede llevar esos momentos conseguidos por que no sabe cómo. Por eso son recuerdos eternos. Recorrí por toda la casa, que no era la gran cosa ondeando mi capa en cada rincón. La felicidad consistía en correr hasta donde me dieran las piernas y luego mirar hacia atrás para ver cómo se inflaba la bolsa que traía amarrada al cuello. En mi mente estaba a punto de volar para la mirada atenta de mi abuela también. Ni Batman ni Superman tuvieron nunca una capa como la mía. Era de color negra para protegerme del sol. En los pliegues traía unos pequeños agujeritos hechos con la punta de una aguja para que el viento pasara a través de ellos y no la estropeara. Hasta de termo dinámica entendía mi abuela a la hora de complacerme. A las dos puntas que debían atarse alrededor de mi cuello les cosió con delicadeza unos retazos de terciopelo para cuidarme la piel.
-¡Eso! ¡Eso! - Aplaudía y festejaba al verme disfrutar de su regalo. Mi felicidad era su combustible. El sonido de mi risa le quitaba años de encima. Ese día quedo echa una jovencita.
Juro que por un instante levante vuelo. Lo confirmo segundos después cuando escuche las suplicas de mi abuela.
-¡Hasta ahí no más papito! ¡Ven, por favor ven! - Me rogó y yo le hice caso.
Cuando llegue junto a ella me abrazo entre sollozos. Al parecer pensó que me perdería de vista y de solo imaginarlo se quebró en llanto. Me desato la capa con cuidado sin dejar de abrazarme. Por un momento pensé que había hecho algo malo. La hice llorar y me sentí culpable. Pedí perdón con la mirada y con un puchero. Era la única forma que conocía de pedir disculpas a los cincos años. Abuela me alzo en sus brazos y nunca me sentí tan cerca del cielo.
-Casi salí volando ¿verdad? - Le pregunté esperando su veredicto.
-Sí, como una bala- Me respondió y guardó mi capa en uno de los cajones de su máquina de coser
-Vas a volar muy alto algún día pero todavía no me dejes papito, todavía no te vayas- Me pidió y claro que yo le hice caso.
Heredé la máquina de coser de mi abuela hace unos años. En el tercer cajón doblado con mucho cariño y en perfecto estado encontré mi capa de hule. Nunca la tiro. Abuela sabía que algún día la necesitaría. Ella fue una prueba viviente de que la magia es real porque nuestra relación fue maravillosa de principio a fin. Tuvimos aventuras como las de Verne. Fuimos a lugares insólitos. Enfrentamos enemigos poderosos. Sufrimos, festejamos y vivimos al extremo cada segundo de nuestra compañía. Traigo puesta mi capa nuevamente y desearía tener la fuerza suficiente en los pies como para correr hacia atrás lo más rápido posible como una bala y llegar hasta donde se encuentra ella pero no puedo. Me queda tan solo recordar los momentos que tuvimos que fueron tan hermosos y tan llenos de felicidad que el olvido no puede removerlo por más que lo intente. Para mi ella fue un libro singular lleno de palabras bonitas y enseñanzas únicas que no volvería a encontrar en ningún otro lado. Para ella yo fui su amor eterno y también el hombre bala.
Estas son las historias de las aventuras con mi abuela ...
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LAS BITÁCORAS DEL HOMBRE BALA
FantasyMi abuela decía que la vida puede ser narrada de dos formas. La primera era con exceso de realidad. Utilizando palabras rebuscadas. Con diccionario en mano y sin dar espacio a la fantasía ni a las suposiciones. La otra manera era con el lenguaje del...