DIECISIETE

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Nunca he matado a una cosa que suplique.

Cuando la sirena se encoge de miedo en mi cubierta, soy perfectamente consciente de que ella es un monstruo. Está gimiendo, pero incluso ese sonido es perverso. Una mezcla de siseos y lamentos guturales. No estoy seguro de por qué está tan asustada cuando hace unos momentos una red de vidrio y púas apenas la hacía estremecer. Una parte de mí quiere sentirse orgullosa de que mi reputación al fin me haya precedido. La otra parte, tal vez la más inteligente, está segura de que no tengo nada de qué sentirme orgulloso.

Miro a Felix. Su cabello lleno de arena se adhiere a su frente mientras se balancea con el movimiento de mi nave. Hay algo en su complexión delgada que lo hace parecer amenazante, como si cada ángulo fuera un arma. Apenas parpadea ante la sirena, que ahora está desfigurada por las heridas. Mientras lo miro, no veo nada del chico fantasmal que saqué del océano. Cualquier hechizo que me haya amenazado con transfigurarme cuando lo salvé está roto ahora, y puedo ver con claridad que él no es un muchachito indefenso. Es algo más, y siento demasiada curiosidad por mi propio bien.

El psáriin que habló persiste en el aire. Un lenguaje prohibido en la mayoría de los reinos, incluido el mío. Quiero saber cómo lo aprendió, cuándo se acercó lo suficiente, por qué se quedó con uno de sus collares colgando como un trofeo alrededor de su cuello. Quiero saberlo todo.

—¿La matarás? —pregunta Felix.

No hay más intención dulce cuando intenta hablar mi idioma. No estoy seguro de dónde viene, pero podría ser de cualquier reino que claramente no siente amor por el mío.

—Sí.

—¿Será rápido?

—Sí.

Él se burla.

—Lástima.

La sirena gime de nuevo y repite un discurso en psáriin. Es tan rápido y gutural que apenas puedo distinguir las palabras. Aun así, una de ellas se queda en mi mente, más clara que las demás. Prinkípisse. Lo que sea que signifique, ella lo dice con temor y reverencia. Una combinación que rara vez se puede ver. En mi reino, aquellos que me veneran no me conocen lo suficientemente bien como para temerme. Y aquellos que me temen me conocen demasiado bien como para hacer algo tan imprudente como adorarme—. Tu cuchillo —dice Felix.

Mi mano forma un puño alrededor del mango. Mi herida gotea, y siento que la hoja absorbe la sangre rápidamente. No se desperdicia ni una gota.

—Tiene una magia extraña.

Lo miro con mordacidad.

—No creo que estés en condiciones de decir qué es extraño.

Felix no responde y, durante su silencio, Hyunjin da un paso adelante.

—Capi —dice—, ten cuidado. No se puede confiar en él.

Al principio, creí que hablaba del monstruo que está en nuestra cubierta, y estoy a punto de decirle que no soy un idiota, cuando me doy cuenta de que no es a la sirena a quien está mirando Hyunjin. Felix está en su punto de mira.

Si hay algo en el mundo que Hyunjin nunca ha tenido es tacto. Pero Felix no presta atención a la acusación. Ni siquiera mira hacia él, como si la acusación no fuera más que agua del océano goteando sobre él.

—Me encargaré de él —le digo a Hyunjin —. Cuando esté listo.

—Tal vez deberías estar listo ahora.

Golpeo la punta de mi cuchillo contra mi dedo y doy un paso adelante, pero Hyunjin me agarra del brazo. Bajo la mirada hacia sus manos, que sujetan la tela de mi camisa. La mayor fortaleza de Hyunjin es que es tan desconfiado como yo soy imprudente. No le gustan las sorpresas y toma cada posible amenaza como una intimidación para mi vida. Cada advertencia como una promesa. Pero con él haciendo esto por mí, no hay necesidad de que yo pierda el tiempo preocupándome. Además, pasar mi vida en el océano me ha enseñado a ver lo que otros no pueden ver y esperar lo que otros no esperarían. Sé que es mejor no confiar en un extraño en un barco pirata, pero confiar en el instinto es mucho mejor que confiar en la duda.

mar adentro 「chanlix」 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora