Montaña Rusa

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21 diciembre de 1987 - En algún lugar del Atlántico...

Maynard iba golpeando su cabeza suavemente contra la ventanilla del avión, mientras acariciaba de forma repetitiva e inconsciente la rubia cabellera de su hija; la llevaba recostada sobre su pecho completamente víctima de Morfeo, al contrario de él, que a pesar de cerrar los ojos cada tanto tiempo, solo conseguía aliviar un poco el ardor, mas no dormir.

El ajetreo por el que tuvieron que pasar para no perder su ansiada salida a Sheffield, lo había estresado de sobremanera. Fue un gran desastre y no tardó en arrepentirse de su propia insistencia por viajar esa misma madrugada a tierras inglesas; tuvo que guardar apresuradamente toda su ropa y la de su niña, mezcló prendas limpias y sucias, las de él y las de ella, los libros, zapatos... Sabía que tenía que haber hecho eso con anticipación, pero esa mañana se la pasó tratando de estar viable para la noche del concierto y ahora tenía una evidente migraña que buscaba calmar ansiosamente en los arrumacos que le daba a Eileen y los analgésicos que se tomó.

Iban de regreso a pasar las festividades en la "calidez" de Sheffield, esa era la sorpresa que preparó para su pequeña; algo de paz y tranquilidad por Navidad, ya que Año Nuevo lo celebrarían en la ruidosa Tampa, Florida.

Movió su cabeza en círculos y sintió el crujir de varios huesos. Estaba seguro que el sol ya debía estar presente, sin embargo, no deseaba molestar más a sus compañeros de banda subiendo la persiana de la ventanilla. En cuanto bajaran del avión se disculparía por el alocado embarque, el mal dormir, el exceso de cansancio, o quizás primero prendería un cigarrillo, necesitaba fumar o enloquecería.

Hace ya un muy buen tiempo había leído en una revista familiar que el humo del tabaco incidía significativamente en las infecciones respiratorias agudas en los niños y eso le pareció una mala broma de la vida; entendía y era consciente del daño que se podía generar a sus pulmones, o al menos se pudo empapar del tema cuando leía aquel artículo y aunque consideraba demasiado exagerados los reportes médicos, más absurdo le resultó que personas no fumadoras fueran igual o hasta más susceptibles a ciertas enfermedades tan solo por respirar el humo de su cigarrillo. Sin embargo, a pesar de sus propias creencias, prefirió hacer caso a los "expertos" y después de que soltó risa irónica, se obligó a sí mismo a pisotear su colilla a medio terminar sobre la alfombra de alguno de los hoteles en los que estuvo y había continuado con ese propósito tambaleante cada vez que estaba en lugar demasiado cerrado con su hija.

Se sentía perdido.

Steve siempre había sido una combinación extraña, con un cigarrillo en una mano y una bebida en la otra, viendo pasar el mundo y los días frente a sus ojos, ajeno pero accesible a cualquier locura que lo sacara de su propio ser, dedicando una afable pero falsa sonrisa, ocultando torpemente sus enraizados miedos; dispuesto a recibir pequeñas alegrías a cambio de convivir con largos inviernos.

No era más que un músico con el corazón roto pero esforzándose por seguir latiendo con cada pedazo que quedaba aún en él.

No era más que un músico con el corazón roto pero esforzándose por seguir latiendo con cada pedazo que quedaba aún en él

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