11. Volterra

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Benjamín se removió incómodo al ver con mayor nitidez y cercanía el Palazzo dei Priori, la residencia de los Vulturi. No era necesario, pero instintivamente tragó saliva a medida aue se acercaba y reducía la velocidad del vehículo. Jane dormía tranquilamente sobre su hombro, ajena a las preocupaciones de su esposo.

El viaje de vuelta a Italia fue extremadamente largo para Benjamín. Una vez que Jane se durmió, Benjamín se encargó de hacer las maletas para partir en el mismo instante en que los limpiadores aparecieran en la cabaña. Debido a un retraso imprevisto, tuvieron que esperar dos días para que vinieran a buscarlos, dos días en los que Benjamin se preparaba mentalmente para enfrentar a los líderes Vultuti a la hora de explicar lo que le sucedió a Jane.

Fueron dos días demasiado largos y agotadores para Jane, que se sentía más cansada y débil. El viaje en barco la mareó y las largas horas de avión la dejaron extenuada. Benjamín se asustó al ver como la nariz de ella empezaba a sangrar. Las piernas de Jane se durmieron y fue incapaz de ponerse de pie cuando el avión aterrizó en Florencia. Benjamín la cargó y dejó en el asiento de copiloto del auto que él mismo rentó.

El frío invernal de Europa caló los huesos de Jane, castigandola duramente después del calor de la isla desierta en donde pasaron su luna de miel. El frío europeo la hizo tiritar, la obligó a abrigarse y a separarse de su esposo.

Oh poderoso Ra, te pido que por favor no me abandones. Haz que ellos sepan qué hacer para que mi querida Jane este bien.

Durante el trayecto desde el aeropuerto en Florencia hasta el Palazzo dei Priori en Volterra, Jane había permanecido en un estado de semiconsciencia, sin saber muy bien qué sucedía a su alrededor. Se estaban moviendo, el suave ronroneo del motor la inducia a un suave y placentero sueño. Una parte de ella sabía que el auto era nuevo, por lo que sus débiles oídos humanos no podían escuchar el motor, o cualquier otro sonido típico de un auto, sin embargo, ahí estaba el sonido que solo un vampiro podía escuchar.

Por un breve instante albergó la esperanza de estar recuperándose, de volver a ser una vampira y que el infierno de las últimas semanas solo fuera un recuerdo irreal. No obstante, la suerte no estaba de su lado ya que una oleada de dolor paralizó su cuerpo, obligándola a replegarse en su interior con todas sus fuerzas a fin de que Benjamín no se preocupe más de lo necesario.

Benjamín observó a su esposa y notó la tensión que emanaba de su cuerpo. No quiso molestarla, por lo que prefirió dejarla quieta. En las últimas horas había descubierto que era mejor dejarla sola y en silencio. Con resignación, se estacionó y bajó del auto. Internamente agradeció que nadie estuviera custodiando el exterior del palacio. Era ridículo, pero deseaba aplazar tanto como fuera posible el momento de dar explicaciones.

Con lentitud, el egipcio se internó en los fríos y silenciosos pasillos del palacio. En un día normal, el palacio estaría hirviendo de murmullos fruto de conversaciones dispares a lo largo y ancho de todo el lugar. Podía escuchar las suaves conversaciones y el violín de Alec en la sala de música. Quizás todos estaban escuchándolo, admirando el talento del chico, aunque conociendo a Alec el no permitiría que nadie lo viera... nadie excepto Jane.

❤Jane... Pensar en Jane le causó una sensación desagradable en su interior.

Las enormes puertas de metal eran lo unico que separaba a Benjamín de los líderes de los vampiros. Él respiró hondo antes de empujara las puertas.

Aro, Marcus y Caius estaban plácidamente sentados en sus tronos de madera, hierro y oro. Marcus conservaba su habitual máscara de aburrimiento mientras Athenodora y Sulpicia, las esposas de los líderes Vulturi, se comportaban cariñosas con sus esposos. Por un instante, Benjamín quiso irse, pero Marcus lo vio e hizo que sus compañeros detuvieran sus demostraciones de afecto.

El último besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora