5. Cambios

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Benjamín estaba anonadado, en estado de shock. Es sus 200 años de existencia, nunca había visto a un vampiro en un estado tan lamentable, mejor dicho, nunca había visto a Jane tan débil y vulnerable.

Ella parecia frágil. Su cuerpo temblaba, sus manos parecían incapaces de continuar soportando el peso de su cuerpo. El charco de sangre delante de ella era una prueba contundente de que Jane no estaba bien. En ese momento no quedaba nada de la sádica vampiresa Vulturi, nada de esa dulce, risueña y fogosa esposa, nada de la mujer que estaría eternamente presa en un cuerpo que se ubica en el limbo de lo infantil y lo adulto.

Jane sentía vergüenza de si misma en ese momento. No comprendía lo que sucedía. Ella odiaba mostrar algún signo de fragilidad, pero una parte de ella tenía la sospecha de que un cambio se acercaba. Algo grave se debía estar gestando en su interior para que su cuerpo deseche toda la sangre que tanto anheló. Con lentitud, alzó la cabeza para buscar a su esposo, quien parecía haberse convertido en una estatua. Un escalofrío recorrió su espalda y comenzó a temblar mientras intentaba ponerse de pie.

Como si despertara de un sueño profundo, Benjamín parpadeó un par de veces y concentró su atención en Jane. Con cuidado, se acercó a ella para ayudarla a ponerse de pie, algo que ella agradeció silenciosamente. Confundido, Benjamín notó que algo estaba sucediendo con su esposa. Seguía siendo ella, pero algo no se sentía bien, algo era diferente.

—¿Cómo te sientes? –preguntó con dulzura, sin saber cómo reaccionar ante la extraña de la situación.

Jane no contestó de inmediato. Debió morder su lengua para evitar responder un falso estoy bien. Su esposo podía ser ingenuo e inocente, pero no era tan tonto para creer esa excusa barata. Por primera vez, ella no estaba segura de fingir normalidad. No quería mostrar debilidad delante de él, pero Benjamín es su esposo, es alguien en quien puede y debe confiar. Con resignación, buscó su mirada.

–Cansada —susurró con cierta dificultad.

Los ojos del egipcio se abrieron por la sorpresa. La confusión se apoderó de él mientras buscaba palabras de consuelo o alguna forma de ayudarla. Lentamente, recuperándose de la impresión, la abrazó con un poco más de fuerza, para que ella recargara su peso en él.

–Volvamos a la cabaña, allí podrás descansar más tranquila –acarició su mejilla con dulzura, como si la frase pronunciada y el gesto fueran algo común entre ellos.

Jane asintió y tembló un poco, gimiendo lastimeramente. Benjamín optó por cargarla, volviendo a notar algo extraño en ella. En silencio, comenzó a correr a través de las calles más oscuras y solitarios de la ciudad. Por alguna razón Jane no paraba de temblar suavemente, preocupando cada vez más a Benjamín. Al llegar al puerto, la vampira tuvo miedo. Habían llegado nadando, pero ella no se sentía capaz de volver a la isla de la misma forma.

—Benjamín –gimió asustada, con la mirada fija en el agua.

—Tranquila, amor. Yo te llevaré –la tranquilizó depositando suavemente un beso en el nacimiento de su cabello.

Con agilidad, él movió a su esposa para que ella envolviera su cuello con sus brazos y su cintura con sus piernas. Si fuera humano, Benjamín estaría luchando para obtener algo de aire, por suerte es un vampiro y no necesita aire en sus fríos y muertos pulmones. Una vez que ella estuvo firme en su agarre, él saltó, zambullendose en el agua. El egipcio comenzó a nada a gran velocidad, deseando llegar a la cabaña lo más pronto posible, sin embargo, Jane empezó a quejarse. El agua ingresaba a sus pulmones, ahogandola y sumergiendola en una tortura indescriptible.

Alarmado, Benjamín se apresuró para volver a la superficie, no obstante, Hane había perdido el conocimiento. Desconcertado, nadó más rápido, procurando que la cabeza de su esposa permaneciera fuera del agua. Luego de unos minutos que parecieron años, llegó a la isla y corrió para refugiarse en el interior de la cabaña. Con cuidado, depositó a Jane en la cama matrimonial.

Él no sabía qué hacer, nunca había visto a un vampiro perder el conocimiento. Durante su noviazgo con Jane, él había visto muchas películas en donde los humanos usaban alcohol para reanimar a sus pares. Con esa idea en mente, Benjamín se dirigió al tocador de Jane, donde ella guardaba su colección de perfumes. Tomó el primero que vio, indiferente a su aroma, nombre o color, rezando a Ra para que el perfume hiciera despertar a su amada.

Jane volvió en si, parpadeando lentamente. Observó el techo y las paredes, notando algo distinto en ella. Demoró unos segundos en notar que estaba en su habitación, aunque lo último que recordaba era estar rodeada de agua.

Poco a poco la habitación se oscureció.

Los ojos de Jabe se abrieron con espanto. ¿Acaso se estaba quedando ciega? Levantó las manos, moviéndolas delante de sus ojos, sin embargo, sólo pudo ver sombras oscuras. Un pequeño tambor comenzó a retumbar en su pecho, sus pulmones ardieron, obligándola a abrir la boca para tomar bocanadas de aire.

–¡Benjamín! ¡Benjamín! —gritó—. ¿Dónde estás? ¡No puedo verte! ¡Estoy perdiendo la vista! —exclamó asustada. El pequeño tambor de su pecho se aceleró, llegando al punto en que podía escúchalo con gran claridad.

Benjamín iba a acercarse a Jane, pero se quedó quieto al escuchar el sonido de un corazón. ¿Cómo pudo llegar un humano a la isla? Ningún humano aguantaba nadar por tanto tiempo, solo se podía llegar con un barco. Él no estaba tan distraído para no escuchar llegar a la isla el motor de un barco.

El grito desesperado de Jane lo hizo salir de sus pensamientos. Sus pies se movieron a gran velocidad, paralizandose al ver a su esposa.

Seguía siendo ella, pero diferente.

Su piel ya no era de un blanco pálido, ahora poseía un suave tono crema, como la piel de un humano caucásico. Sus ojos, que lucieron un brillante tono carmesí por más de un milenio, cambiaron a un extraño e hipnotizante azul oscuro, el mismo azul de los zafiros. Confundido al notar que el corazón provenía del pecho de Jane, se acercó tímidamente a ella. Tomó su rostro con sus manos, notando que su piel estaba caliente, algo inusual para un vampiro. Ella tembló al sentir el tacto frío de su esposo.

—¿Benjamín? –trató de enfocarlo, pero solo veía una sombra oscura.

–Aquí estoy, habibi —susurró él con voz extrangulada.

–Casi no puedo verte –protestó ella con un sollozo.

–Encenderé la luz —fue la respuesta automática de Benjamín.

Con cuidado, se alejó de ella y buscó el interruptor de luz. Sus ojos barrieron las paredes a gran velocidad, hayando lo que buscaba fácilmente. Se puso de pie y caminó hacia la pared de la puerta, apretando el interruptor. La luz bañó la habitación al instante, iluminando todo.

Para Benjamín, la diferencia fue mínima. Para Jane, fue un gran alivio volver a ver, no obstante, estaba confundida por sus sentidos debilitados.

Asustada, Jane se puso de pie y corrió hacia su esposo, escondiendo su cabeza en su pecho y abrazandolo con fuerza. Tembló al percibir lo frío que era él, pero su miedo fue más fuerte y se quedó a su lado. Benjamín correspondió su abrazo, aunque trago saliva en seco al sentir su cuerpo caliente.

Ambos estaban confundidos, con mil preguntas en mente y sin valor para formularlas. Jane estaba conmocionada, por lo que Benjamín se obligó a mantenerse sereno pra consolarla.

Con delicadeza, él la llevó a la cama, con la esperanza de que si Jane descansaba un poco podría mejorar.

El último besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora