13. Cambios

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La nieve cubrió todo con un manto blanco e impoluto. El frío se hizo presente, colándose por cada rincón del Palazzo dei Priori. Los abrigos y los guantes comenzaron a ser prendas obligatorias para Benjamín y Alec, quienes estaban en constante contacto con Jane. Las mantas invadieron la cama de Jane, las prendas abrigadas fueron parte del guardarropa de Jane.

Por más ropa y bebidas calientes que bebiera, el frío y la humedad natural de la antigua residencia Vulturi se introducía en lo más profundo de sus huesos, congelandola y paralizandola. Benjamín veía con impotencia cada vez que Jane temblaba de frío. Cada vez que sus dientes castañeaban él odiaba su existencia vampirica ya que su piel era de extremadamente fría para su esposa, por lo que debía abrigarse muy bien antes de tocarla. Por su parte Jane comenzaba a hundirse en una profunda depresión a causa de su debilidad.

Durante siglos ella fue una vampiresa fuerte e independiente, pero con el correr de los días su fuerza se iba esfumado, debilitandola hasta convertirla en una criatura dependiente de la ayuda de los demás.


La Navidad, una época de fiesta y bebidas en Volterra, pasó sin pena ni gloria ya que la jefa de la guardia se encontraba convaleciente en una cama, sin ánimos de moverse. Por si eso no fuera suficiente, los líderes no querían celebrar hasta que su querida Jane recuperará las fuerzas.

Sólo percibieron que estaban en Navidad y que el año cambió gracias al ruido que provocó la piroctenia de los humanos.


Desde el momento en el que se comprometieron, Benjamín había pensado en festejar su primer San Valentín como marido y mujer de una forma especial y romántica. No obstante, la debilidad inexplicable de Jane había frustrado los planes. A regañadientes tuvo que improvisar y preparar un desayuno dulce, aunque las horas invertidas en ver recetas de desayunos románticos fueron un desperdicio dado que Jane apenas apreció la comida que le ponían delante.

El egipcio es consciente del malestar de au esposa, pero eso no impide que se sienta molesto porque ella se alimenta de forma automática, sin saborear o apreciar la comida. Como si eso no fuera suficiente, sus hábitos de sueño y vigilia se habían invertido por lo que pasaba durmiendo durante el día, aunque había ocasiones en que permanecía durmiendo más de veinte horas al día.

Varias veces le habían preguntado a Jane por qué había descansaba de día, a lo que ella respondía con un gesto apático, como si realmente no le importará en que momento descansa, para ella era suficiente con dormir.

Benjamín no era el único preocupado, Alec contemplaba a su gemela con temor e impotencia, deseando desesperadamente encontrar una forma de aliviar los males que la atormentaban. Los líderes Vulturi revisan cada libro de la biblioteca tratando de encontrar una explicación y una solución a la enfermedad de Jane, no obstante, la información era inexistente. Por más que buscaban, no había indicios de un vampiro víctima de una enfermedad.


La nieve comenzó a derretirse, pero la vida de Jane se tiñó de rojo.

Benjamín y Alec estaba en la biblioteca junto a los maestros, por lo que no pudieron ayudarla cuando ella despertó con la ropa interior llena de sangre. Lo primero que hizo fue desechar la ropa interior, cambiar las sábanas y limpiarse para ocultar un posible avance de su enfermedad. Horas después la sangre volvió y fue imposible no notarlo.

Los hombres no sabían que hacer, por lo que las vampiresas de la guardia tuvieron que ayudar a Jane y explicarle que sólo estaba teniendo su período, algo que la joven podría haber reconocido si lo hubiera tenido cuando fue humana.

Gracias a eso los Vulturi confirmaron que Jane era humana, pues esa era la mayor prueba de humanidad para las mujeres. Alec y Benjamín no estaban completamente seguros debido a que Jane continuaba bebiendo sangre.

Jane se sentía molesta y rabiosa. Su malestar y debilidad eran suficientes, no necesitaba sangrar durante días y sufrir como las humanas. Benjamín observaba a su esposa con impotencia, pues no sabía qué hacer por ella, aún no sabía cómo librarla de su dolor.


Los fuertes rayos veraniegos ingresaron lentamente a través de la ventana, acariciando el rostro de Jane. Ella gruño y se cubrió con la almohada, molesta por el comienzo de un nuevo día.

Con desgana se puso de pie para dirigirse a la ventana y cerrar las cortinas. Una vez que la habitación quedó a oscuras, ella volvió a la cama y se dejó caer con cansancio. Benjamín había olvidado cerrar las cortinas... Otra vez.

Con la llegada del verano el mal humor de Jane aumentó debido a que fue imposible seguir ocultando los cambios que su cuerpo había experimentado.

Durante el invierno había permanecido cubierta con mantas y gruesas prendas androginas, sin embargo, cada vez que iba a ducharse veía como su cuerpo empezaba a curvarse, como sus pechos crecían y lo más alarmante: como su rostro perdía sus rasgos infantiles para adquirir facciones juveniles.

Por siglos ella había deseado crecer, ser más adulta, tener un cuerpo más femenino. ¿De qué servía convertirse en una mujer si había días en los que apenas podía moverse voluntariamente? ¿De qué sirve que sus pechos sean más grandes si Benjamín no desea tocarlos?

Cada mañana había pasado más de diez minutos maquillando su rostro para crear una ilusión óptica y evitar que todos se dieran cuenta del cambio. Por más que lo intentó, dejó de hacerlo cuando se percató de que Alec y Benjamín la miraban con disimulo para verificar que lo que veían era real.

La incomodidad, la vergüenza y la rabia la invadieron cuando se despojo de la seguridad de sus ropas grandes para remplazarlas con prendas finas que no ocultaban su nueva silueta. Ella veía con impotencia el deseo reprimido en la mirada y los pantalones de su esposo, odiandolo por ser un cobarde y odiandose por estar tan débil.

Todos sus intentos por ocultarse eran inútiles, pues era imposible seguir negando que su cuerpo había cambiado. La debilidad le había dado la excusa perfecta para quedarse en su habitación y evitar a todo el mundo. La apatía se apoderaba de ella y cada vez era más difícil sonreír o fingir interés.

Con lentitud, Jane cerró las cortinas y volvió a la cama, dejándose caer con cansancio. Su respiración estaba agitada, por lo que se dedicó a dejar su mente en blanco, fijando su mirada en un punto aleatorio. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. Sólo debía hacer eso para calmarse, respirar es lo único que podía hacer bien, lo único que podía hacer sin sentir dolor.

Benjamín abrió la puerta de la habitación lentamente, cargando una bandeja con el desayuno. Mordió el interior de su mejilla al ver a Jane. Era tan frustrante ver lo hermosa y deseable que estaba volviéndose y saber que no podía tocarla como antes. Él es un vampiro que puede perder el control de si mismo y hacerle daño de forma accidental. Jane estaba demasiado delicada, no necesitaba sufrir más. Con cuidado, se acercó a ella y dejó la bandeja con el desayuno.

–Buen día, habibi.

Jane parpadeo un par de veces e inclino su cabeza hacia Benjamín, solo fue necesaria una mirada para volver a su posición original y suspirar.

–No voy a comer –sentenció con tono apático.

–Jane...

Ella cerró sus ojos y Benjamín negó lentamente. Se acercó lentamente y besó su mano, sin obtener una respuesta positiva de parte de Jane, quien simplemente toleró el tacto frío de su esposo.

El último besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora