|Capitulo treinta|

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Te lo dije.

Los días de enero comenzaban a pasar de largo en el colegio de Hogwarts, los estudiantes por fin se habían estabilizado de nuevo a su rutina escolar, mientras el gélido invierno seguía firme, pues la temperatura no cedía.

Evanna miraba desde la ventana del aula de Astronomia como la nieve seguía cayendo tupidamente, mientras jugaba con una carta que tenía entre las manos.

Hacia unos días que le había escrito a Evelyn, confesándole por fin la fechoría que había cometido al besar a Fred en el baile de navidad. Inexplicablemente aquello le había servido de desahogo, pues plasmar en papel todo su profundo resentimiento al pelirrojo le había ayudado a calmar las ganas de llorar que la embargaban cada vez que lo veía.

La coraza por fin comenzaba a funcionar.

Al sonar la campana del final de clases la pelinegra tomó de inmediato sus pertenencias y se giró en el pupitre para mirar a Daniel.

El pelinegro aún estaba muy entretenido detallando su mapa astral en el pergamino amarillento.

—Debo ir a la red flu. —le avisó al ojiverde quien de inmediato levantó la cabeza. —Te veo en el comedor.

—¿Qué prisa tienes? Espera, ya casi termino. —le reclamó el pelinegro medio ceñudo volviendo la vista su trabajo.

—Es carta para Evelyn. —rebatió ella, dejándole en claro que eso era suficiente motivo.

—¿Sabes? Cuando estés en Francia de nuevo espero que con esa misma convicción me escribas a mí también.

—Claro que lo haré, y no dejare que mis lentos compañeros me demoren en la entrega. —musito la joven juguetona acercándose para besar su mejilla. Daniel sonrió ligeramente aun mirando su pergamino. —Nos vemos en el comedor. —añadió levantándose del pupitre.

—Suerte. —alcanzó a exclamar Daniel antes de que Evanna se perdiera de vista.

Dumbledore había prohibido temporalmente el envió de cartas en lechuza al extranjero, pues por el mal tiempo a las aves se les dificultaba considerablemente hacer las respectivas entregas, por lo que había propuesto enviar todas las cartas por una red flu solo por aquel viernes.

Cuando Evanna llegó a la estancia se sorprendió de ver a los numerosos estudiantes que hacían fila para enviar su respectiva correspondencia, principalmente chicos de Durmstrang y sus mismos compañeros de Beauxbatons.

Con un suspiro de resignación caminó hacia el final de la sarta de jóvenes, sin embargo, antes de llegar siquiera a la mitad un ligero tirón en su brazo derecho le hizo perder el equilibrio hasta que con destreza logró estabilizarse. Y ahora estaba integrada a la fila.

Con desconcierto miró de quien se trataba y sonrió al mirar el rostro pecoso de George Weasley regalándole una perlada sonrisa.

—Que sutil, Weasley. —musito con gracia la joven mientras los estudiantes que se hallaban detrás miraban a Evanna con recelo por meterse.

—No pierden nada esperando un turno más. —contestó mientras se encogía de hombros, restándole importancia.

Evanna, ligeramente sonrojada rió por la jovialidad del pelirrojo, mientras este se cruzaba de brazos.

—De acuerdo, pero si me lanzan un crucio será todo culpa tuya. —bromeó ella y le sonrió agradecida. —¿Así que también te escribes con alguien fuera de Inglaterra? —inquirió cambiando el tema, notando que él llevaba solo una carta en la mano.

George tensó una sonrisa.

—Solo a Charlie. —se apresuró a decir. —No le envié saludos en navidad y seguramente mamá me reprenderá por ello si se entera.

«The Drageblod I: TRAVESURA REALIZADA» |FRED WEASLEY|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora