• Rulfo

119 3 2
                                    

Es verlo desde lo lejos su eterno talento, su confiable rutina, su único trabajo. La distancia es una extensión más de su cuerpo inmaterial, como sus brazos y sus piernas, como sus dedos y su piel, es parte de ella la eterna barrera inquebrantable. Allí vive, la habita y la recorre pero nunca la sobrepasa. Es su laberinto el que ocupa sin alas.

La barrera se fortalece con su palpitar y se alarga con su enormidad, pero se trasparenta con su quietud, con su quietud se acerca incluso hasta tocarlo. Zhus lo ve allí, tendido plácidamente sobre su lecho y su presencia incorpórea logra, por fin, hacer contacto. Se acerca a él, levitando sobre sus sabanas, y roza la piel de su rostro. Acaricia silenciosamente sus facciones mientras que su presencia sepulcral ilumina la habitación a oscuras. Zhus suspira sobre él haciendo vibrar sus cabellos y apretar sus párpados, pero Aitor sigue inmóvil, dormido y en paz.

Poco a poco la luz que en vida nunca ayudó a sus imperfecciones se cola por la ventanas. El cuerpo del chico se contrae y rápidamente despierta. Aitor abre los ojos y Zhus es disparada al instante lo más lejos de él que puede estar. Termina enganchada a aquel techo frío, colgada de la espalda intangible y con la barrera aplastándole el pecho, robándole el aliento. De nuevo pierde el aire como cada vez que logra verlo, en vida o en muerte. Aitor sale de la cama y se aleja de su alcance. Ella continua pegada al techo volviéndose parte del yeso como un día del asfalto.

Todos escogen el mismo camino, todos se van, él se va. Ella se quedaría a esperarlo pues ya se doblaba ante todo, ya había soltado sus amarras y él podía jugar con ella como si fuera de trapo.

Microcosmos; ftsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora