Evento de caridad
Todavía rebotaban en mi cabeza los gritos de mi padre. Transmitía la furia en su voz, en su rostro y en sus movimientos corporales.
Durante la mañana, mi tía había pasado por casa para hablar con su hermano sobre mi asunto. Creí que todo iba a terminar en un final feliz, pero la discordia no tardó en llegar. Gritos retumbaron en las paredes de la sala de estar, junto con algunos insultos y reproches mutuos.
Tenía la esperanza de que Jenna pudiera hacer recapacitar a mi papá sobre la decisión de mandarme al colegio privado, sin embargo al observar su reacción, cada vez me sentía más cerca de ese horrible uniforme azul a cuadros. Quizás era hora de bajar los brazos y de resignarme a asistir a una escuela nueva. Le tenía que decir adiós a mi sueño de graduarme con mis amigas.
Eran las ocho de la noche y me encontraba con la cabeza hacia un costado, visualizando la imagen que me devolvía el espejo. Lucía un vestido rosa pastel de hombros caídos, ajustado en la cintura, suelto en la parte inferior y largo hasta las rodillas. Me gusta cómo me quedaba, pero no estaba de ánimos para llevar tal prenda. En ciertas ocasiones me atacaban esas ganas de arreglarme y sentirme elegante y bonita. Hoy no era ese día, mi cuerpo pedía a gritos un pijama y una cama. Con solo pensar que tendría que aguantar estos tacos aguja por horas y horas, me poseía un sentimiento de morirme aquí mismo.
Para mi mala fortuna, en una hora tenía que hacer presencia en una fiesta de caridad organizada por los ciudadanos más destacados de Wingwood. Odiaba estos tipos de eventos, no por que no fuera una persona solidaria, sino que las personas privilegiadas ofrecían donaciones monetarias para sentirse bien con ellos mismos. Mi familia era así, les encantaba proclamar que ayudaban a los más necesitados cuando en realidad lo hacen para quedad bien parados ante la sociedad. Eran muy pocas las personas que practicaba la filantropía desde el corazón y el amor al prójimo.
Luego de aplicar delineador en el parpado de mi ojo y de acomodar la trenza con la que peiné mi cabello, salí de mi habitación y me dirigí al piso inferior de la casa. Allí estaba mi madre, la cual al segundo de verme, me llamó emocionada con la mano para que me acercara a ella. Cuando me paré a su lado, pasó su brazo por mi hombro y posicionó su teléfono móvil frente a nuestros rostros. Sonreí forzadamente para esa foto llena de hipocresía que ella subiría al instante a sus redes sociales con el objetivo de que sus amigas presumidas la vieran.
―Luces muy hermosa, hija ―dijo la mujer de cabello rubio teñido, mientras acariciaba mi mejilla.
Lenora Bartlett, era el nombre de la persona que me dio la vida. Hija de una familia adinerada que le brindó la mejor educación y grandes oportunidades. Se recibió con honores de periodista en la universidad de Yale, pero su titulo quedó guardado en un cajón debajo de una pila de papeles. Nunca ejerció, limitó su vida a no darle respiro a la tarjeta de crédito, al fanatismo por tratamientos estéticos y, por último, a mi crianza. Sus padres nunca le reprocharon que haya desperdiciado tantos años de estudio, de hecho estaban felices de que se haya casado y formado una familia. Después de todo, la mayoría de las mujeres de mi árbol genealógico se dedicaban a ser madres coquetas.
Amaba a mi mamá, sin embargo debía admitir que era una figura bastante ausente en mí día a día. Su centro de atención se posicionaba en ella misma, en todo lo relacionado a su físico y a la mirada del otro. Igualmente no la juzgaba, no tenía la culpa de que su crianza fuera tan superficial.
―Tú también se ves hermosa, mamá. ―Sonreí―. Ese vestido rojo te queda espectacular.
Mi padre salió de la cocina, con la mirada pegada en el celular. Lo miré y él ni me registró. No nos dirigíamos la palabra, tampoco quería hacerlo. Ambos estábamos muy enojados con lo sucedido en la mañana. Él, porque me consideraba una rebelde y un irrespetuosa y yo, por su manía de querer controlar mi futuro.
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Mi vida no es una serie
Teen FictionSexo, alcohol, drogas, fiestas descontroladas y poca noción de la realidad. Eso era lo que veía que cada vez que me disponía a empezar una serie de adolescentes. Como chica de dieciséis años, no me sentía para nada identificada con lo que los produ...