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Rebeldía adolescente

Mi vientre dolía de tanto reír. Ni siquiera me acordaba cuándo fue la última vez que me reí con carcajadas estruendosas. Me sentía plena y feliz. Se me hacía difícil explicar el nivel de éxtasis que estaba experimentando en este preciso instante. Quería vivir en este estado para siempre.

Tiré mi torso hacia atrás, apoyé mi peso en los codos y estiré las piernas. La posición de indiecito sobre la dura madera no era para nada cómoda. Miré al cielo y mis ojos se toparon con las copas verdes de los arboles. Las veía borrosas, no lograba enfocar mi mirada. Parpadeé una y otra vez intentando conseguir una mejor visión. Seguía captando una imagen confusa que me hizo dar cuenta de lo que me estaba sucediendo.

― ¡Estoy borracha!― grité, asustada.

Jarvis largó una carcajada y yo lo miré con mi peor cara de enojo. Nada de esto me causaba gracia, nunca antes me había emborrachado y no sabía como mi cuerpo reaccionaría ante los efectos del alcohol.

― ¿En serio, Arlene? No me había dado que estabas borracha. Gracias por aclararlo― dijo, irónicamente entre risas.

―No es gracioso, Jarvis. Es la primera que estoy ebria, no sé cómo manejarme con alcohol en sangre.

―No te preocupes, no pasa nada. Solo disfruta la sensación. ―Encogió sus hombros, desinteresadamente.

La petaca de whisky se ubicaba en el medio de nosotros dos. La observé unos segundos, analizando si era buena idea seguir ingiriendo ese liquido amargo. Mi parte buena decía que era una pésima decisión, pero mi parte mala insistía en que tenía que dejarme llevar. Escogí la segunda opción, después de todo era una simple adolescente. La gente de mi edad hacía este tipo de cosas, ¿no?

Además me sentía segura en compañía de Jarvis. Anteriormente había dicho que iba a cuidarme, así que confiaba en su palabra. Cuando éramos pequeños él se encargó de protegerme. Recordaba aquella vez en el jardín de infantes cuando un niño me trató de tonta porque aun no sabía atarme los cordones. Ese día lloré mucho a causa de su burla y a Jarvis eso no le gustó. Buscó un baldecito de plástico, se fue a grandes zancadas al arenero, juntó arena, se acercó al nene que me molestó y le tiró todo el contenido en la cabeza.

Amaba mantener en mi memoria esos momentos. Pasábamos tanto tiempo juntos que sentí un terrible vacio cuando él se alejó. A medida que fui creciendo me acostumbré a su ausencia en mi vida, hice otras amistades con las que disfrutaba pasar mis días. Pero ahora que estábamos frente a frente pensaba en lo maravilloso que hubiera sido permanecer uno al lado del otro, compartiendo miles de vivencias. Aunque si lo miraba desde otra perspectiva, yo estaba enamorada de él y seguramente eso hubiese interrumpido nuestra amistad.

Tomé la botella de metal entre mis manos y tumbé el pico hacia mi boca. El sabor amargo y fuerte hizo contraer los músculos de mi rostro. Dios, qué bebida horrenda. Igualmente tenía que admitir que la sensación de ebriedad que el líquido me acusaba, me gustaba bastante. Era indescriptible la felicidad que recorría en mi cuerpo.

―Entonces... me llegó el rumor de que te vas a cambiar a mi colegio. ¿Eso es verdad? ―preguntó, Jarvis.

―No del todo. Mi papá quiere cambiarme, pero me desagrada totalmente la idea ―contesté, dejando la petaca en el suelo― No me malinterpretes, no tengo nada en contra en tu colegio, pero ya tengo armado mi pequeño mundo en el Epic.

Cuando Jarvis estaba a punto de hablar, su celular empezó a sonar. Él lo sacó del bolsillo de su pantalón y atendió. Pronunció un par de oraciones que no tenían sentido para mí y cortó la llamada.

Mi vida no es una serieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora