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Isaac estaba mareado, sentía la piel hormigueante y sudada, un pinchazo de placer le hizo arquear la espalda pues Sebástian había entrado en él de nuevo, era la tercera o quizás la quita vez en lo que iba de la noche, no lo sabía y ni quería gastar mucho tiempo en pensar en ello pues el placer que le brindaba el no estar consciente de lo que hacía le sobrepasaba por completo.

Las estocadas iban cada vez más rápido, clavándose tan profundo que comenzaba a dolerle, pero no importaba. Dentro de aquel mundo de placer-dolor estaba su lugar, su mente iba tan rápido y su cuerpo cambiaba de lugar tan rápidamente que tuvo que cerrar los ojos para no marearse aún más.

Sintió que las manos ajenas le acariciaban con violencia su incesante erección, tan dura que comenzaba a añorar su liberación y a sabiendas que esta tardaría muchísimo en llegar se dedicó a dejarse llevar.

Sebástian lo trataba con fuerza y violencia sin una pizca de delicadeza, sus manos quedaban marcadas en la blanquecina piel, tanto que las marcas no lograban desaparecer antes de que otras nuevas aparecieran. Era exquisito lo que sentía, Isaac se dejaba hacer y deshacer, entregándole cada parte de su cuerpo y rebajándose a lo que él quería.

Le parecía curioso, pero sin duda era increíble el cambio que había logrado en el menor, dejó de pensar en tanto en cuanto escuchó los sollozos del rubio y con su mano tapó su boca mientras sus estocadas seguían, fuertes y precisas.

Su liberación llegó y con ella la de Isaac, dejándolo caer en la húmeda cama se levantó, sin importarle demasiado lo que pasaría o no con él.

Cuando Isaac despertó horas después, Sebástian ya no estaba, trastabilló hasta llegar al baño, necesitaba una ducha, la cabeza le dolía a horrores y sentía la boca más seca que un desierto. Miró con asco su reflejo en el espejo, su cuerpo estaba repleto de marcas rojas que fueron ocasionadas por las cuerdas que aquel hombre colocaba en su cuerpo y otras más por el agarre poco amable que tenía al tocarle.

Era un asco, día tras día comenzaba a odiarse un poco más, sin embargo encontraba algo de fascinación en las experiencias que comenzaba a vivir, ¿estaba enfermo? En definitiva sí, pero no podían culparle por ello, las decisiones que tomó fueron resultado de todo lo que pasó en su vida en tan poco tiempo, su madre murió, la luz y la esperanza fueron enterrados junto con ella en aquel féretro blanco, por un momento la idea de ir tras ella no sonaba tan descabellada en su cabeza, pero se había obligado a mantenerse atado a la vida, sobre todo por todos aquellos a los que estaba dejando atrás. Por si fuera poco, Max también se había ido y el corazón se le rompió en tantos pedazos, pedazos tan pequeños que una parte de él comenzaba a pensar que jamás sería capaz de recuperarlos todos.

Sebástian le daba placer con locura y eso le ayudaba a sobrepasar su miserable existencia, quizá algo de eso era el trabajo de aquellas pastillas de colores que le hacían perder la noción del tiempo y que sin duda llevaban su cuerpo a otro nivel.

Llevaba tres meses en esa rutina, le había pedido a su ex profesor que cambiara las cerraduras de la casa, así ni David ni Sofía podrían entrar. ¿Estaba siendo egoísta? Definitivamente sí, se había encerrado en su propia miseria, sintiéndose asfixiado por la soledad que se ceñía lentamente sobre su piel.

Sebástian y él habían acordado que sólo usaría las pastillas en presencia del mayor, así que Isaac pasaba los segundos, minutos, horas e inclusive días, tratando de mantener su mente lo más ocupada posible, ignorando los fantasmas de su pasado. Porque pensar en el futuro le aterraba y pensar en el pasado era subir a un barco que le llevaba directamente a la depresión, así que ponía todos sus esfuerzos para concentrarse en el presente, tratando de no encerrarse en la agonía que los recuerdos le hacían sentir.

Su día tornaba para bien cuando se escuchaba el tintineo de llaves en la puerta de entrada, Isaac le daba la bienvenida a aquel hombre esperándole escaleras abajo, sin ropa y arrodillado, abriendo la boca para que Sebástian depositara en ella la gloriosa pastilla que le regresaba la vida y treinta minutos después sucumbía a la felicidad momentánea y al placer exquisito.

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6 meses antes

–Muchas gracias por acompañarme Max, sinceramente no sé qué hubiera hecho si te negabas –respiró profundo, sintiéndose un poco de alivio. –Necesitaba aire fresco...gracias –sonrió.

–Daniela somos amigos, ¿no? Es lo que los amigos hacen, no dejar caer al otro cuando se está mal...aunque me parece curioso que jamás me hablaras de tu "Novio" –hizo comillas con los dedos –Creí que tu padre era demasiado exigente con ese tema.

–¿Sabes? Tengo vida propia, mi papá no puede estar inmiscuido 24/7 en lo que hago, si así fuera yo no estaría aquí... –rió. –La vida es muy injusta...realmente llegué a creer que pasaría el resto de mi vida con él, ¿Suena patético?

–Claro que no... –negó Max. –Cuando conoces a tu persona... lo sabes, lo sientes...es como si todas las piezas encontraran su lugar, como si entendieras de una vez por todas la razón por la cual no funcionó con nadie más.

–Que romántico eres... ¿tú crees que ya conociste a tu persona? –Max sonrió, quizá dándole la respuesta sin siquiera hablar.

–Creo que sí, bueno más bien estoy seguro...es una persona genial...espero que algún día le conozcas. –el azabache miró al suelo, nervioso mientras jugaba con sus pies. –Pero creo que no se lo estoy haciendo para nada fácil...es muy agobiante estar aquí, si poder hablarle o estar cerca. –suspiró, soltando una bocanada de aire pesado.

–Estoy segura de que ella lo entiende –Max se mordió la lengua para no corregirla. –Se ve que la quieres mucho...

–No quiero perderle Dani, hemos pasado por mucho y creo que dejarle ir no está en mis planes...

–¡Basta! Me pones mal...vamos por unos tragos...son necesarios para mí –le interrumpió.

Max soltó una carcajada y caminó en silencio hasta llegar a la motocicleta, no es que no confiara en Daniela para decirle la verdad sobre Isaac, confiaba en ella pero no en su padre.

Llegaron a un bar al que iban con frecuencia, el ambiente era bueno y con la influencia de la familia de Daniela siempre lograban tener el mejor lugar. La música alta les dio la bienvenida y Max intentó relajarse mientras los primeros tragos de la noche llegaban.

Daniela bailaba sobre la mesa mientras sostenía su copa en alto así que el azabache aprovechó para ir al sanitario. Al percatarse que Max no estaba, la castaña bajó de la mesa a la par que sacaba de su bolso un pequeño gotero.

–Espero que algún día me perdones... –susurró para sí misma, para después poner unas cuantas gotas en la bebida de Max. 

F A L L I N GDonde viven las historias. Descúbrelo ahora