ANUBIS.

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El Cairo, Egipto

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El Cairo, Egipto.

Torre del Cairo
Contemplo la hermosa vista de mi Egipto amado, tan diferente a como la vi nacer. Siempre me impactará, no puedo creer todo lo que he visto pasar ante mis ojos; siglos y siglos de búsqueda, encuentro y de perdida.
Perderla cada vez era más fuerte, no necesito de años, ni siglos con ella para comprender lo maravillosa que es.
Aún recuerdo la última vez que la encontré, verla girar mientras sonreía hizo que mi corazón palpitara fuerte, siglos buscándola por odiarla y desde ese instante fue imposible. Así mismo recuerdo claramente cuando la perdí en esa oportunidad en manos de Seth; estaba decidido hacer lo que debiera para volver a mi amado Duat, pero ese maldito egoísta, envidioso, no me ha dado tregua; y pese a que soy el único que puede abrir las puertas de entrada y salida, no sé de qué artimañas se valió para que Osiris le permitiera ir y venir.
Debo volver y recuperar el orden en nuestro mundo, porque mientras más años pasan, Seth  hace muchas de las suyas y no quiero ni imaginar de las torturas que estarán sufriendo todos los dioses en manos de él.
Escucho un leve movimiento, pero no me giro, espero que ella se acerque, sus manos cálidas recorren mi espalda; luego mi cintura para quedar sujetas en esta y abrazar mi abdomen, su calor traspasa nuestras ropas, ella es tan cálida y tan dulce. 
―Nuevamente perdido en tus pensamientos. Por qué no me cuentas qué te tiene tan preocupado.
―No es nada, solo son cosas mías. 
―Solo son cosas mías ―repite―. Siempre me dices lo mismo y en esta última semana te veo más preocupado que nunca, puedes contarme, llevamos más de seis meses viajando de un lado a otro y hoy ni si quiera me has dicho por qué nos hemos quedado aquí. Digo, no me quejo de la vista, es fabulosa, pero pensé que nos hospedaríamos en un hotel.
―Me gusta la vista ―zanjo para que no siga buscando algo que no creo le dé, información.
Cómo le diría que soy un dios y que ella… Ni siquiera puedo pensarlo, repetirlo en mi mente es todo un tormento, pero si realmente quiero que esto funcione debo confiar en que ella creerá todo, y si no lo hiciera, pues de igual modo no servirá.
―Está bien, no confías en mí, de igual modo siempre hay que hacer lo que tú digas, pero sabes por qué me uní en este loco viaje, porque me gustas y quiero estar junto a ti, sin embargo, si no me cuentas las cosas no puedo ayudarte, no me tienes confianza y eso me duele.
Declara mientras trata de quitar sus manos de mí, aprisiono sus muñecas evitando que se aleje, sus dulces manos y su deliciosa calidez es una de las pocas cosas que me deleitan en este mundo tan pagano y banal.  
―Allá ―digo guiándola hacia delante de mí―. A dieciocho kilómetros de aquí está Keops, la gran pirámide de Giza, y debajo de esta la séptima puerta al Duat, mi hogar…
―¿Cuál Duat? ―pregunta mientras se gira tratando de encontrar lógica a mi comentario―, ¿el Duat, que es considerado el inframundo? ―asiento mientras me pierdo en sus hermosos ojos ámbar―. ¿Sí sabes que lo que me acabas de decir no tiene lógica y menos cordura de tu parte?
―Sé muy bien cada palabra de lo que te voy a decir, querías que confiara en ti, pues bien ―digo mientras mis dedos recorren su labio inferior―. Entonces guarda silencio y escucha hasta la última letra que te diré.
»Soy originario de Behedet, hijo de Neftis y Osiris, mi madre engañó a mi padre haciéndose pasar por su hermana Isis y así fui concebido. Su esposo Seth, hermano de Osiris, no tomó muy bien el engaño de su esposa Neftis, así que sumado a la envidia que siempre había sentido hacia él se vengó de él matándolo y esparciendo su cuerpo por varias parte de mi Egipto amado, Isis emprendió la búsqueda del cuerpo de Osiris y mi madre junto conmigo la ayudó, logramos recuperarlo y realizar el ritual de momificación para que volviera a la vida, el hijo de estos,  vengo a su padre contra Seth y este desapareció por un tiempo, pensamos que no regresaría, pero nos equivocamos. Muchos siglos después volvió e hizo un total caos en el Duat, mató y encerró a los dioses, aun así había algo que se interponía entre el éxito de su plan…
―¿Qué? ―susurra mientras su vista se queda perdida en el horizonte hacia Keops.
―Es más bien un Dios ―aclaro―. Y Seth debía entonces asegurarse de matarlo y hacer lo que le hizo a Osiris con anterioridad, sí lograba esto su victoria seria total y sin revés. Sin embargo no pudo prever que Thot predeciría sus intenciones y antes de ser asesinado en manos de él, le contó a esta dios lo que Seth tramaba, pero Thot no pudo predecir el tiempo y cuando se encontraba con el dios informándolo, Seth llegó a su cámara, tratando de derrotar a Seth el dios entró en batalla contra este y lucharon arduamente, Thot con su poder de la palabra tomo un papiro y realizo una profecía, el dios debía dejar el Duat y volver con las almas de los guardias reales, pero estando afuera el señor de los secretos de las vendas; no podría regresar ya que Seth cerraría por la eternidad las puertas evitando que los dioses y difuntos fueran al juicio de Osiris y se decidiera si debían volver a la vida, de todos modos estando los dioses muertos y sin nadie que les realizara el ritual de las vendas se quedarían allí.
»Thot entregó el papiro al dios mientras Seth se enfrentaba a los sacerdotes de este y le dijo que debía buscar a la descendiente de Tefnut, que con la bendición de Ani, el señor del norte y el Sur, nacería en el solsticio de verano, Seth escucho a Thot y lo maldijo matándolo el dios huyo del Duat y este se cerró, se dedicó a buscar fervientemente a la descendiente de Tefnut hasta que la encontró; en esa oportunidad Seth se adelantó y la asesinó delante de la mirada incrédula del señor de la necrópolis, pero lo que no se esperó Seth fue que la joven fuera tan pura y se fuera directo al Dat, Ra que veía todo desde su cielo privilegiado envío de nuevo a la mujer a renacer; por siglos han realizado una cacería insensata, matando a la misma mujer año tras año cada vez que la encontraba, el dios desesperado no podía llegar primero a ella antes que Seth, pero en una oportunidad logro llegar antes que el dios del caos la encontrara y se dedicó a protegerla, cuidando de no ser encontrados.
―¿Y volvieron al Duat? ―susurra su pregunta.
―No han vuelto al Duat, para que la mujer pueda ir debe ser una pecadora, debe conocer uno o varios de los pecados de este mundo, y siempre que fue asesinada por ser tan pura fue directa al Dat, por eso la única solución es hacerla pecar para que la puerta por donde escapo el Dios se abra y poder luchar contra el señor del caos y  restaurar el orden de todo.
―Es una hermosa historia, pero no me dice qué es lo que te tiene tan pensativo ―interroga mientras se gira y coloca sus manos por mis hombros recorriéndolos hasta llegar a mi cuello y prenderse.
―Que soy yo el elegido que debe hacer que ella conozca el pecado.
―¿Y debes dejarme para hacer eso? Quiere decir que si toda esta historia es real debes irte para realizar tu tarea ―murmura sobre mis labios.
―No ―susurro mientras la pego más a mi cuerpo.
―Entonces, no te preocupes tanto y disfrutemos el ahora, miremos el atardecer y luego arreglaremos lo que sea que necesites arreglar.
No digo nada adicional estrello mis labios contra los suyos cálidos y húmedos, me pierdo en su sabor mientras mi lengua busca la suya, la succiono lentamente mientras escucho sus gemidos sus manos van hacia los botones de mi camisa y uno a uno los va deshaciendo, recorre mi abdomen y mi entrepierna se tensa al sentir su cálidas manos acariciar el borde de mi pantalón, se deshace de mi correa, abre la pretina y su mano explora debajo de mi cintura, esto es lo que me enloquece de ella , no se detiene ante el placer, mientras sus manos me acarician mi boca succiona la suya, mordisqueo sus labios y jalo suavemente entre mis dientes, nuestros alientos se mezclan y los gemidos se hacen presente.
Muevo mis manos de su espalda y tiro del cierre del vestido en su espalda este se mueve hasta sus codos y dejan a la vista sus hermosos y tentadores pechos, adoro que no sean excesivamente grande y que pueda tomarlos en mis manos, mi boca mordisquea su quijada y hace su camino hasta el lóbulo de su oreja, gruño al sentir su apretón y jadeo.
La muevo hasta la pared de vidrio y el calor de este se siente en la piel, el sol reposa directamente en él, el atardecer inicia y sus manos tiran de mi pantalón dejándolo caer hasta mis tobillos, la giro y quito su vestido, lleno de besos su nuca y bajo por toda la línea recta hasta morder el inicio de su trasero dejo mi lengua recorrer entre sus pliegues y mordisqueo el final de sus nalgas, escucharla jadear es una melodía para mi cuerpo, rompo la tanga de encaje y la arrojo  a un lado, su aliento de refleja en el vidrio y sus palmas se encuentran extendida sujetándola contra el cristal.
Mis manos recorren desde su cintura hasta su vientre y bajo perdiéndome entre la humedad presente, beso su hombro e incursiono en su interior.
―Mmm, siempre cálida y húmeda para mí ―ronroneo en su oído y su reacción no se hace esperar cuando endereza su espalda y levanta la pelvis echándola hacia atrás.
Mi excitación se encuentra con su piel, mi palpitaciones no se hacen esperar y el deseo nos desenfrena, la inclino hacia la pared y mis dedos abandonan su interior, beso y mordisqueo su espalda mientras me hago espacio entre sus muslos, y justo en el momento en que nos unimos reafirmo toda mi tormento, me quedo quieto mientras me recibe en su interior y es ella quien inicia un adictivo movimiento con sus caderas sus pierna se tensan y la visión es sumamente sensual, sostengo su cintura con una de mis manos y me inclino un poco para que la otra pueda acariciar sus senos, el moreno de mi piel hace contraste con la blancura de la suya y es esa visión de dominio de nuestro tonos lo que me hace perderme en el mar de la lujuria, poseerla es una adición, llenarla de mí una necesidad. Mis movimientos se intensifican y sus jadeos aumentan, mi mano abandona sus pechos y las coloco ambas sobre su cintura la inmovilizo mientras entre y salgo de ella una y otra vez.
―Mira el atardecer, mi diosa ―murmuro roncamente, quiero que vea lo hermoso de mi tierra y que se quede grabado en su memoria, no solo la vista sino las sensaciones de sentirme dentro de ella.
Unos minutos después jadea mi nombre mientras yo grito el suyo. Nuestras respiraciones están alteradas y sus piernas flaquean un poco, la tomo entre mis brazos y me encamino hacia el sofá, me dejo caer en este y me recuesto con ella sobre mí, sus tacones son lo único que lleva y su dulce cuerpo acaricia el mío con cada respiración.
―Eso estuvo espectacular, siempre que vea el atardecer recordare este delicioso momento ―ronronea mientras busca mi boca y nos besamos.
Cuando pasan unos minutos y nuestros labios hinchados duelen, nos separamos un poco, nuestras miradas se encuentran y puedo ver claramente la lujuria en ellos. Sonrío de lado porque me fascina que no sea para nada cohibida y que disfrute de estos momentos como yo.
Sus piernas se acomodan a cada lado de las mías dejando reposar sus pies en el piso, levanta una ceja mientras sonríe pícaramente, toma mi virilidad entre sus manos y masajea lentamente no le toma mucho lograr que esté listo nuevamente y menos cuando su boca lo acaricia junto a su lengua, el morbo se apodera de los dos y la coloco de nuevo sobre mi cintura, solo que esta vez me introduce en ella lentamente.
Sus movimientos inician suavemente y mientras las sensaciones se apoderan de nosotros el ritmo aumenta; con mis manos la tomo por sus nalgas y aumento la intensidad del movimiento, jadeamos, gemimos nos desbocamos en un sube y baja de emociones y antes de perdernos en el éxtasis sus palabras son mi perdición.
―Te amo, mi diosa. ―Sin saber ella el por qué, desde que la encontré la he llamado así, diosa, y hoy ella me ha dado la mayor de la felicidades saber que me considera suyo como yo la sé mía.
Nuestro clímax arrasa con toda la cordura que nuestras mentes pudiera tener en ese momento y nuestros corazones se hablan entre ellos dejando salir todo aquello que es limitado por la razón cotidiana.
El calor de nuestro cuerpos se hacen compañía mientras el cielo se llena de estrellas y las luces de la ciudad comienzan a aparecer.
―Te creo ―dice interrumpiendo el silencio―. Todo lo que me contaste y sobre tu encomienda.
―Eso me conforta, que no pienses soy un desquiciado.
―¿Crees que lo lograrás? ―me pregunta de repente y por un momento me siento perdido.
―El qué ―cuestiono.
―Encontrar a la hija de Tefnut.
―Sí, de eso depende que mi mundo vuelva a la normalidad y que no se cree un desastre en los venideros tiempos, Seth es capaz de todo por el poder.
―Inpu ―me nombra y yo conecto con su mirada―. Cuando la encuentres, ¿qué debes hacer? Digo, hacerla pecadora imagino no será lo difícil, ¿pero luego qué?, ¿debes irte?, ¿deberás seguir al dios que te encomendó esta tarea? 
Cierro los ojos y me preparo para terminar la parte de la historia que me carcome desde que la encontré, desde el primer día que tome su pureza y que la hice mía, en el momento que la amé y me prendé de ella, aun sabiendo cuál será su final.
―Solo los dioses pueden entrar en el Duat, y solo el señor de las necrópolis puede prepararlos para llegar al juicio de Osiris, allí se decide si el corazón de este dios ha sido lo suficiente puro para ir al Dat, pero sino baja hasta el Duat, las ocasiones anteriores ella ha sido tan pura que ha partido directo y por eso Seth no ha podido impedir su renacer.
―Cómo harás para encontrarla, por eso hemos venido aquí y nos hemos escondido.
―Sí ―digo con pesar―, el papiro decía que ella nacería el día más largo de la tierra, cuando tuviera los veintiún años de vida deberá ser… ―Me callo por un momento para tomar valor y continuar―. Sacrificada en la entrada de la séptima puerta. 
―¿Pasará en su cumpleaños? ―pregunta
―No, ella deberá morir en el solsticio de invierno, porque es el día más corto, así Seth no tendrá tiempo de actuar. Él quiere robar su cuerpo y esparcirlo por todo Egipto, así no se podría embalsamar y las puertas nunca se abrirían.
―Me da terror conocer a Seth, se oye muy malvado. ―Y mi cuerpo se tensa de solo recordar e imaginar lo malo que es el dios del caos―. ¿Cómo se llaman?
―¿Quiénes? ―pregunto mientras me pierdo en las sensaciones de su mano recorriendo mi pecho.
―El dios y la diosa.
―Ella se llama Nut y el Anubis. ―Su cabeza se levanta de golpe y su rostro palidece.
―¿Cuando dices que nació ella? ―murmura contrariada.
―En el solsticio…
―No, ¿en qué fecha nació ella? ―zanja mientras se levanta y toma la manta para tapar la desnudez de sus pechos.
―El veintiuno de Junio ―susurro y siento su cuerpo tensarse.
―¿Cu- cuan- cuando es el solsticio de invierno? ―pregunta mientras sus manos se tensan sobre la manta.
―El veintiuno de diciembre ―jadea al escucharme y lleva una de sus manos a su boca.
―Eso es mañana ―dice con voz temblorosa y lágrimas a punto de salir de sus ojos―, dime nuevamente cuál otro nombre se le da a Anubis. ―Sus ojos están a punto de soltar la humedad que retienen y su cuerpo tiembla levemente.
―El señor de las vendas, Maestro de las necrópolis, guardián de las tumbas… ―recito forzado y la veo perderse entre las conexiones que hace su cerebro con toda información.
―¡Quiero el maldito nombre! ―me grita con desespero.
―Inpu ―menciono con dolor.
Su cuerpo cede mientras tiembla y cae entre el sofá y mi cuerpo, sus lágrimas se derraman imparables y su llanto se hace más fuerte y doloroso, mientras yo la atraigo más cerca de mi pecho y la arropo con mis brazos, tratando de sumar su dolor al mío, mientras me debato entre qué hacer.
―Tú, maldito embustero ―dice mientras trata de zafarse de mis brazos y yo la atraigo más cerca, no la quiero alejada de mí―. Me engañaste, llenaste mi mente de amor y felicidad haciéndome caer en tu trampa. Te odio.
―No lo haces, y eso no es así. Siempre te he buscado con la intención de salvar mi mundo…
―Y por eso me enamoraste, me sedujiste ―me interrumpe y su miedo va convirtiéndose en ira, se remueve nuevamente, por temor a que se lastime la dejo ir―, lujuria ―susurra y me mira con mucho dolor.
―Qué dices.
―La lujuria, claro me llevaste hasta el punto de no querer sentir más que tu ser dentro de mí, que nuestra pasión desbordara cada rincón nuestras pieles, no desear nada más para vivir que tus labios…
―No, eso no es así. ―Me acerco y la sostengo cuando intenta alejarse―. Yo te he amado desde el día que te conocí, deseo cada centímetro de tu piel y adoro cada minuto que he vivido contigo pasaste de ser mi objetivo a ser mi vida.
―¿Tú vida? Por lo que es tu vida ―me grita descontrolada con lágrimas recorriendo su rostro―. Es que viniste aquí y harás lo que debas hacer por salvarlo, salvaras lo que para ti es tu vida.
―Exactamente, mi diosa, vine aquí para salvar por sobre todas las cosas lo que es mi vida ―gruño las palabras atascada en mi garganta mientras temerosa me ve acercándome de nuevo a ella―, haré lo que sea y más allá para protegerlo. ―Ella asiente mientras muerde su mejilla internamente y su respiración se acelera, aun así se mantiene con la frente en alto y mirándome fijamente―. Y mi vida eres tú.
La tomo entre mis brazos haciendo que su jadeo se pierda entre mi boca mientras nos perdemos entre nuestros labios que ansiosos se devoran sin contemplación, quito la manta que separa su piel de la mía que enloquece por este contacto dejándonos nuevamente con ella debajo de mí recostada en el sofá, mientras reafirmo que nos pertenecemos el uno al otro uniéndonos de esta manera tan deliciosa, seductora y carnal.

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