INTI.

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Ignatus Paucar se encontraba en una de sus excursiones aventureras por la selva espesa y hermosa del Amazonas

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Ignatus Paucar se encontraba en una de sus excursiones aventureras por la selva espesa y hermosa del Amazonas. Le gustaba mucho perderse en la naturaleza, explorar y estar en constante contacto con ella, siempre en movimiento. Le hacía recordar tiempos remotos de su vida, tiempos donde había visto todo desde lo alto, observado con dedicación como su hermana creaba y moldeaba la tierra, mientras él se encargaba de llenarla de luz, de calentarla, de favorecer a su pueblo y protegerlo. No queriendo perderse en sus pensamientos siguió su camino. Buscaba el río para practicar un poco de rafting, al menos eso era algo que podía agradecer, ahora era un entusiasta de los deportes extremos, la acampada y pasar horas mirando el cielo; el cual contemplaba desde la tierra, siendo hombre. Ya no podía observarlo como si fuera su horizonte, su mundo.
Gran parte de su vida terrestre se la había pasado observando el cielo, no solo porque sintiera añoranza por su hogar, sino porque podía ver a su amada todas las noches o al menos su resplandor, el elemento que la había representado durante eones.
Y es que, Ignatus Paucar, no era cualquier hombre aficionado a la vida natural y silvestre, ni se resumía en ser un gran empresario poseedor de una vasta fortuna, no. Él era la gran deidad del pueblo Inca, aquel dios del sol a quien los quechuas adoraban y pedían con fervor su protección, quien aliviaba sus necesidades, a quien solicitaban ayuda para resolver sus problemas, quien los favorecía. Descendiente del dios creador, también había tenido esta cualidad, era el rey del cielo, del universo mismo. Habían erguido templos en su honor, a lo largo de todo el territorio del imperio inca, siendo el más grande el Coricancha, ubicado en Cuzco, Perú.
Sin embargo, un día. Uno de los grandes chamanes del pueblo, quien más adoraba y obedecía a los dioses; tanto, que se había ganado, en muchas ocasiones, el favor de estos; informándole de daños y padecerles advenideros, dándole sabiduría y conocimientos del universo, el entendimiento necesario para que ayudara a guiar a la civilización. Aquel chamán, perdió a su esposa e hija, debido a rencillas y guerras con otras tribus, ahogado en el dolor y la pena, había pedido, implorado y suplicado a Inti (su verdadero nombre siendo el primer dios en el escalafón celeste) que devolviera la vida a su familia. Él no tenía injerencias ni posibilidades de concederle su petición, era profanar el ciclo natural, lo que yacía muerto así debía permanecer hasta su nuevo renacer. Inti, le dejó ver que su familia renacería en su momento en una nueva vida sobre el plano terrenal, que él debía fortalecerse y avanzar. No obstante, el chamán, no cedió, influenciado por la ira y el dolor realizó ritos corrompidos para volver a la vida a quienes amaba y en su fracaso hizo lo que Inti jamás considero ni previó.
El chamán invocó la presencia de Inti en el templo, durante una noche de luna llena, hizo los sacrificios requeridos y él como buen dios, conociendo el dolor y pena de aquel hombre, acudió. Cuando estuvo delante del chamán, se dio cuenta que por medio de magia oscura y perturbada había sido retenido e imposibilitado de usar sus habilidades y poderes; escuchó con ira desmedida lo que decía aquel hombre insensato.
―Estarás condenado y atado a la vida de la tierra, no podrás volver a vanagloriarte de lo que eres, porque en hombre humano semejante te convertirás, atormentado por querer regresar a tu pasado y todo lo que conocías como seguro y estable…
Mientras el chamán hablaba, iba perdiendo su vida, el envejecimiento lo devoraba cada vez que una palabra salía de su boca, cada vez que sus manos se movían para realizar el maleficio. Inti desesperado e iracundo por detener aquello, tratando de liberarse de la barrera de energía que lo apresaba, hizo explotar su fuerza, su vitalidad y luz… Pero ya era demasiado tarde, no había vuelta atrás, él mismo se percataba de que iba tomando la apariencia y tamaño de un hombre humano terrenal.
En un último grito de furia todo terminó y las últimas palabras del anciano fueron dichas.
―Hice todo esto para traerlas de vuelta y entonces tú conocerías mi dolor al estar lejos e impedido de tener y ver lo que amas… Sin embargo, eres demasiado poderoso, la vida de un pobre humano, aunque sea chamán como yo, jamás se va a equivaler a la tuya Inti… ―Su voz era totalmente rasposa, casi no se lograba entender del todo. Y segundo a segundo ese cuerpo se debilitaba, prácticamente ya no tenía músculos, su piel se adhería a sus huesos, se desintegraba―, no pude quitarte tu poder, no soy digno de él, ya lo estás viendo… Por lo menos, ahora sabrás que es estar sin Mama Quilla… —Al escuchar el nombre sagrado que portaba su esposa, la rabia en él se acrecentó, y formando a voluntad una bola de fuego en sus manos la lanzó contra el cuerpo grisáceo del hombre y en cuestión de segundos se convirtió en cenizas, las cuales Inti sacó de su templo con una ráfaga de viento, no quería nada de ese mal habido cerca de lo que era suyo.
De varias maneras intentó regresar a su forma de dios y volver a donde pertenecía y así poder estar cerca de Quilla. Aquello no debía ser perdurable, un tonto hombrecito con ínfulas de querer controlar los poderes del gran dios inca del sol; no iba a poder retenerlo en un plano terrenal. Por más que lo esforzó no sucedía; sus poderes y habilidades estaban con él, podía crear fuego, manipular el viento, mover los cielos, sentía su vitalidad y fuerza recorrer su ente, pero nada permitía que volviese a su forma de deidad, y mucho menos regresar a donde debía estar. Consumido por su desesperación, gritó con su nueva voz llamando a su amor, a su hermosa diosa de la luna.
Quilla, se manifestó ante él, con marcada tristeza y dolor en su mirada, su cuerpo esbelto y hermoso, con su piel color plata rodeada por aquella aura de luz de luna, mientras su cabello oscuro como el manto del cielo en la noche adornado por luceros y estrellas, se movía a su alrededor dándole su presencia mística y elegante.
―Quilla ―susurró él con voz quebrada, una voz que no reconocía como propia.
―Mi sol, mi hermoso Inti ―respondió la diosa con pena y dolor, lágrimas corrían por su rostro, las cuales se cristalizaban al contacto con el aire. Inti tomó cada una de ellas―. ¿Quién será mi luz y mi resplandor ahora? ¿Cómo podremos volver a estar juntos?
Inti sin poder responderle, pensaba una y otra cosa intentando resolver la situación, buscando en su sabiduría y poder lo que debía hacer para volver junto a ella.
―¿Cómo no preví esto? ¿Cómo no me di cuenta de su mente profanada? No me percaté que lo único que deseaba era poder y conocimiento infinito para lograr fines horrendos.
―Se ha aliado con lo oscuro, Inti. Su alma fue corrompida y cegada por el dolor de perder lo que amaba, la ha dado a cambio de cosas que estaban más allá de sus posibilidades y comprensión. Por más conocimiento y sabiduría que había conseguido de nosotros los dioses, no estaba en su entender lo que significaba ofrecerse a las tinieblas. Por eso, no pudimos tener acceso a su mente a su espirito nefasto y profanado.
―Ha conseguido lo que más deseaba hacer Quilla, llevarme a esta vida terrenal para separarme de ti, hacerme padecer en piel y mente de hombre el dolor de perderte…
―Eso nunca lo va conseguir nadie Inti, nunca vas a perderme. Yo estoy y siempre estaré aquí. ―La palma de su mano plateada señaló donde ahora latía el corazón humano de su amor.
Inti, invadido por la energía lunar de su amada, aunque no podía tocarla, cerró los ojos y concentró su energía y deseos de creación; seguía teniendo poder sobre el cielo, sobre el universo y su movimiento y entonces a voluntad movió los astros y le dejó como una permanente compañía a su esposa, una estrella resplandeciente que siempre brillaría junto a ella. Un regalo que él le hacía a su esposa, para menguar su tristeza. Luego de eso, Inti, creo otro suceso natural y hermoso que ocurriría en los cielos cada vez que sus cuerpos simbólicos se alinearan y uniera, llamándolo: eclipse. La humanidad no lo comprendería y le temería por siglos; luego se asombrarían y esperarían aquellos encuentros hermosos entre la luna y el sol.
Entonces la tierra se estremeció, haciendo temblar todo a su alrededor y su adorada hermana, su fiel aliada en la creación y mantenimiento de la vida en la tierra: Pachamama, se manifestó también ante él.
―No están solos ―habló con seguridad una figura de mujer, envuelta en miles de hojas de todos los tamaños y tonos de verde, adornada por flores hermosas y coloridas, de cabello del color de la tierra sana y fértil, su piel hermosa y lozana de un color brillante e intenso se confundía con el verdor de la naturaleza viva que la envolvía―. No puedo revertir el maleficio, hermano mío. Pero si puedo ayudar aliviar lo sucedido, sin embargo, deberás aprender lecciones necesarias, Inti.
»Controlar tu temperamento será una de ellas, también tendrás que comprender que no podrás utilizar tus poderes y habilidades como acostumbras, no en esta vida terrenal. Tu orgullo de dios, conocedor de todo lo que se aproxima a la humanidad, de lo que ha de suceder, no podrá ser revelado jamás. Cada vez que interfieras en el camino y desarrollo que decidan los hombres, pagaras un precio.
Pachamama, tomó una flor única color plata que llevaba entre sus hojas, depositándola en la tierra, luego tomó un par de los cristales de lágrimas de luna que tenía Inti entre sus manos, sin ni siquiera tocarlo, por último pidió a Quilla que dejara caer un poco de su polvo lunar y vitalidad. Hecho aquello, Pachamama, lo cubrió con tierra de su cuerpo. Y el mundo tembló de nuevo.
―Quilla renacerá en la tierra como humana. No como diosa, no tendrá sus poderes ni tendrá sus habilidades, pero si veras en ella su alma y corazón puro, su amor por ti estará intacto. Sin embargo, ella no sabrá quién eres tú ni llegará a ti con facilidad. Tu deber es encontrarla y despertar aquel amor que hay entre los dos.
»Pero debes recordar Inti, que si algo de las cosas que te he dicho con anterioridad son alteradas o no  las aplicas; el precio que pagaras será perder a Quilla antes de lo que esperas. Porque ella como humana, morirá, y será devuelta a la tierra para renacer nuevamente y encontrarse contigo una vez más. Esto ocurrirá por todo el tiempo que demores en comprender y descubrir lo que realmente deseas así como el lugar donde debes estar.
»Te deseo buenaventura hermano mío, y sabes bien que en la naturaleza y la vida misma, siempre me encontraras. ―Y tal como había llegado Pachamama, desapareció.
―Siempre te amaré, Inti. En cada una de las vidas que se me otorgue, yo estaré contigo. Nuestro amor será inmortal, comparable con tantos soles y  lunas vea la humanidad.
Sin poderse tocar, sin poder despedirse realmente. Quilla desapareció. Fue entonces la primera vez que el sol sintió un frio estremecedor.
***
Inti, había encontrado a Quilla, habían vivido juntos por mucho tiempo en su primera vida terrenal. Sin embargo, era devastador para Inti, tener que verla morir, tener que despedirse de ella una y otra vez, ver como enfermaba, envejecía y él no podía interferir, porque las consecuencias eran peores, ya lo había comprobado en muchas ocasiones. Había encontrado ciento siete veces a su amada luna, y ese mismo número la había perdido. Incluso en una oportunidad, decidió no buscarla, no pasar más por aquel dolor y resignarse. Pero el destino obró en su contra, llevándolo justo ante ella, y como había ignorado todo lo referente a Quilla en ese entonces, tuvo que verla sufrir de una forma espantosa. Nunca más lo intentó.
En esta vida, en este tiempo y momento, ya la había encontrado. Se llamaba Luna de Sousa, era una hermosa mujer de piel bronceada con mirada de plata y cabello oscuro como la noche estrellada. Era una de las reencarnaciones que más le hacía recordar a su diosa de la luna. Ella trabajaba cerca de torre empresarial que tenía en Brasil, era una artista reconocida en la región, sus pinturas siempre mostraban con vivacidad y gran detalle la naturaleza y las vivencias del imperio inca, se inclinaba más por esa clase de obras que por otras más contemporáneas, no obstante era buena en todo lo que pintaba. Ese día la vería de nuevo, se habían conocido en una gala benéfica hacía un par de meses y desde entonces habían mantenido varias citas para conocerse mejor, ella por supuesto solo sabía que él era Ignatus Paucar, y no el dios del sol venerado y alabado por los quechuas en el imperio inca.
Salió empapado del río, con toda la camiseta pegada a su torso. Mientras sacaba la balsa y la cargaba con facilidad, escuchó su móvil sonar dentro de su mochila de viaje. Soltó lo que sus manos llevaban y buscó el aparato. Era ella.
―Hola. ―Inti ya se había acostumbrado completamente al tono de su voz, grave y fuerte.
―No me dirás que te has olvidado de nuestra cita, llamé a tu oficina pero tú secretaria dijo que habías salido de viaje.
―Jamás olvidaría un compromiso tan importante señorita De Souza. Solo salí a tomar un poco de aire y hacer ejercicio. Estaré a la hora acordada en el lugar. ―Algo en él se encendió en su pecho cuando la escuchó reír tan alegre.
―Ahí estaré, Ignatus. ―Quiso responderle que lo sabía, que siempre había estado ahí con él, pero se limitó a responder una amable «Nos vemos».
Concentrándose dejó vagar su energía a su alrededor, desplegándose por la tierra, buscando si habían humanos cerca, recorriendo kilómetros de selva para no ser visto ni violar las reglas, cuando estuvo seguro de que no habría problemas. En un abrir y cerrar de ojos se desmaterializó, para reaparecer de nuevo en su dormitorio dentro de la casa que tenía en Río de Janeiro.
Dejó la mochila y la balsa en una esquina, quitándose la ropa mojada, caminó por el lugar desnudo para tomar un baño y prepararse para su cita.
Ignatus Paucar, era un hombre de casi dos metros de altura, con un cuerpo digno de un dios, donde sus músculos habían sido cincelados y marcados con precisión, su piel un poco bronceada podría compararse con el dorado del sol; su torso (justo en el pectoral izquierdo) era adornado por una tatuaje de un sol en tinta negra; con mirada y cabello castaño llevaba barba de algunos días bien atendida; aparentaba treinta años de edad.
Había aprendido a no ostentar sus riquezas y fortuna; las disfrutaba, ya que las había ganado y trabajado a lo largo de los siglos. Cuando salió de la ducha, se dirigió de nuevo a la recamara, le gustaba que el agua se secara de forma natural. Escuchó a sus empleados moverse por la casa, así que con habilidad aseguró la puerta con cerrojo mentalmente.
Tocó la pulsera que nunca se quitaba, por nada en el mundo, aquella que había elaborado con las lágrimas de cristal de su bella Quilla. Sin querer seguir recordando una y otra vez su pasado se apresuró en prepararse. Vistiendo unos vaqueros azules, una camiseta de algodón color blanco, su chaqueta Camel de cuero y botas Timberland a juego. Peinó su cabello lo mejor que pudo, atándolo en un moño preciso y ajustado, se colocó un cadena larga de oro blanco, un rosario de cuentas, algunas pulseras tejidas con símbolos de protección en los que creía su antiguo pueblo, y tomó sus lentes oscuros.
Cuando estuvo en el auto dirigió el rumbo hacía el lugar donde vivía Luna, pasaría por ella y luego irán a su cita. Al llegar se llevó un gran disgusto al verla discutir con premura, en el frente de su casa, un hombre la sujetaba con fuerza por la muñeca, ella intentaba zafarse pero no lo lograba. Bajó con rapidez del coche, un poco más de la que debía y en segundo estuvo ahí delante de ella.
―Le recomiendo suelte de inmediato a la señorita. ―Cuando Inti fijó su mirada en el hombre, se dio cuenta que estaba enajenado con Luna, leyendo los pensamientos del humano se percató que la había estado siguiendo y enviándoles notas casi a diario, ese día se había enterado de sus salidas con él y estaba alterado.
―No lo haré, ella vendrá conmigo. Usted no es más que otro… ―Inti no permitió que el hombre siguiera hablando dejó caer todo el peso de su mirada iracunda sobre aquel, deseaba volverlo cenizas… Entonces el susurro del viento le recordó que debía controlarse.
―Será mejor que se marche y se aleje, la señorita De Souza le ha dejado en claro que no desea ir con usted. Si no quiere que llame a la policía y lidiar con una denuncia por agresión y acoso, desaparezca y déjala en paz. ―El hombre soltó a Luna con premura y miedo dibujado en su rostro, corrió sin detenerse perdiéndose entre las calles, Inti sabía que no volvería de nuevo. Respirando y tratando de calmarse de verdad, se giró para hablarle a ella―, ¿estás bien? ―Lo miró con cierto recelo pero asintió—, ¿te ha hecho daño? ―preguntó al ver como se frotaba la muñeca con su otra mano y la resguardaba en el pecho—, permíteme —solicitó extendiendo su mano, ella con cautela dejó caerla muñeca sobre la mano de Ignatus.
Luna sintió ese algo inexplicable que la recorría cada vez que tenía contacto con Ignatus, una sensación de calma, cálida y suave: recorría su cuerpo; su mente se sentía feliz. Siempre que lo veía se sentía en su lugar, donde debía estar. Le gustaba mucho estar con él, su corazón latía con fuerza y percibía como su propia alma le decía que él era a quien debía entregar su corazón. A veces coherentemente pensaba que estaba loca, solo tenía un poco más de dos meses conociéndolo. Sin embargo, era inevitable no pensar en él y despertar todos esos sentimientos, se había encontrado en varias oportunidades levantándose en la alta noche para sentarse delante de un lienzo y pintarlo, lo extraño es que siempre lo ilustraba con un gran sol… Su sol. Él besó su mano, distrayéndola de sus pensamientos, dejándola más alterada y con el corazón desbocado.
―¿Nos vamos? ―inquirió con esa voz profunda y grave que ahora identificaba plenamente con él. Ella asintió un tanto embelesada sin poder dejar de mirarlo. Cuando entraron en su coche pensó que estaría preparada para dejarse invadir por su aroma, uno tan sublime, que la hacía sentir cosas profundas y cálidas en su interior. Lo respiró a conciencia como si se tratara de la propia esencia de Ignatus―. Luna, sé que teníamos varios planes para esta tarde, pero ¿te gustaría ir a un lugar más tranquilo?
No supo que responder de momento; estar a solas completamente con Ignatus, era como un sueño y a la vez la dejaba llena de nervios; no se asustaba, sabía que él jamás la dañaría (aunque no estaba clara de cómo podía estar tan segura, pero así era). Deseando y queriendo compartir más con él, asintió complacida, él le correspondió con una sonrisa que la dejó completamente en las nubes.
Llegaron a la casa de Ignatus, una casa amplia color arena con detalles en un amarillo ocre y dorados, curiosamente ―ya que muy poco se utilizaban― la puerta está adornada con una aldaba en forma de sol.
Tuvieron una merienda exquisita, toda la atención había sido maravillosa. Hablaron por largo rato, él le había contado muchas cosas de su tierra natal, Cuzco. Estaban en el jardín de la casa bajó un frondoso y gran árbol, cuando Ignatus, se acercó con suavidad y calma, sin dejar de hablarle de la naturaleza, y mostrarle con precisión lo que los rodeaba, estando tan solo a centímetros de sus labios le dio un beso ligero, suave, como había hecho antes en algunas ocasiones. Aun así, su mirada castaña estaba cargada de un deseo crudo y claro, el cual como si de un espejo se tratara también la invadió a ella, queriendo más, anhelando más; Luna cerró sus manos alrededor del cuello de Ignatus, arrastrándolo hacia ella besándolo con ardor, adueñándose de sus labios, de su aliento, cada una de sus terminaciones nerviosas se encendió, sentía estrellas girar y nacer a su alrededor.
Él siguió besándola, deleitándose con aquel momento, obteniendo y apremiando lo que ella le daba y compartía; su diosa de la luna, su Quilla, su Luna, estaba ahí. Sin dejar de besarse, ella trepó en él abrazándolo con las piernas alrededor de sus caderas, enredado sus manos en su cabello, él los condujo hasta la puerta secreta que conectaba su habitación con el jardín (le gustaba tener acceso al lugar sin tener que recorrer la casa para poder salir), subió unas cortas escaleras sin esfuerzo, se besaban sin freno alguno.
Inti, sabiendo a donde conduciría todo, trató de controlarse un poco, debía ser paciente y cauteloso con ella; dejándola sobre la cama, se recostó a su lado besándola con una pasión desbordante, arrancando gemidos de gusto y jadeos lastimeros de Luna, cuando se alejaba. La ropa que estorbaba se fue apartando con calma y cierta prisa, cuando ella estuvo expuesta ante él, se dedicó a mirarla y contemplarla como cada noche hacía al mirar el cielo, veneró su cuerpo, acariciando cada centímetro de piel, tocándola con cadencia y sensualidad, haciéndola suya, despertando aún más su cuerpo. Los jadeos, gemidos, gritos ahogados y la respiración acelerada de los dos, eran la melodía que los rodeaba.
―Mi Luna, mi hermosa y amada diosa Luna.
Dicho aquello, Inti se adueñó del centro de la joven, arrancando un grito de ella. La probaba sin contemplaciones, besando y degustando la más pura esencia de Luna; quien, aferrada a su cabello, lo conducía a continuar. Justo un poco antes de llevarla a los límites de la pasión, tan solo un paso antes de que su amor estallara y conociera propiamente  ―aunque fuera en visiones― el cielo en el que habían vivido. Ignatus se detuvo, cerniéndose sobre ella, aguantando el peso de su cuerpo en uno de sus poderosos brazos. Luna lo observaba con sus pozos de plata destellantes, rogando y completamente anhelante de volverse un solo ser junto a él.
En el momento en que Inti comenzó a deslizarse dentro del núcleo de su amada, llenándola, subyugando cada parte de ella y de sí mismo en aquel momento perfecto, comprendió algo que le hizo ver con claridad completamente y entender al fin la solución y camino a seguir. «No es el sol quien eclipsa a la luna, es ella quien lo eclipsa a él, dejando toda su voluntad y luz para pintar la noche con estrellas resplandecientes del más antiguo y puro amor»
Luna sintió el momento exacto en el que Ignatus la poseía enteramente, su cuerpo grande y magnifico estaba sobre ella, dentro de ella. Y no le importaba en lo más mínimo la molestia que producía el grosor y fuerza de él, en su cuerpo; adoraba aquello, era lo correcto, él era a quien esperaba, siempre había sido él. Estaba tan acalorada y tan extasiada por todo lo anterior que con un solo movimiento de su amante en su interior, se dejó ir a un mundo donde veía un manto estelar hermoso, donde ella lleva estrellas en el cabello y su piel plateada iluminaba toda la noche. Y él, todo un sol cálido, le profesaba perpetuas palabras de amor.
Ignatus, entendiendo su corazón, entregó a la tierra su inmortalidad para poder vivir al fin plena y felizmente junto a su inmortal amor.
Amantes siendo uno, se entregaron a la seducción y a la pasión sin ningún recelo incontables veces. Mientras el mundo entero presenciaba el eclipse solar más maravilloso que la historia de la humanidad hubiese podido presenciar.

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