De pie ante el amplio ventanal de su estudio, disfrutando de la vista de su majestuoso Monte del Olimpo, franqueado por nubes, inaccesible para los mortales, hogar de los principales dioses griegos, rodeado de palacios desde donde contemplan el mundo. Siendo el rey de todo cuanto puede ver desde allí y de lo que no también, posee fuerza sobrehumana lo que le ha ocasionado algunos problemitas de vez en cuando, porque si hay algo que no tiene es paciencia y la poca que ostenta la pierde a la velocidad del rayo.
Lo bueno es que con su poder de sanación ha logrado remendar las consecuencias ocasionadas por su ira más de una vez.
Zeus admirando el panorama, observa como de a poco el hermoso cielo comienza a nublarse y los rayos aparecen acompañados de fuertes truenos, lo que lo hace sonreír, disfruta ejercer ese poder a su antojo, exhala un pesado suspiro que logra escuchar Argus, cuando entra sin anunciarse al estudio, pues trae en las manos la bandeja con jarras de agua de manantial que tanto le gustan al señor, lo ve apesadumbrado y colocando la bandeja sobre el gran escritorio de mármol. Llama su atención.
—¿Desea algo más? —pregunta para sacar aquel de su ensimismamiento. Lo ve voltearse para quedar frente a él—, ¿se encuentra bien? —insiste su más fiel ayudante y mano derecha.
—Realmente no lo sé, Argus. —Lo mira algo angustiado y prosigue—, llevo días en los que siento que algo me falta, que hay algo que se me está pasando —confiesa llevando las manos a su frente en clara señal de inquietud—. Pero no logro saber qué.
Argus lo mira extrañado, pues en todos los siglos que lleva trabajando para él, jamás lo había visto tan agobiado. Es un dios por favor, no puede permitirse esas reacciones.
—Lo sé, Argus… —Su mirada azul demuestra obstinación y hasta logra ver como centellean sus pupilas—. Lo sé… te escucho, pero no puedo controlar esta desazón que tengo.
Argus se sorprende una vez más ante el poder de leer los pensamientos de su jefe, no entiende como a estas alturas todavía esto le causa sorpresa. Traga grueso.
—Es extraño verlo así, se le ve como agotado, rebasado, hace mucho que no se toma un tiempo para usted. ¿Por qué no se da una de sus escapadas a la tierra? —Sugiere cauteloso—, hace más de treinta años que no hace una de sus acostumbradas visitas al mundo terrenal, y con lo que las disfruta estoy seguro de que eso lo ayudará a despejarse. ―Lo dice con su segunda intención, pues sabe lo mucho que su jefe disfruta perderse entre las piernas de las mortales.
La idea comienza a dar vueltas en la cabeza de Zeus quien al final decide ¿Por qué no? siempre que lo hace todo sigue bajo control, nunca ha habido nada que lamentar.
—Me voy ahora mismo. Informa a los demás que no estaré por varios días ―ordena.
—Enseguida, señor. —Argus se retira para avisar a los demás dioses, así como para alertar a los encargados terrenales sobre la ida de Zeus.
Media hora después se materializa en su mansión de Siena en la Toscana, camina por los pasillos de aquella amplia y antigua propiedad, una de sus favoritas y es que a través de los años se ha hecho dueño de innumerables propiedades a lo largo y ancho del mundo. Nunca le falta alojamiento propio en ninguno de los destinos que decide visitar en la tierra, siempre tiene sequitos a su disposición que mantienen todo en orden en el mundo terrenal. Son semidioses algunos nacidos de sus innumerables aventuras con las mortales, a los cuales él les ha dado el soplo divino otorgándoles la condición de inmortalidad al igual que a sus parejas. Solo que se van rotando entre sus casas a lo largo del mundo, para evitar así crear sospecha alguna entre los vecinos. Escucha ruidos como de obreros y martilleo, pareciera que hay una construcción cerca. Pensando en eso es sorprendido.
—Buenas tardes, mi señor, bienvenido —lo saludan a su espalda, es una voz temblorosa y poco audible, lo que lo llena de curiosidad y voltea para ver su origen.
Frunce el ceño al ver a una casi diminuta chica frente a él, ve como le tiemblan las manos de lo nerviosa que esta, lo que llama más su atención, pues en vez de respeto parece tenerle pavor.
Ella por su parte, más que temerosa está muy impresionada ante la imponente figura de su jefe, su gran altura, cuerpo fuerte, ojos de un azul intenso que por momentos parecen relampaguear como un rayo, cabello liso y rubio oscuro que invitan a ser acariciado, barba corta que lo hace ver aún más varonil si es que esto es posible.
—¿Quién eres? —interroga, su fuerte y masculina voz parece retumbar entre aquellas paredes, lo que hace temblar más a la pequeña criatura que tiene frente a él.
—Disculpe, señor, por no presentarme. —Hace una inclinación de cabeza—. Soy Anastasia, hija de Aretha, quién siempre le ha servido.
—Hola, Anastasia. —La mira con sus penetrantes ojos—. Argus te mencionó en algún momento.
—Señor, quería informarle que lo están esperando en su habitación. —Él asiente y sigue caminando hasta llegar a su habitación, donde se encuentra una despampanante rubia, completamente desnuda esperándolo en la cama.
Inmediatamente sus ojos se vuelven fuego, su cuerpo responde ante la belleza de la fémina, quien, al verlo entrar, se balancea provocativamente abriendo sus piernas, sin dejar nada a la imaginación, solo incitándolo a entrar en su profundidad femenina.
Zeus reaccionando a tal invitación y a su lujuria, corre hasta la chica, mientras se va despojando de su ropa para quedar en igualdad de condiciones, al llegar a ella prueba sus rosados pliegues cual manjar, succiona, lame, chupa con fuerza, haciéndola estremecer ante tal atención, ella no logra controlar sus gemidos, que son cada vez más fuertes. Siente como la devora, repasando el perfecto cuerpo llega hasta sus pechos, donde con maestría les da la atención exacta a cada uno, con esa boca digna de un Dios que logra enloquecer. Al ver los pezones completamente erectos y hermosos para él, toma una de sus piernas y levantándola a su merced se adentra en lo más profundo de su ser.
La fémina, grita de placer ante la profunda posesión, en su vida había sido habitada por semejante tamaño, lo que casi la hace desmayarse de satisfacción, generando en él un placer incontenible, al cabo de poco rato en medio de las fuertes y gloriosas embestidas, la chica llega al máximo placer jamás alcanzado en la tierra, mientras él con un jadeo gutural y varonil, consigue también liberarse. Luego de dos encuentros más, cada cual, de mayor intensidad, Zeus decide dar por terminado su recibimiento de sexo desenfrenado.
Los días van pasando y el hermoso portento aprovecha sus noches al máximo, materializándose en sitios nocturnos muy populares en las grandes ciudades, donde logra ser el centro de atención al apenas entrar, además de sus destrezas en el baile con las que también logra enamorar a más de una, y en ocasiones se ha llevado a varias de esas mujeres a la cama, haciéndolas disfrutar a todas a la vez. A pesar de que ha pasado unos días muy buenos en los que ha logrado drenar un poco su nivel de insatisfacción, sigue teniendo una extraña sensación que lo mantiene inquieto.
—Buen día, señor —saluda su fiel Argus, quien vino a la tierra para asegurarse que nada le faltara—, traje su desayuno —afirma, colocando ante el dios la bandeja con suculenta comida para que pueda escoger lo que más le provoque.
—Buen día, Argus. Gracias. —A pesar de ser una deidad siempre ha demostrado agradecimiento hacia su servidumbre, siendo un ser justo en todo momento, generoso, manteniendo así contento a todo el que esté a su servicio.
—¿Qué tal los días aquí? —interroga.
—Bastante bien, por lo menos he logrado despejarme un poco. —Hace un breve silencio y continua—, pero sigo teniendo una sensación muy extraña, que no sé de qué se trata —confiesa a su gran consejero.
Ante la imposibilidad de Argus de darle una respuesta a su jefe sobre lo que le comenta, este decide cambiar el tema.
—Pudiera dar su opinión sobre los trabajos de reconstrucción y remodelación en el ala este de la propiedad, recuerde que debido a la última tormenta sufrió varios daños y ya están haciendo las reparaciones, así como los viñedos que también ya se encuentran en franca recuperación.
Zeus asiente, mientras lleva un bocado a su boca, entendiendo ahora los sonidos que escucho a su llegada.
—Sabes que esos menesteres no van conmigo, Argus, si hay algo que detesto es tener que escoger colores, pisos, paredes —afirma tomando un poco de su café.
—Como usted lo desee, señor, solo que siempre es bueno que vean al dueño presente para que no piensen que están trabajando solos. —Lo observa degustar el croissant con queso crema y jamón de pavo.
—Mira, te dejo ese trabajo a ti, confió plenamente en tus gustos y capacidades para eso. —Le guiña un ojo y terminando de desayunar, se pone de pie—. Voy a dar un paseo por la zona, hoy tienen una celebración en el pueblo y quiero ver de qué se trata.
—¿Cómo lo supo? —pregunta Argus, curioso, y ve que Zeus saca su IPhone del bolsillo y mostrándole la página de Instagram de la alcaldía de la ciudad, ve la imagen de la invitación e información del festival de bandas en la plaza principal de la toscana.
—¡Y no me lo pierdo! —contesta Zeus con su sonrisa pícara en ese mismo instante desaparece ante su vista. Dejando a Argus con una risotada.
***
Ya en la plaza, un sol resplandeciente le da la bienvenida, las calles están repletas de gente, por el festival al aire libre, lo que lo hacer sonreír al ver muchos niños corriendo a través de todo el lugar, sin peligro alguno, pues no se permite el tránsito de vehículos, por el evento.
Camina contagiado por la alegría del lugar, le encanta mezclarse entre los mortales, le transmiten energía. Se sienta en uno de los cafés de la calle principal, luego de un leve coqueteo de la mesera, pide un capuchino, son muy pocos los asistentes para los que ha pasado desapercibido, pues su belleza varonil, su altura e imponencia, hacen voltear a todos a su paso, tanto hombres como mujeres.
Ya instalado el escenario frente a las cafeterías que rodean la plaza, observa minuciosamente a las personas, como se desenvuelven, como responden, como sonríen, como discuten, como juegan, todos a la vez en un mismo espacio, siendo felices cada uno a su modo. Y es que esa es la vida, con sus altibajos siempre nos da motivos para sonreír, para buscarle la vuelta a lo malo y aprender de eso y convertirlo en una lección, esa es una de las cosas que hace que Zeus, admire a los mortales. Pues los dioses en su Olimpo a pesar poseer poderes especiales, además de la inmortalidad, no siempre se sienten felices ni plenos. Algo que le parece verdaderamente inexplicable e injusto a la vez.
Comienza a tocar la primera banda, es un rock pesado, no le agrada mucho la bulla que emiten, pues no parece música, no tienen melodía por ningún lado. Con el ceño fruncido, paga la cuenta y sigue caminando por el lugar, apreciando las cosas hermosas y sencillas de la vida. Al dar vuelta en una esquina un poco estrecha, ve a una mujer forcejeando con un hombre que la tiene agarrada a la fuerza por el brazo. Ante la escena sus ojos centellean y de la nada, el día con su sol radiante se ensombrece de repente y se escuchan unos truenos aterradores, al percibir la oscuridad imperante y repentina, el atacante voltea, viendo a su lado a un hombre del doble de su tamaño y con los ojos blancos de los que parecen salir rayos.
El maleante se queda petrificado y soltando a la chica, corre rápidamente para perderse entre la gente, Zeus opta por no perseguirlo, sino quedarse a ver que la chica se encuentre bien.
—¿Te encuentras bien? —pregunta con su profunda voz a la chica tomándola de la mano—, ¿qué pasó aquí? —Al tomarla de la mano siente un fluido de energía que lo lleva a otro lugar en donde ve al dios Eros en el Olimpo, discutiendo fuertemente con su esposa Psique, luego aparece repentinamente en otra escena donde ve a Eros manteniendo una ardiente relación sexual con una mortal de la Toscana. Ante tales imágenes, suelta rápidamente a la chica, sorprendido ante la información recibida con el simple tacto.
—Sí, gracias —manifiesta la hermosa mujer, mirándolo extrañada, si bien no pudo ver todo lo que él vio, sí pudo sentir la corriente al contacto con su mano—, quería robarme esto. —Le muestra una cadena de oro con un dije en forma de rayo, que tiene en su mano, logró quitársela antes de que intentaran arrebatársela.
—¿Cómo te llamas? —interroga Zeus, siente una curiosidad infinita por ella, más al ver el símbolo en su cadena.
Ella lo mira extrañada, no sabe porque, pero siente algo de miedo de su presencia, a pesar de ser tan imponente y hermoso, como pincelado por los dioses, tiene algo de recelo al hablar con él y le responde de mala manera.
—Alexandra —dice sin verlo a la cara.
—Mucho gusto, Alexandra, bonito nombre —intenta ser cordial con ella, siente su corazón palpitar como nunca antes.
—Gracias —responde rápido y con ganas de salir corriendo, pero algo le impide hacerlo, quiere saber más sobre él—, ¿tú eres? —pregunta curiosa.
—Soy Zeus. —Ella ríe ante el nombre.
—¿Cómo el Dios? —inquiere a manera de burla.
—Sí —dice sin dejar de mirarla y observar sus reacciones—, como el Dios, digamos que mis padres eran poco originales. —Le sonríe guiñándole un ojo, mientras observa su infinita belleza, sus ojos azules y vivos, su hermoso y lacio cabello negro, labios bien definidos que invitan a ser besados.
De la nada ella se despide con la mano y sale corriendo, dejándolo solo y apoyado en aquella pared de donde la rescato.
«¿Quién será esta chica? ¿Qué fue todo eso que vi?»
Algo aturdido retorna a las concurridas calles, tratando de encontrar el rostro que lo acaba de dejar en un abismo. Camina, tropezando con muchas personas sin dar con la esperada. Por la noche intenta desfogarse con una chica del bar al que fue, pero desanimado fue a dar a la mansión, en soledad y admirando la belleza de la noche en este lugar del mundo. Ocasionó una tormenta eléctrica, donde los sonoros truenos y al final la lluvia, no dejó dormir a muchos de los habitantes de la zona.
La luz del nuevo día hace su aparición iluminando por completo la habitación de Zeus, quien en medio de los tragos y la tormenta de anoche se quedó dormido. Algo que le disgusta del mundo de los mortales, es la necesidad de descanso y al tomar su forma terrenal le guste o no, tiene que adoptar ciertas rutinas obligatorias.
El ruido de un cincel lo vuelve prácticamente loco, lleno de ira se levanta de la cama y en bóxer, se dirige al sitio de donde proviene el ruido tan torturador. Al llegar ve a un gran número de obreros en la labor, pero se queda estupefacto al percibir una fuerte energía, recorre con su mirada azul el sitio y se sorprende al ver que la misma chica que salvo ayer en el pueblo, está aquí y al parecer es la jefa, pues se encuentra como dando órdenes a los trabajadores.
Ella conversando con el capataz de la obra dándole algunas explicaciones, se queda de piedra al ver aquel perfecto hombre en ropa interior frente a ella y todo su grupo de trabajadores de la obra. Se le seca la boca al ver el cuerpo espectacular, abdomen marcado, piernas largas y gruesas, brazos fuertes y definidos, ese cabello rubio oscuro despeinado, esa barba tan bien puesta en ese rostro y al bajar la mirada observa cómo se forma esa perfecta V desde su vientre bajo y se pierde en el bóxer azul marino que lleva puesto. Traga grueso.
—Alexandra… —pronuncia Zeus su nombre, todavía extrañado de verla allí.
En ese instante aparece Argus, quien interviene al ver la actitud de Zeus.
—Señor, ella es Alexandra, la arquitecta que está llevando a cabo la reconstrucción de esta ala de la mansión. —Los presenta sin sospechar de su anterior encuentro―. Alexandra, el señor es el dueño del lugar.
Ambos se quedan en silencio, pero no pueden dejar de mirarse.
—Ya nos hemos visto, Argus —afirma Zeus—, ayer en el evento de la ciudad. —La información toma por sorpresa a su asistente.
—¡Qué pequeño es el mundo! —Expresa Alexandra—, mira que venir a encontrarme aquí al Avengers de Toscana. —No sabe por qué hizo ese comentario con tal sarcasmo.
—¿Por qué esa actitud hacia tu jefe? —Pregunta el dios al notar su forma altiva y sarcástica de dirigirse a él—, ¿no temes acaso dejar sin trabajo a todo tu grupo? —La chica nota como en las pupilas de él titilan relámpagos, lo que la deja más inquieta aún.
—Estoy muy segura de mi trabajo como para ponerlo en duda por un simple comentario —explica la chica sin poder apartar la mirada del hombre.
Zeus al sentir la brisa helada recuerda que está ante toda esta gente en ropa interior por lo que dando media vuelta se va a su habitación para poder ducharse y vestirse, sin dejar de pensar en la actitud fuerte y de carácter de Alexandra, le choca y a la vez lo atrae como un imán.
Al cabo de dos semanas en las que en ningún momento se consiguió con ella, no podía alejarla de sus pensamientos. Recorriendo la mansión en uno de los pasillos, encuentra en el suelo una pañoleta color rosa, la toma en su mano la olfatea y reconoce el agradable aroma de ella, lo recuerda perfectamente desde día en que la ayudo en el pueblo, al tomar la prenda con ambas manos, ve como de pronto se encuentra en un lugar en penumbras, de lejos observa como la diosa Psique, esposa del dios Eros (dios del amor y la atracción sexual) con una gran furia, insulta a una parturienta, la mujer sufre dolores de parto y grita desgarradoramente, mientras Psique en compañía de una de sus aliadas, al tener a la criatura recién nacida en sus brazos, declara: “Por la osadía de tu madre, de involucrarse con un Dios casado y por la insensatez de tu padre de engañarme a mí, que soy su esposa, te destierro a ti hija maldita del pecado y el engaño a la tierra y nunca serás encontrada por ninguno de los dioses. Estas condenada a vivir siempre como una simple mortal”. La niña desaparece de sus manos, y al ver a la recién dada a luz, se da cuenta de que está muerta, pues no resistió el parto. Con lo que no contaba Psique, es que fuese justamente el Dios supremo del Olimpo, para quien su maldición no surtiría el mismo efecto que para los demás, el que iba a dar con la pequeña desterrada por ella.
Allí es cuando Zeus, se da cuenta del porqué de esas sensaciones tan extrañas con Alexandra, es una hija extraviada de Eros, a la que nunca se le permitió siquiera saber su condición de semi diosa, por designios de su madrastra Psique. El dios del trueno ante tal descubrimiento, esa misma tarde aparece en el Olimpo, donde hablando con Eros, éste le confiesa la parte de la historia que él sabe, más no está al corriente de los detalles que pudo apreciar Zeus, durante su revelación del nacimiento de Alexandra. Eros esta pletórico, porque por 25 años vivió atormentado pensando que su hija y la madre de esta, habían muerto a manos de su esposa Psique, afortunadamente el destino tomó sus propias riendas y llevo a Zeus hasta ella, para poder descubrir la verdad oculta por tanto tiempo.
—Te agradezco, Zeus, por esta buena nueva que me has traído —expresa alegre Eros—. Por lo menos estoy tranquilo al saber que ha podido tener una vida digna como mortal. Aunque no creo que ya a estas alturas sea conveniente que ella sepa su verdadero origen.
—Si en su destino está enterarse, ten por seguro que lo hará —afirma Zeus—. Por mi parte no temas, no pienso decirle nada, además, de hacerlo creo que pensaría que estoy loco, por su actitud, me he dado cuenta de que es un poco escéptica a estas cosas.
—El tiempo lo dirá entonces.
Una vez descifrado el enigma sobre la hija perdida de Eros, Zeus aparece nuevamente en la mansión de la Toscana, saca de su bolsillo la pañoleta de la chica y la olfatea nuevamente dejándose llevar por lo cautivado que se encuentra por ella.
—Eso es mío. —Es interrumpido en la acción por la dueña de la prenda—, ¿qué haces tú con eso? —Se acerca hasta él y le arrebata el pañuelo de sus manos.
—Lo acabo de conseguir en el suelo —se defiende.
—Pues, gracias —dice ella con intenciones de seguir hacia la cocina, a donde se dirigía.
—Espera… —Se detiene ante la voz varonil de Zeus—, quiero saber más de ti. ―Ella exhala un pesado suspiro y se planta frente a él. No puede evitar como todo su interior vibra ante su presencia, le da soberbia no poder controlar todo lo que fluye en ella cuando lo tiene cerca, por eso su actitud, por eso trata de huir siempre que puede.
—Soy Alexandra Di Piazzo, arquitecta, de la Toscana, tengo 25 años —responde de manera tajante—. Huérfana, actualmente estoy arreglando tu desastre en esta mansión.
—Soy Zeus Katsaros, griego, tengo 30 años, soy inversionista —responde él sin poder apartar su mirada de ella. Al ver que la hermosa mujer que tiene en frente está tranquila sin dar indicios de huir, se acerca y queda mucho más pegado a ella.
Ella al sentir su cercanía solo cierra los ojos, pidiendo que no sea una ilusión, es invadida por el exquisito aroma de su perfume, lo que la pone más indefensa aún, siente como él agarrando sus mejillas para evitar que se mueva, se va acercando más y más hasta que logra sentir su aliento pidiendo permiso para besarla. Ella suspira y terminando con el espacio que los separa lo besa, sintiendo como él invade imperioso su boca, dejándola sin aliento, se impresiona de la forma en que se siente tocada y abrazada por un simple beso, sensaciones muy fuertes se apoderan de su cuerpo haciéndolo despertar como nunca antes, hasta en sitios que no sabía que lograría sentir. Él, emitiendo un sonido gutural la toma en brazos y la lleva hasta su habitación, ella percibe sus intenciones y por más que quiere zafarse, darle un fuerte golpe y salir corriendo, su voluntad no se lo permite, ella lo desea tanto como él a ella. Lo sabe, lo presiente desde que lo vio en ropa interior en la obra.
Al entrar cierra la puerta con el pie, para seguir devorándola a besos. La deposita cuidadosamente en la cama, con ojos de lujuria que centellean, besa su cuello, ella le desabrocha la camisa para ver nuevamente esa preciosa piel tostada que no la ha dejado dormir desde entonces, con sus dedos recorre ese ser que está hirviendo en puro deseo y maravillada y asombrada a partes iguales, recorre y reconoce con su índice el hermoso tatuaje que tiene en el pectoral izquierdo, donde late su corazón. Sin querer pensar en esto, desesperada desabrocha también los pantalones de Zeus, quien enloquecido ante su atrevimiento y sensualidad rasga su blusa, encantándole que no lleva sujetador, por lo que nada le impide ver los dulces y prominentes pechos de Alexandra. Los toca, los muerde suavemente, los chupa como niño hambriento, mientras siente su piel arder. Ella embebida en tales atenciones, desiste de su intento por quitarle el pantalón, él al notarlo la ayuda en la labor quedando en bóxer, solo para ella, su piel se eriza ante el contacto de su piel con la suya, él sabe muy bien cómo y dónde tocar con maestría. Se deshace apresurada de su falda quedando solo en hilo, él al observar el hermoso cuerpo de su acompañante prácticamente desnudo, siente como la prominente firmeza entre sus piernas prácticamente ruge.
Alexandra al notar lo excitado que esta, se acerca aún más a él, quien la observa y la deja hacer, quitando la torturadora ropa interior que le impide ver la dimensión de Zeus, su dios particular, al apartar la prenda se sorprende y alegra, pues se quedó corta en su imaginación. Agarra el objeto de su deseo con mimo, ocasionándole un tremendo placer a Zeus, quien casi enloquece al sentir las maravillas que esa pequeña y hermosa boca puede hacer.
— Para… para —le pide Zeus entre jadeos, sintiendo como su interior arde, la toma por los brazos y la lleva hasta su boca para devorarla una vez más.
Al tenerla en su dominio, comienza absorber la hermosa imagen con su mirada, quiere recordar por siempre este momento, con pericia comienza acariciarla entera, ella se siente en las nubes ante las manos y boca habilidosas de Zeus, que parece conocer perfectamente sus puntos débiles. Lo siente en su centro, acariciando con su lengua el sensible botón que succiona y luego sopla llevándola a la locura, ante su reacción, él se coloca entre sus piernas y la invade por completo de una sola embestida, ocasionando el temblor de ambos ante tan perfecta conexión. Mientras la chica ante tal invasión clava sus uñas en la espalda de su amante. Y es que embonan como un puzle que tiene años buscando su otra pieza perdida. Ella se arquea para recibirlo en lo más profundo de su ser, rodeando sus caderas con las piernas.
Continua la dulce danza amatoria, mientras el mordisquea esa pequeña boca que lo enloquece, adorándola, subyugándola a ese grandioso vaivén de sus cuerpos frotándose en una intimidad nunca antes experimentada a este nivel que alcanza la más absoluta perfección.
—Te deseo tanto, mi Alexa —alcanza a decir él entrecortadamente, entre tantas sensaciones que está experimentando. En un momento se detiene y sin salir de su interior, la coloca boca abajo en la cama y es sorprendido, al ver el tatuaje que posee la nívea piel de su amante en la parte baja de su espalda, donde esta pierde su nombre. Es una estrella arriba de un ojo, le causa escalofríos, pues él posee el mismo tatuaje en su pectoral izquierdo es su símbolo personal, lo impresiona que son exactamente iguales y puede ver como en cada embestida ambos tatuajes se iluminan como si un rayo los atravesara. Le da una dura nalgada y la hace gritar del placer que le da, en cada estocada le entrega todo de sí, mientras con su mano le frota su hinchado botón, hasta que sin aguantarlo más ambos llegan a un loco, puro, placentero y devastador éxtasis digno de dioses, nunca antes alcanzado en sus vidas.
Caen sudados y agotados en las sabanas, él la besa tierna y dulcemente en los labios. Siente que ella lo complementa, jamás ha sentido esto con ninguna otra mujer. Ella corresponde a sus besos a sus mimos y cariños.
—No te vayas nunca. —Las palabras salen de la boca de Zeus sin permiso.
—No me quiero ir —responde ella mirándolo con una sinceridad absoluta.
Luego de pedir comida a la habitación y pasar una tarde llena de sexo y descubrimientos entre ellos, Alexandra se va a terminar ciertas cosas en la obra y luego a su casa. Con la promesa de regresar al día siguiente.
Al cabo de unas horas, entra Argus al despacho del dios, quien se encuentra reflexivo.
—Es ella, Argus —dice Zeus sin siquiera verlo.
—Vaya, en todos los años que llevo trabajando para usted, nunca había dicho esas palabras, lo que me hace pensar que está en lo cierto. —Ambos se ven a los ojos—. Es ella.
—Sí; y la he estado esperando sin saberlo. Siento que es algo más fuerte que yo. Es perfecta para mí y puedo jurar que yo también lo soy para ella.
—Está enamorado, jefe… Por fin.
—Siempre he temido a estarlo, pero sí… lo estoy… loca y fervientemente enamorado de Alexandra Di Piazzo. —Argus sonríe al escucharlo decirlo sin titubeo alguno.
Ambos se quedan viendo al cielo que cual se ilumina con una pequeña luz, simulando un rayo y luego suena un trueno lejano.
—Ya veo que es muy real —comenta Argus—. Ya empezó a perder fuerza.
—Sí, nunca pensé que fuera cierto eso. —Lo mira sorprendido―. Que si un dios se enamora en el ámbito terrenal sus poderes pierden fuerza y es así, mira ese rayo lo provoqué con toda mi fuerza y apenas se vio.
—Ya sabe lo que hay que hacer, jefe… es hora de volver.
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Antología Mitológica Seducción Inmortal.
RomansaDesde el inicio de los tiempos, diferentes culturas han idolatrado a seres supremos, dándole la potestad de dioses al imaginarlos poseedores de un poder sin igual. Dioses cuyos reinos eran inalcanzables para cualquier mortal, y para otros, inverosím...