Peach And Lemon

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Dios, debes dejar de mirar, Gerard.

Gerard se regañó a sí mismo en silencio, apartando sus ojos de aquel hombre extraño y ridículamente atractivo que examinaba las berenjenas cultivadas orgánicamente en el mercado local de agricultores.

Miró brevemente una caja de papas cubiertas de tierra durante tres segundos, antes de que sus ojos volvieran involuntariamente al hombre que, en ese momento, había recogido otra berenjena para inspeccionar cualquier imperfección. Sus ojos miraban a la contraparte de la vida real del emoji fálico, la verdura de color morado y tamaño alargado entre sus grandes manos, y Dios, lo que Gerard haría para tener esas manos sobre su-

Las manos del hombre detuvieron repentinamente sus movimientos sobre la berenjena aparentemente sin manchas y en perfecto estado. Su cabeza giró a un lado, observando ahora el extraño detrás de él pues había estado sintiendo una mirada tras su espalda. Gerard al ser descubierto bajo rápidamente su cabeza, encontrando ahora a las verduras más interesantes de repente.

Con expresión casual, mientras miraba unos tomates gourmet rojos brillantes, Gerard sintió que los ojos verdes de aquel extraño recorrían su cuerpo antes de regresar su mirada probablemente de vuelta hacia las abultadas berenjenas que estaban recibiendo más acción de las manos del extraño que su propia berenjena.

Sí, con 22 años, Gerard todavía seguía siendo como un adolescente virgen. En su mayor parte, Gerard estaba bien con su situación actual; una carrera estable, un buen grupo de amigos a su lado y una familia no disfuncional esperándolo en casa. Tenía todo lo que necesitaba y no deseaba nada más, aparte de una cosa inexistente llamada romance.

Pues en este año y época, donde las personas se conocían por internet utilizando varias aplicaciones de citas como Tinder, el romance en esta década era solo un gesto de un dedo y unos pocos emojis de gotas de agua junto a una berenjena. El romance estaba muerto desde hacía mucho tiempo y entre todo eso, el amor verdadero, simple y orgánico era lo que Gerard anhelaba, pero sabía que nunca lo conseguiría.

Si bien disfrutaba la idea del romance, no era en absoluto un romántico empedernido. De hecho, las personas a su alrededor probablemente lo etiquetarían como una persona demasiado realista; un cínico y un pobre desencantado de la vida cuya carrera estaba como prioridad en su mente, pero por unos minutos, ese lugar lo había tomado aquel hombre ridículamente guapo que había pagado por la berenjena de forma perfecta y se había pasado a los plátanos igualmente fálicos.

Oh, querido Señor, es tan jodidamente guapo.

Estatura promedio, aunque si le preguntaran, se le hacía un poco bajo pero no era algo que le molestase. Su cuerpo delgado pero fornido cubierto con jeans oscuros y una camisa blanca con cuello, mangas enrolladas hasta los codos dejando ver la tinta que adornaba sus brazos. Su cabello castaño oscuro estaba cuidadosamente peinado hacia atrás, algunos mechones caían sobre sus brillantes ojos verdes musgo que eran resguardados por rizadas pestañas oscuras y espesas.

Algunas arrugas en el rabillo de su ojo le hicieron saber a Gerard que el hombre era mayor, pero probablemente no más de treinta. Nariz perfecta y redonda, labios finos pero rosados ​​naturalmente curvados hacia arriba en las esquinas y una mandíbula bien definida y afeitada. Una pequeña cicatriz entre sus cejas perfectas y curvas, y elegantes dedos largos que se pasaban por las cajas de madera mientras seleccionaba sus plátanos.

Al pasarse al lado contrario de la caja de plátanos seguramente en busca de algunos en mejor estado, el sol se coló sobre las mantas que hacían sombra bajo los puestos de los agricultores, iluminando su piel y dejándolo casi ciego al ver el destello de un reloj caro sobre su muñeca. El hombre sin duda fue bendecido con buena apariencia y obviamente estabilidad económica.

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