Olvido

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Habían pasado varios días desde que Chūya estaba inconsciente, en los cuales Dazai no se había despegado de él ni un momento.

Verlo así, tan tranquilo y callado era muy extraño. Con sus ojos cerrados se miraba tan pacífico y hermoso... Aunque esto último jamás lo admitiría en voz alta, además de que prefería un millón de veces ver aquellos ojos azules como el mar.

Se sentía culpable por la condición de su antiguo compañero, quién únicamente daba señales de vida gracias a las múltiples máquinas a las que estaba conectado, pero esa brillante aura que siempre despedía el pelirrojo estaba perdida.

Muchas cosas se pudieron hacer para llegar a ese final en el que se encontraban, Dazai lo sabía y no dejaba de atormentarse. Yokohama y los usuarios de habilidades de todo el mundo estaban a salvo de Fyodor y sus retorcidos planes, pero al costo de una vida que hasta hace poco, no sabía que le importaba tanto.

"Dazai-san, debería ir a descansar, me encargaré de cuidar a Nakahara-san en su ausencia."

Sabía que estando Akutagawa al lado de Chūya, probablemente nadie podría herirlo, pero aún así sentía un miedo irracional de perderlo. Si él mismo no pudo protegerlo, ¿qué posibilidades tenía aquel azabache?

"Estoy bien, Akutagawa, él podría despertar en cualquier momento y es mejor que esté aquí."

La excusa que había dado desde el principio para poder quedarse en los cuarteles de la Port Mafia a lado de su bello durmiente fue que este podría despertar confundido y activar su habilidad, por lo que sería necesario anularla. Ni la gente de la agencia ni los mafiosos le creyeron, pero tampoco dijeron nada, pues podían ver la desesperación y el miedo del castaño.

Akutagawa sabía que por más que insistiera, este no se alejaría de aquella camilla, por lo que se limitó a colocar la bandeja de comida y marcharse. Estaba preocupado por su maestro, jamás lo había visto en aquel estado tan lamentable.
Por otra parte, si Chūya-san viera cuán afectado estaba Dazai-san por su estado, probablemente se atrevería a confesarse luego de despertar. Él le contaría.

Seis meses pasaron desde que Chūya cerró los ojos y no los volvió a abrir. Seis meses en los que el ejecutivo más joven de la Port Mafia había vuelto a los cuarteles, aunque esta vez en calidad de enfermero.

Los jefes de ambas organizaciones estaban preocupados, en primer lugar, por el pelirrojo, quién incluso con los tratamientos de Yosano no había sido capaz de despertar, y por otro lado, por la actitud del castaño, quién parecía estarse volviendo loco.

No dejaba que nadie se acercara a Chūya -nadie además de Yosano, a quien vigilaba siempre que lo tocaba-, nunca salía de la habitación y hablaba con su ex compañero como si estuviese despierto. La mayor parte de estas charlas eran sobre cuánto sentía haber llegado tarde a salvarlo, y varias veces lo escucharon confesándose, prometiendo que una vez que despertara jamás se separaría de su lado y haría todo lo posible para hacerlo feliz.

Todos esperaban que el ejecutivo orgulloso despertara pronto, o temían de lo que pudiera ser capaz el muchacho de vendas.

Yosano y Mori habían dicho que la condición de Chūya mejoraba, aunque no entendían la razón por la cual no despertaba. Todo era más complejo ya que albergaba al Arahabaki en su interior, y si bien este le había salvado, ahora complicaba las cosas.

Él tenía que hacer algo. Si aquella vez que Chūya había derrotado el sólo a Fyodor gracias a Corrupción él llegó demasiado tarde, esta vez haría hasta lo imposible por ayudar a su persona más importante.

Ya no se preocupaba por negarlo, los meses sin la llamativa personalidad del Chibi rondándole le habían hecho sentar cabeza. Si lo amaba, que todos lo supieran de una vez. Jamás dejaría que nadie lo volviese a lastimar.

Sabía que el pelirrojo estaba enamorado de él desde su época oscura y esto no había cambiado. Lo notó cuando lucharon juntos contra el Guild. Apenas despertara, le prometería un amor de cuento de hadas pues el otro era un cursi y amaba esas cosas. Cualquier cosa que pidiera Chūya, la tendría, incluso si esto implicaba hacer arder el mundo entero hasta las cenizas.

Un sábado por la mañana, Chūya Nakahara, contenedor del Dios Arahabaki despertó. Aquellos orbes azules como el cielo volvieron a brillar, aunque había algo inusual en ellos. Miedo.

El castaño se acercó inmediatamente al ver a Chūya reaccionar, estaba tan emocionado que sin pensarlo lo abrazó, cuidando el no lastimarlo.

"Aléjate..." voz temblorosa y presión sobre sus hombros con la intención de alejarle. "¿Quién eres tú?"

Un nudo en la garganta y una sensación de presión apareció en su pecho.

"Chūya, soy yo, Dazai, tu compañero."

"Yo no tengo ningún compañero. He trabajado solo para la Port Mafia desde que llegué." Su voz volvía a sonar firme y orgullosa.

"Sabes que sí, soy el único que puede complementarte y ayudarte a controlar al Arahabaki."

"Cállate, ni siquiera te conozco. "

No podía ser verdad. Ahora que estaba consciente de sus sentimientos, el rechazó dolía inmensamente. Justo cuando deseaba permanecer al lado de Chūya sin importar qué, este lo quería lejos. ¿Por qué cuando había encontrado una razón para vivir, parecía ir todo en contra?

"¿Sabes quién eres?" Tenía que hacer la prueba, quizá el enano sólo estaba confundido.

"Chūya Nakahara, uno de los cinco ejecutivos de la Port Mafia y portador de un Dios. Aquel que se oponga a la Port Mafia será aplastado por la gravedad."

Parecía tener todos sus recuerdos en orden, así que, ¿por qué sólo no le recordaba a él? Sólo había una forma de saber.

"Arahabaki."

Líneas rojas comenzaron a cubrir el cuerpo de Chūya, aunque a diferencia de veces anteriores, estás no parecían inflingirle daño.

"Osamu Dazai". El Dios si lo recordaba.

"¿Qué le hiciste a Chūya?" Lo protegería incluso de aquella criatura.

"Lo salvé de morir, algo que no pudiste hacer tú."

Arahabaki estaba enojado, después de todo puso en riesgo a su contenedor, pero eso no explicaba nada.

"¿Por qué únicamente parece no recordarme a mí?"

"Era necesario eliminar todo aquello que le hacía daño."

El cuerpo de Chūya volvió a la normalidad, había recobrado la consciencia.

"No te conozco, así que lárgate." Ser tratado así dolía, pero sabía que él le había hecho muchísimo más daño.

"Chūya, te quiero." Estaba a punto de llorar. Seguramente se veía patético.

El ejecutivo se levantó y se marchó de la habitación sin siquiera mirarlo. Escuchó un gran alboroto fuera debido a aquellos que celebraban el regreso del pelirrojo.

Ahora, en ese lugar vacío, ya ni siquiera las máquinas hacían ruido. Se había quedado sólo y así permanecería. Siempre creyó que tener a Chūya era algo seguro, pero gracias al Dios de la calamidad, había perdido todo.

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