Manipulación

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Complacencia de sentirse o verse humillado o maltratado; ese es el término que define a una persona masoquista. Puedo defender ante ti y ante el mundo, que yo no era ninguna masoquista. Todos comúnmente en su afán de otorgarle un nombre desde sus perspectivas a algo o alguien, comienzan haciéndolo primitivamente y terminan justificando sus términos.

Seguramente hasta tú, en algún momento le diste ese nombre a alguna persona. No te culpo, yo también lo hice, pero luego de experimentar el sentir de que se refirieran a mí como una persona masoquista, -tampoco he de culparlos, todos somos masoquistas ante los ojos y criterios incorrectos- y yo con ganas de explicar, de gritar, de hacer entender a todos que yo realmente no era una masoquista; existía algo mucho más grande y fuerte que mi afán de liberarme, no era otra más que la icónica arma blanca llamada Manipulación.

Dícese de la manipulación: Está asociada a la toma de control del comportamiento de un individuo o de un grupo, mediante técnicas de persuasión o de la presión psicológica. El manipulador intenta eliminar el juicio crítico de la persona, distorsionando su capacidad reflexiva. A través de diversas técnicas, el manipulador logra influir en las acciones, el pensamiento y las emociones del sujeto. La manipulación puede desarrollarse en cualquier tipo de ámbito y relación. Existen relaciones de manipulación en el seno de las familias (padre-hijo, madre-hijo, entre parejas en relación amorosa, etc.)

Sé que de alguna u otra manera has de haber experimentado la manipulación, bien sea que otra persona te lo haya hecho vivir, o que tú hayas ejercido la manipulación sobre la mente de otra persona. No te ofendas, porque es que hasta cuando fuimos niños nuestros padres nos manipulaban con excusas como ¡Si no mejoras tu comportamiento El Niño Jesús no te traerá regalos en navidad! –en otro países quien lleva regalos a los niños en navidad es Santa Claus- y nosotros como niños inocentes, también manipulábamos a nuestros padres, como por ejemplo, haciendo berrinche porque no nos dieron algo que queríamos y era nuestro momento de enseñarles a los adultos, lo que sucedería continuamente si repetían una negativa hacia nuestros deseos infantiles.

Daniel no era un padre al que yo debiera obedecer por mí bien, ni un niño a quien yo debiera complacerle sus pataletas y amenazas de cambio de comportamiento si no se hace lo que él diga.

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