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El tiempo parecía no tener avance cuando la paciencia de Rubén comenzaba a tocar lo inexistente.

Estaba desesperado por ver a Mangel, necesitaba más que nada poder verlo. Tenía un par de cosas que decirle. Algo que recordarle y unas buenas maneras para hacerlo. Estaban torturando su mente con escenarios nada inocentes.

Con deseos ahogados que necesitaban salir a flote antes de que sus propios deseos terminarán por explotar dentro de su pecho.

Sentía la maldita necesidad picar en sus dedos.

Rubén tenía el ceño fruncido y una mueca de seriedad cuando el timbre sonó. Está aquí.

Pensó. Y la sonrisa macabra que se extendió por su rostro le hizo sentir enfermo. Pero no había tiempo de sentir culpa. Su objetivo le esperaba detrás de su puerta.

Se puso de pie y a pasos que detonaban su prisa; abrió la puerta. Le vio. Con aquella sudadera que le quedaba gigante. Con su cabello negro y sus gafas de las cuales se había burlado infinidad de veces.

Tenía la mirada baja. Ja. Rió para sus adentros. ¿Nervioso?

Sonrió como todo un pirata. Y se recargó en el marco de la puerta.

— Llegaste justo a tiempo.

El menor se encogió de hombros — Dije veinte minutos.

Rubén asintió — Dijiste veinte minutos.

Se quedaron en silencio por un tiempo, y la forma tan tierna en la que Mangel parecía tenerle mucho interés a sus pies comenzaba a ser demasiado para Rubén.

Alargó una mano y tomándolo del cuello de la sudadera, jaló de su cuerpo para así; hacerlo entrar.

El menor emitió un bajo jadeo de sorpresa, y cuando las puertas se cerraron detrás de él; supo que ya ni podía correr.

Rubén le regaló una sonrisa encantadora. Y con un movimiento de muñeca le abrió camino hasta la sala.

— Por aquí, ya conoces el camino — dijo, sonriendo.

Pero el menor conocía esa sonrisa, pasó saliva con dificultad y asintió. Sonriendo de forma trémula. Se sentó con algo de tensión en el sofá rojo de la sala. Wilson se acercó a él, y Mangel sé si tío seguro por primera vez.

Menos nervioso.

— Enseguida regreso, ¿Quieres algo de tomar? — cuestionó el castaño con naturalidad. Cómo hace años lo hacía, hasta que empezó todo.

Miguel asintió, sonriéndole levemente. Su atención estaba en el lindo gato que se restregaba en su mano.

— Sí, gracias.

— ¿Cerveza?

— Eh... supongo — vaciló. Maldijo.

Rubén rió — Supones — se burló, dándose la vuelta para comenzar a caminar hacia la cocina.

Cuando desapareció entre los pasillos, Miguel se permitió respirar con normalidad. Dejó salir el aire que estaba conteniendo, queriendo convencerse de que su amigo le había llamado para una simple reunión.

Solo eso.

Wilson pareció ver la tensión en sus dedos al acariciarle, ya que rápidamente huyó de su tacto.

— ¡Wilson...! — exclamó en voz baja, no queriendo que su única salvación se fuese. Apretó los labios, el nerviosismo estaba volviendo.

Y supo que se pondría peor al ver cómo Rubius salía de la cocina. Son aquella sonrisa ahora tensa. Tenía dos latas de cerveza en la mano y nada más. Se relamió los labios de forma inconsciente.

Error.

— Y bien... — comenzó, recibiendo la lata con las manos temblando ligeramente — ¿por qué me llamaste?

Rubén soltó una risa tensa, negando — Mangel, Mangel... ¿no crees que deberíamos ir poco a poco?

— ¿Eh? — balbuceó, perdido — Rubius... no comprendo.

— No, no lo haces — murmuró con desdén, abrió la lata de un solo movimiento. Y le dió un largo, largo trago.

Dejó la lata con un golpe seco en la mesa de cristal del salón. El menor se estremeció ligeramente. Mirando atentamente al castaño.

Rubén ahora sí que parecía enfadado. Cómo si aquella sonrisa se hubiese borrado de un momento a otro. Otra máscara.

Su mirada oscurecida le dió una mala sensación. De un solo movimiento Rubén se puso de pie. Acercándose a él con decisión.

— Dime, Mangel. ¿Por qué dejas que Beatriz muestre algo que no es verdad? — cuestionó, su voz lenta y fría le dijeron que no estaba bromeando.

Se recargó en el sillón, hundiéndose en el mueble — Y-yo... no entiendo, Rub-

— ¿Por qué dejas que te toque como si fueras suyo? — cuestionó una vez más. Serio. Jodidamente serio.

Miguel se mordió los labios, bajando la mirada con un ligero temblor — Ella sólo... ella-

— ¡Ella no se aleja de ti! — alzó la voz, solo unos niveles. — ¿Acaso ya lo olvidaste, Mangel?

El menor levantó levemente la mirada — ¿Él q-qué?

Rubén le tomó del mentón con suavidad. Mirándole atentamente, infiltrado su intensidad en la pupila del pelinegro.

— Que soy yo él único que puede tocarte. Solo yo sé cómo hacerlo.

Negando, Miguel se puso de pie. Su corazón palpitaba fuertemente contra su pecho.

— Rubén... — murmuró, alejándose — y-ya hablamos de esto.

Él sonrió, meneando la cabeza de forma negativa. Se carcajeó ligeramente — ¿Hablamos? Lo único que escuché de ti fueron tus súplicas. ¿Lo recuerdas?

Se acercó. Cada vez menos metros los separaban. Miguel se estremeció ante el recuerdo.

— ¡Pero no está bien, Rubius! — exclamó, nervioso — ¡Tú y yo...!

No pido terminar, el cuerpo del castaño lo había acorralado por completo. Jadeó por la sorpresa, sentía las fuertes manos del mayor sostenerle las muñecas.

— ¿Nosotros qué, Mangel? — susurró en su oído. Sintió el cuerpo del menor estremecerse.

— N-No podemos-

— ¿Y Beatriz si puede? — susurró con más fuerza, apretando su cuerpo con el contrario — ¿Ella sabe cómo tocarte, hmm? Ella si puede complacerte, ¿verdad?

Sentía que se le escapa el aire. Esto iba a terminar mal, y Mangel lo sabía.


F*** You Betta » RubelangelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora