Capitulo Nueve

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Permanezco de pies sin saber qué decir o como actual. Puedo sentir como la piel se va erizando por la mirada acusatoria que me dirige Elena, o tal vez solo estoy paranoica y simplemente se trata del aire que se cuela por la entrada.

— ¿Dónde están tus hermanos Liana?

—Yo...

— ¿Seguirás actuando como una ignorante? O ¿Tengo que seguir enterándome de las cosas por otros medios?

—Quería decírtelo, en serio que quería hacerlo pero no podía, Laura me hizo prometerle que no se lo dijera a nadie —hago una pausa observando como su ceño se va frunciendo cada vez más—. Por seguridad no podía decirlo.

— ¿Desde cuándo?

Doy un largo suspiro mientras me aseguro de cerrar la puerta detrás de mí haciendo que el lugar se vuelva más oscuro de lo que ya estaba. Camino hacia una esquina de la habitación y me aseguro de encender las luces por lo que no puedo evitar parpadear varias veces para adaptarme a la luz, pero no soy la única ya que Elena imita la misma acción.

— ¿Recuerdas la vez que hablamos de los príncipes?

—Siempre hablo de los príncipes, la familia real para ser más específica —rueda los ojos a la vez que se cruza de brazos.

Buen punto.

—Aquella vez en el baño cuando se rumoreaba la noticia de los príncipes, estabas muy ansiosa por saber de qué y quien se trataba—ella lo piensa unos segundos hasta que su rostro va pasando por varias expresiones hasta quedarse al final con la del enojo.

— ¿Hablas de aquella vez que hiciste el cuadro de Remich? —exclama soltando su teléfono en el sofá— ¿Lo sabias desde aquella vez?

—Pues no lo sabía en ese momento, lo supe más tarde —me acerco un poco manteniendo una distancia prudente entre ambas— créeme la sorpresa fue grande cuando lo supe. Nunca dio una pista, nunca nos dijo nada, solo soltó en el momento menos esperado que estaban incluso comprometidos.

—Ahora entiendo porque tuviste que tomarte días libres —ríe sin gracias mientras se tira en el sofá—. Increíble.

—Estaba un poco molesta y ni que hablar de Yude, pero sabía que no podía ser egoísta y decirle que no fuera feliz. Sabes mejor que nadie que ella merece serlo —hago una pausa dejando un largo silencio entre las cuatro paredes—. Ahora que lo pienso, es mentira porque al final si fui egoísta.

Mi mirada se detiene en un punto ciego sintiéndome ahora mal. Elena tiene toda la razón de estar molesta, yo lo estuve entonces ¿Por qué ella no puede estarlo? No es como si pudiera decir que me entendiera porque ciertamente yo no lo hice.

—Me moleste por la misma razón que estas ahora molesta, no puedo simplemente decir que no lo hagas y escudarme cuando ciertamente eres de nuestra pequeña familia —vuelvo a mirarla aunque esta no me la devuelve—. Lo siento.

Nuevamente el silencio reina entre las dos, ella sin dirigirme la mirada y yo sin poder decir algo más. Pasan unos largos minutos en donde estoy dispuesta a decir algo más cuando ella habla.

—Estoy molesta —dice sin inmutarse— Estoy bastante molesta.

—Lo sé.

—Pero no soy quien para exagerar las cosas —por primera vez decide mirada— los conozco a los tres más de lo que me conozco a mí y si Laura decidió que no dijeras nada ha de ser por alguna razón.

Se pone de pies pero sin moverse de su lugar.

—Soy fanática a la realeza y aunque no es mucho puedo hacerme una idea de las consecuencias que podría haber pasado, así que, aunque ahora este enojada también debo ser realista y saber que en estos momentos Laura nos necesita —dice al final con pereza, sonríe y no puedo evitar ir y abrazarla fuertemente.

El príncipe que era feo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora