Agua Brillante

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Y fue así que me encontraba en una camilla de hospital; solo y tal vez con la compañía de algunos cantos madrugaderos de aquellos pájaros que se postraban en la ventana. En donde estaba, la estancia era pobre emocionalmente; sin alguna alma pendiente de mi o yo de ella.

Las horas pasaron y yo estaba recostado con un dolor de cabeza que ni el mismo dios del Olimpo aguantaría. Moví las vendas que estaban cayéndose de mi frente y alcancé a notar una sombra por debajo de la puerta mientras esta se abría lentamente.

-Hola... ¿Puedo pasar?

Pelirroja de ojos verdes; las arrugas que habían marcado el tiempo en su cara eran prominentes. Hermosa aquella mujer que había entrado a la habitación sin previo permiso.

-Mamá.

La mujer avanzó hacia mí lentamente mirando a su alrededor. Cuando llegó a la camilla, se sentó a un lado mío y tomó mi mano con delicadeza.

-Hijo, ¿cómo estás? -Preguntó mientras deslizaba su mano por mi barba que apenas estaba recién creciendo.

-Bien, con un pequeño dolor de cabeza ¿A que se debe tu humilde presencia madre?

-Sabes, tienes el mismo "desinterés" que tenía tu padre. De tal palo, tal astilla ¿no crees? -Rió un poco- he venido a verte. De hecho, he estado viniendo a verte estos últimos dos días.

-¿Dos días? -Pregunté confundido.- ¿He estado aquí dos días?

-Tres con este... Al parecer, el golpe que te haz metido en tú cabeza, te ha provocado entrar en un sueño profundo. Pero bien, mira el lado bueno.

-No hay lado bueno. -carraspeé-

-Oh, claro que si. Haz descansado un poco.

-Sabes, odio estar encerrado. Siempre lo haz sabido.

-Claro que lo sé, por eso he venido por ti. Creo que te han dado de alta y nos iremos a la casa, descansaras un poco y si quieres, después, te haré de comer la sopa.

-¿Verduras?

-Con pollo. -Agregó con una sonrisa en su rostro.-

-Gracias mamá. -Respondí mientras le daba un beso en la mejilla.-

-Iré por el doctor para avisarle que nos iremos.

-Adelante.

Se paró de la camilla y se dirigió a la puerta; salió y desapareció junto con su sombra.

Habíamos llegado a la casa de mi madre y aun era temprano. Todavía no daba medio día y ella comenzó a preparar la comida mientras yo esperaba con ansias. Al parecer había dejado ropa de la ultima vez que había venido; hace mucho tiempo...

Con más de dos días y medio de no haber tocado una gota de agua me resigne a bañarme. Me desvestí y encendí la tubería del agua. Me acerqué a la regadera y el agua caliente tocó la piel de mi mano; se sentía tan bien. Metí completamente mi cuerpo haciendo que este se estremeciera.

Comencé a ducharme como habitualmente lo hacía y justo antes de apagar el agua, en mi brazo derecho comencé a sentir un ardor exagerado y a la misma vez una voz en mi cabeza.

-Capitán.

Me quedé quieto aguantando el ardor para tratar de volver a escuchar esa voz. Esa voz tan tranquila que ya había escuchado antes. Sin respuestas, apagué el agua, salí de la regadera y me dirigí al espejo. Buscando, lo que quería encontrar, hallé un tatuaje.

Colores negros, morados y lilas eran aquellos que conformaban aquel dibujo; al parecer era una sección sin una forma definida de pequeñas escamas o algo parecido. Pensándolo bien, debió haber ocurrido en alguna de las fiestas del pueblo. Me embriagué, terminé haciendo apuestas y aquí está el resultado. Sin darle importancia, dejó de arder y me dirigí a cambiarme.

En Las Profundidades: SirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora