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LA SALA DE ENTRENAMIENTOS DE LA TORRE SE ENCONTRABA SIENDO USADA POR GAR Y JASON, quienes peleaban entre si, teniendo el castaño los ojos vendados por órdenes de Dick y Lydia, siendo supervisados por la chica.
—Gar, no te fíes de Jason —Lydia advierte—. Él ha entrenado con Batman.
Al recibir un asentimiento vuelve a sacudir su cuerpo, concentrando toda su energía para elevar a varios metros del suelo el agua del contenedor a su lado, tarea sencilla de dominar hasta que el temblor de mano apareció, dejando caer estrepitosamente el agua sobre el contenedor.
Miró de reojo a los muchachos pelear, girando para ocultar el temblor a espaldas de ellos, respirando hondo para calmar a la oscuridad y el temor rondando su cuerpo. La preocupación y el miedo de ser descubierta le impidió moverse.
Ya habían transcurrido tres meses desde la llegada de los nuevos Titans a San Francisco, en los cuales Lydia se permitió explorar el resto de los poderes dados por su madre —no solo limitándose a la hydrokinesis y la compulsión—. Su halo ultravioleta le servía como escudo contra balas, cuchillos y los poderes de Rachel, sin parecer quebrar su escudo todavía. Además, ya no necesitaba usar de sus cuerdas vocales para dirigir la onda de choque, ahora sus manos se iluminaban de aquella luz —idéntica a cuando su madre la poseyó y atacó a su hermano— y lanzaba golpes hacia sus enemigos para mandar aquellas ondas, que podrían destruir sus cráneos o solamente herirlos como si fueran puños.
La práctica y su proceso fueron complicados, aún había ocasiones en las que se cansaba de usar sus poderes desarrollados, hasta que una noche un mes atrás las pesadillas de las que habló Trigon aparecieron, recordándole su pequeña residencia en la muerte. Sus poderes se descontrolaron, teniendo que rebajar sus prácticas a manipular el agua para intentar domar los espasmos.
Volvió a mirar de soslayo a Gar y Jason, el primero le proporcionó un golpe a su cabeza al segundo, quién le reprochó aquello quitándose la venda con molestia.
—Dijiste ❛ no te contengas ❜ —se excusa. Lydia reprime una risa.
—¿Qué te pasa? Tenía los ojos vendados.
—Y le estabas dando una paliza —argumenta la sirena—. Él solo te dio un golpe y culpas a tus ojos vendados, Jay.
—Dijiste ❛ no te contengas ❜ —repite Gar.
—¿Traigo la manguera? —cuestiona Rachel llegando al lugar, seguida de Dick.
—¿Qué sucede?
—Hicimos lo que dijeron. Me vendé los ojos y me atacó como loco.
—Sí, claro —farfulla Lydia, rodando los ojos. Con una sonrisa se acercó a Dick, tomando el vaso de café y depositando un dulce beso en sus labios como agradecimiento.
