Una mañana de invierno, sentados ambos frente al fuego abrazador de la chimenea intercambiamos opiniones al respecto del sistema político alemán y, diversos temas triviales cuando mi celular sonó interrumpiendo el agradable momento del que estaba gozando en compañía de mi adorado amigo y compañero de banda, Till Lindemann.
—Buen día —saludé a quien estuviese al otro lado de la línea, pues el número era desconocido.
—¿Habla el señor Landers? —cuestionó un hombre de voz grave y apagada.
—Así es —respondí de inmediato. —¿En qué puedo ser útil? —pregunté.
—Su amigo, Richard Kruspe fue ingresado al hospital central durante la madruga, es necesario que se presente lo más pronto que le sea posible, señor.
—¿¡Él está bien!? —indagué desesperado, tremendamente preocupado por Richard.
Till que permanecía sentado junto a mí palideció al escuchar la pregunta, su rostro se llenó de angustia sin siquiera saber de qué se trataba la noticia. Aparté el celular de mi oído y toqué la pantalla para activar el altavoz del mismo, mi mirada se cruzó con la suya y esperamos impacientes la respuesta que el hombre tenía para nosotros.
—Un sujeto disparó contra él en dos ocasiones, esto sucedió a las dos de la madrugada en la salida de un reconocido bar. Me temó que el señor Kruspe no se encuentra estable en este momento, es por ello que lo llamo, usted y sus amigos más cercanos deben venir si desean verlo con vida; le ofreceré mayor información una vez esté en el hospital, hasta pronto señor Landers.
En ese mismo instante la llamada finalizó dejándonos perplejos. Me levanté del sofá en el que —hasta ese momento—había estado sentado toda la mañana, llevé mis manos hacia la cabeza y, dibujé círculos sobre la alfombra de la sala con mis inquietos pasos, justo como si hubiese perdido la razón. Lloré por mi amigo y amante.
El vocalista sin salir de su asombro se acercó a mí y me envolvió entre sus fuertes brazos, susurrando que todo estaría bien, que él no moriría aquel día y que lo primordial en ese momento debía ser estar a su lado.
Minutos después nos encontrábamos a bordo de su vehículo, camino al hospital en el que Richard estaba internado, esperando por nosotros. Urge en el bolsillo de mi chaqueta y con las manos temblorosas di con mi celular, digité el número de Christoph, Oliver y Flake, respectivamente para informarles el terrible suceso, cada uno de ellos prometió estar allí para cuando Lindemann y yo hubiésemos llegado.
—¡Till! —gritaban algunas fanáticas en las afueras del centro hospitalario, otras lloraban por Richard, que de alguna manera se habían enterado de lo ocurrido. —¡Paul!
A pesar de que adoraba aquellos minutos de convivencia con los fanáticos de la banda, ese día no podía ni siquiera detenerme a saludarlos, y aunque —sinceramente—me dolía tener que ignorarlos, no podía hacer nada más.
Till pidió con todo el respeto que pudo, que por favor se retiraran y si no tenían planeado hacerlo, que nos dejaran entrar y juró mantenerlas al tanto del estado de salud del guitarrista una vez tuviese información; las chicas comprendieron y se dispersaron, abriéndonos paso entre una multitud silenciosa.
—Richard Zven Kruspe ha fallecido —chilló una enfermera al percatarse de nuestra presencia en la desolada sala de espera.
Al otro lado de la extensa habitación se encontraban el resto de los integrantes de la banda, todos escuchamos aquello y me fue imposible no correr a los brazos de Christoph —quien para mí siempre había sido como un hermano, un gran soporte en mi vida—, y llorar como si no existiese un día después de aquel.