Weil ich der Teufel bin

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Debí quedarme dormido una vez di por finalizada la sagrada comunión, en eso confiaba. Temía demasiado que todos los sucesos ocurridos hubiesen sido escalofriantemente reales. Aunque no era capaz de creer que aquello se tratase de un simple sueño.

—Oh padre todopoderoso, ruego me cubra con su manto sagrado y aleje todo mal acechante. Se lo suplico, padre celestial, no permita que él me domine, por favor —oré, de rodillas en la oscuridad de mi solitaria habitación.

—¡Ja! eres un ridículo, Paul —la habitación continuaba siendo la misma, vacía y desolada, pero él estaba allí.

—¡Largo de aquí! —exclamé levantándome del frío suelo, intentando conservar la serenidad. Era imposible si él estaba ante mí, tan imponente como siempre.

—¿En realidad crees que tu Dios te cumplirá las tonterías que le estás pidiendo? —preguntó ignorando mi anterior exigencia. —Pues, lamento destrozar tu blando corazón, pero él no hará una mierda por ti.

Las horribles vivencias de aquellos días estaban pasando factura, destrozando por completo mis nervios, me asustaba con mi propia sombra e incluso mis propios pensamientos jugaban en mi contra. Creía que podía enfrentarlo, sin embargo, era incapaz de hacerlo, no en ese momento.

—¡No eres bienvenido en este lugar! —grité, interponiendo el crucifijo con mis temblorosas manos.

Sus enormes alas negras se extendieron gloriosas bajo la repentina claridad tenue, la habitación siendo suavemente bañada por la luz de la luna que poco a poco adquiría tonos más brillantes. Una sonrisa ladina se dibujó en sus carnosos labios y caminó hacia mí, acercándose peligrosamente. Retrocedí varios pasos al amparo de la dura pared y oculté el rostro entre mis heladas manos.

—Me gustaría darte un consejo, cariño: métete ese puto crucifijo por el ...

—No te atrevas a mencionarlo —interrumpí avergonzado, esta vez mirándolo.

—No lo haré, querido —se burló acariciando mi mejilla que bajo su toque ardía como el fuego, quemaba. —Bien sabe Dios cuantos motivos justificados tienes para temerme, no te preocupes, él es un cobarde y tampoco puede juzgarte.

—¿Qué quieres? —cuestioné, mi respiración era desigual, el miedo y horror se apoderaron de mi alma. —Yo soy fiel al señor mi Dios.

Su proximidad era asfixiante, sus ojos blancos como el zafiro me analizaban tal como un astrónomo lo hace con las estrellas. A pesar que el pavor me vencía, había algo en él que anhelaba, algo que deseaba y a la vez temía mortalmente. ¡Dios mío, ayúdame!

Manteniendo su mirada fija en mí, mordió con tanta fuerza sus labios que los hizo sangrar —Te quiero a ti, Paul —mi corazón se estremeció ardientemente ante sus palabras. Anhelando como un demente que aquellos labios sangrantes me besaran hasta que el fuego del infierno envolviera mi ser por renunciar a mis votos, solo por aquel impulso carnal.

—Tú-tú no eres real... no puedes serlo.

El que con orgullo pronunciaba su nombre, habló: —Por supuesto que soy real, sabes muy bien quien soy, pequeño, pero ¿Sabes acaso por qué ni siquiera el gran Dios ha podido vencerme?

—Nadie tiene más poder que él —aseguré.

—¡Yo sí! —vociferó en mi oído, sentí la vibración de su voz demoniaca a través de todo mi cuerpo —porque soy el Diablo.

—¡No! ¡Tú no existes! —me atreví a enfrentarlo de un furioso empujón que solo trajo consigo pésimas consecuencias.

Su atractivo rostro se inclinó hasta que sus ardientes labios estuviesen a la altura de mi cuello desnudo, entonces pude apreciar como bajo los labios escarlatas se asomaba su juguetona lengua roja que se deslizaba entre afilados colmillos. Tan cerca estaba su boca que podía percibir el chasquido relamiendo sus dientes y labios. Ahora me avergüenzo, pero en ese instante deseaba que mi piel se estremeciera ante su intenso roce. El ángel de la oscuridad se apartó de mi sonriendo victorioso.

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⏰ Última actualización: Jan 25, 2021 ⏰

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