El jefe médico Till Lindemann se dirigió a todos los presentes con las siguientes palabras: —Apreciados colegas temo informales que el neurocirujano Richard Kruspe sufrió un ataque al corazón muy temprano esta mañana. En estos momentos se encuentra estable gracias a la rápida acción del Doctor Lorenz, sin embargo ha tomado una decisión que a muchos de ustedes les parecerá descabellada. Él no ejercerá más como médico de este centro hospitalario, y además una vez esté en las condiciones requeridas para viajar se irá del país.
—Es una lástima que Richard nos deje, es un excelente médico —dijo el doctor Kowalewicz, sin siquiera pensar en el bienestar de su "amigo".
Kruspe, como todas las personas tenía sus problemas personales, principalmente con su ex-esposa que se negaba a aceptar que él ya no podía seguir a su lado; siendo sincero esa mujer estaba loca. Aún así no era motivo suficiente para renunciar al trabajo que con tanta pasión realizaba, para dejarme a mí, quién después de todo, también formaba parte de su vida. No tenía justificación alguna para abandonarme.
¿Acaso no me amaba?
Estaba molesto, muy molesto, ¿Después de todo lo qué habíamos pasado juntos, él pensaba irse sin siquiera decírmelo en persona?, pero en lugar de molestarme, ¿no debía estar preocupado por su salud? Así es.
Estaba angustiado, no dejé de estarlo nunca.
Eso había ocurrido un año antes, y mientras estuvo en el hospital me presente para verlo, pero él no deseaba hacerlo y lo entendí cuando Joe Letz,—un gran amigo suyo y enfermero del hospital—una semana después de estar visitándolo sin poder estar junto a él, me pidió que me olvidara de Richard porque nuestro camino a partir de ese momento se separaban para no volver a unirse.
—No regreses por él, Paul —fue lo último que mencionó.
¿Qué había sido aquello? Pues no lo sé, nunca lo supe.
Intenté contactarme con Richard en infinitas ocasiones, pero él no respondió mis llamadas, también le dejé varios mensajes, los mismos fueron ignorados completamente. Es probable que Richard no me quería más en su vida y ya está, yo podía entenderlo a la perfección, no obstante necesitaba hablar con él por última vez.
El motivo por el cuál él se había alejado de mi, me era desconocido y en poco tiempo todo lo que algún día existió entre nosotros llegó a su fin.
Aquello me dolió.
Lo último que supe de su persona fue que, en efecto, se había marchado de Alemania. Antes de partir le pidió a Lindemann que me entregara un viejo diario, el suyo.
Yo no quería un diario, solo quería a mi Reesh de regreso, deseaba poder abrazarlo otra vez, acariciar su cuerpo con mis labios y jurarle amor eterno cada día de mi vida.
—Richard quiere que lo leas, solo así entenderás porque se marchó —explicó el mayor con desagrado.
Till era amigo de ambos y desde que Richard se fue no volvió a ser el mismo, estaba furioso con él por habernos dejado, por haber destrozado mi corazón. Lindemann tenía mucho odio dentro de si, pero no para Kruspe sino para Letz, ya que curiosamente nunca más se supo de él.
—¿Por qué me lo entregas después de tanto tiempo? —pregunté intentando mantenerme al margen, lo extrañaba demasiado y escuchar su nombre me partía el alma en dos. —Ri-Richard se fue hace meses, ya no tiene sentido.
En ese tiempo pasé de ser el joven y guapo cardiólogo al que Zven tanto amaba, a ser el hombre más infeliz del universo, incluso dejé mi trabajo. Me recordaba la vida a su lado, una que nunca debió terminar.