Capítulo quince: cum sicario disputabo

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Seguimos a Calum de regreso a donde estaba la fogata solo porque a caballo nos moveremos más rápido por la mañana. Mi hermano y Rómulo no han parado de discutir un solo segundo sobre lo que deben y no deben hacer. Mi cabeza está palpitando del dolor que me causan los dos hombres con sus alaridos. Guardaron silencio hasta que la oscuridad era demasiada; de seguir como estaban, hubieran atraído a todas las criaturas mágicas del bosque.

Acordaron de mala gana que Calum haría la primera guardia. Él se sienta en un tronco limpiando el cuchillo con el que desolló a los animales que comimos. Mira atento al interior del bosque, como si quisiera entrar con desesperación. Por otro lado, Rómulo, con un suave movimiento, calma la intensidad de la llama de la fogata hasta hacerla una luz casi imperceptible. Yo estoy sentada al pie de un árbol, lo más lejos que me permitieron estar de ellos. Me limito a observar cómo mis brazos se siguen oscureciendo.

El color negro ya ha alcanzado mi hombro, y la extraña sensación de maldad e ira dentro de mí crece con cada segundo que pasa. Aunque trate de mantener la calma, estoy realmente aterrada. Los mareos son cada vez más frecuentes y la fuerza de mi cuerpo comienza a abandonarme. Rómulo se da cuenta, ya que noto sus pasos acercándose a mí una vez ha terminado de proteger nuestro pequeño campamento con hechizos. Se sienta a mi lado, y no tengo más opción que devolverle la mirada.

—Estarás bien —asegura él, pero tuerzo la boca sin ninguna esperanza—. Confía en mí, llegaremos a tiempo —añade con determinación.

—¿Qué sucederá cuando la magia negra alcance mi corazón? ¿Se detendrá? —Mi voz tiembla mientras formulo la pregunta. Él niega con la cabeza.

—No pienses en eso.

—Quiero saber —insisto. Lo miro desafiante, usando las últimas reservas de energía que me quedan. Él conoce mi terquedad y sabe que no voy a dejar de preguntar.

—Si la magia negra llegase a tu corazón, cosa que no ocurrirá, consumiría tu alma. Todo lo bueno que hay en ti desaparecería. Tus acciones serían guiadas por la venganza y la sed de sangre. Tu magia se volvería mucho más poderosa, pero incontrolable. —Hace una pausa, jugando con una pequeña rama entre sus largos dedos—. Tendría que matarte.

Aparto la mirada y empiezo a jugar con mis manos. No quiero morir.

—¿Por qué viniste? —mi voz es un susurro, lleno de confusión.

—Soy un protector. No puedo permitir que la magia que corre en tus venas se corrompa —responde, y yo asiento con seriedad. Creo que esperaba una respuesta diferente. La decepción debe reflejarse en mis ojos, porque él continúa hablando casi de inmediato—. Además de eso, estaba preocupado por ti. Dormí a los guardias para entrar en los calabozos y buscarte. Al darme cuenta de que no estabas allí, enfrenté a mi padre y le pregunté qué había hecho contigo. Me contó todo. Sabía que, si no te encontraba a tiempo, había tres posibilidades debido al hechizo que conjuró en ti. La primera era que no resistieras y la oscuridad llegara a tu corazón. La segunda era que te perdieras, que no sobrevivieras mucho tiempo por tu cuenta. La tercera y la menos probable era que, milagrosamente, lograras regresar a Westperit. Ninguna de las opciones era muy prometedora, ya que no volverías a Northbey.

Esa respuesta me agrada mucho más que la primera. Sonrío levemente, aunque él no me devuelve la mirada. Parece que a alguien sí le caigo bien después de todo. A pesar de cómo comenzaron las cosas entre nosotros, de alguna manera hemos llegado a ser amigos. Ambos hemos comprendido que, aunque nos enseñaron a odiarnos, tenemos cosas en común. Las dos semanas que pasó siendo mi maestro borraron de mi mente la errónea imagen que tenía de él.

—Es obvio que ibas a extrañarme —le digo, sonriendo con cansancio—. Soy la única que se atreve a enfrentarte cuando tu ego se dispara. —Él suelta una risa leve.

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