Capítulo treinta y ocho: Perceptio meae praeteritae

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Con la excusa de tener que asistir al entrenamiento, y el acuerdo de no dejarlo hasta que esté en cinta, consigo que Gorka no cuestione mi destino. Antes de ir a los jardines con los demás, me propongo llegar a la biblioteca real, supongo que el palacio debe tener una. Evitando ojos indiscretos que pongan en duda mis intenciones al husmear, solo consigo perderme entre los pasillos hasta llegar a uno sin salida. Pienso en dar media vuelta, pero al ver la pared adornada de pinturas cambio de opinión y decido acercarme a observarlas.

La más grande muestra a un rey y a una reina acompañados de su hija, quien supongo es Eleanor. Ambos padres son de cabello rubio, pero ahora sé que los intensos ojos azules de la dama de Eastliberi son herencia de su madre. La imagen está enmarcada por un precioso marco plateado con relieves que se asemejan a la espuma que provocan las olas del mar al chocar con la costa. La niña que pintaron no debe tener más de diez años, inocente e ignorante de que no tendría mucho más tiempo para prepararse para su ascenso al trono.

Eleanor es conocida en cada rincón de los cuatro reinos, además de por su belleza, por ser la persona más joven en tomar un trono. Al ser inexperta y además una mujer, muchos quisieron aprovecharse de su aparente inocencia y debilidad, pero demostró ser todo lo contrario. Familiares de sus padres quisieron reclamar el trono, pero ella consiguió conservar la lealtad de sus soldados. Su ejército y magia se hicieron fuertes con el tiempo, haciendo poco atractiva la idea de atacar su hogar.

En las pinturas de alrededor, mucho más chicas que la principal, se encuentran nuevamente los padres de Eleanor, pero esta vez rodeados de más personas. Una en especial es la que llama mi atención pues, junto a los reyes de Eastliberi se encuentran los reyes de Westperit; mis padres. Mi madre, a quien solo consigo reconocer por el recuerdo del retrato en la habitación de mi padre, parece tener escasos meses de embarazo y se sostiene del brazo de su esposo. No sé si es Calum o soy yo quien está ahí dentro de ella, pero hay una enorme y hermosa sonrisa en su rostro que la hace lucir radiante. Los cuatro parecen ser buenos amigos. Sabía que antes de la guerra eran aliados, pero no sabía que eran cercanos. De no haber nacido con esta marca, tal vez mi padre nunca le habría dado la espalda a la magia. ¿Qué habría cambiado de seguir mi madre con vida?

—¿Te perdiste? —interrumpe mis pensamientos la voz de Eleanor. Parada al inicio del corredor, con un libro sobre sus manos, me mira con una ceja en alto. No debe gustarle que una desconocida esté husmeando en su hogar.

—Sí, intentaba ir a los jardines para entrenar con los demás.

—Y encontraste las fotos de tus padres. —Eleanor les pide a sus guardias que la dejen sola unos momentos y camina hasta mi lado. Cuando está cerca puedo ver en sus manos el Argentum Oblinit. Supongo que Rómulo se lo entregó para estudiarlo—. La reina Aldara era una persona amable y muy querida por todos.

—¿Conociste a mi madre?

—Era común que los reyes de Westperit nos visitaran. Solía jugar con Calum en los jardines.

—Él falleció hace unos meses. —Su mandíbula titubea apenas un instante, pero después de eso no muestra alguna otra emoción.

—Sí, llegó a la costa esa noticia. Te ofrezco mis condolencias y acompaño tu dolor. No volví a verlo luego de la traición de tu padre, pero recuerdo a tu hermano con cariño.

—¿Disculpa? —digo sin poder ocultar la indignación. El tono de mi voz retumba en sus oídos y, por primera vez, me mira a los ojos.

—¿Pronuncié alguna mentira?

—Llamaste traidor a mi padre.

—Cualquiera que haya leído la historia de la Gran Guerra va a pronunciar su nombre de la misma manera.

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