Capítulo trece: Rursus

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Me acerco con cautela al libro que Sophie dejó caer al suelo, tomando sus páginas entre mis manos. Es notablemente distinto de los que Rómulo utiliza para enseñarme; su cubierta oscura y misteriosa parece esconder secretos profundos. Dejo que mis dedos exploren los relieves de los símbolos destacados en el lomo, intrigada por su significado. La ausencia de un título que revele su contenido solo aumenta mi curiosidad, así que, con una mezcla de ansiedad y emoción, decido abrirlo.

Los pentagramas y cruces llenan las páginas, acompañados de gráficos explícitos de personas desmembradas o degolladas, aparentemente destinadas a sacrificios. Los rostros malévolos se burlan desde las ilustraciones. ¿Qué tipo de historia infantil es esta? Mi mente lucha por comprender lo que mis ojos están viendo.

Con cuidado, me arrodillo para examinar la sustancia que se ha derramado del frasco. Es espesa y viscosa, y ha perdido su brillo desde que la niña dejó de recitar su hechizo. Paso mis dedos sobre ella, sintiendo una extraña conexión con su naturaleza desconocida. A medida que exploro las páginas del libro, busco pistas sobre la sustancia, y como si este quisiera satisfacer mi búsqueda, abre sus páginas de golpe en el lugar preciso.

Las palabras impresas cobran vida en mi mente, y sin esfuerzo, las pronuncio en voz baja. Una extraña sensación se apodera de mí mientras fluyen de mis labios, provocando que la sustancia en el suelo comience a brillar nuevamente.

Hablo rápido, pero antes de que pueda completar el texto, el bibliotecario me encuentra y su presencia rompe el trance en el que había caído. Suelto el libro de inmediato, provocando un estruendoso golpe cuando cae al suelo. Balbuceo nerviosamente, intentando explicar que no tenía malas intenciones.

—¡Ayuda! —grita el bibliotecario mientras se apresura hacia la salida. ¿Puede pasar un solo día sin que me meta en problemas?

Los soldados llegan rápidamente, entre ellos Damián, cuya expresión es de sorpresa al verme en esta situación. Sin embargo, no hace nada por intervenir mientras me sujetan y me arrastran fuera de la biblioteca. Antes de ser sacada, observo cómo los guardias recogen el libro con extremo cuidado, usando telas para no tocar directamente el lomo. Mi corazón late con fuerza, preocupada por cómo voy a salir de esta cuando el rey se entere. Mi intento de ganar la confianza del pueblo antes de la votación parece estar en ruinas en este momento. Seré llevada directamente a la hoguera sin oportunidad de explicar nada. Aunque lo intentara, dudo que me creyeran.

Nos adentramos en una habitación donde me colocan en el centro, rodeándome con sus espadas desenvainadas, listos para atacar si consideran que hago algún movimiento peligroso. Busco la mirada de Damián, quien me observa sin entender lo que está sucediendo. Y la verdad, tampoco estoy segura de lo que hice, pero empiezo a temer que no haya sido algo bueno. Me resulta difícil ver cómo podré compensar este desastre. Reconozco la sala; es el mismo lugar donde Rómulo me reprendió por escapar del calabozo y derramar el estofado de Morgan. ¿Dónde está ese anciano cuando más lo necesito?

La puerta detrás de mí se abre bruscamente y el rey, Rómulo y más guardias entran, como si estuvieran protegiendo a ambos hambres... ¿de mí? Los ojos de mi tutor se vuelven completamente amarillos al posarse en mí, y aprieta sus puños hasta que sus nudillos se quedan sin color. Por el contrario, es la primera vez que veo los ojos de su padre cambiar a un tono añil. ¿¡Está contento de que yo esté en problemas!? Maldito ser de cáscara amarga. Ahora tendrá la oportunidad de jactarse ante su hijo de que siempre tuvo razón sobre mí.

—Revisen sus manos —ordena el rey. Los guardias se aproximan para subir las mangas de mi blusa sin encontrar resistencia por mi parte. No tengo nada que ocultar.

O eso creía.

Mi sangre se hiela al ver que, desde la punta de mis dedos hasta la muñeca, mi piel está completamente negra. El oscuro tono se extiende por mis venas lentamente pero con determinación. Un grito escapa de mis labios, mezcla de sorpresa y miedo ante lo que veo. Empiezo a agitar mis manos de manera frenética, en un desesperado intento de liberarme de esta sensación de oscuridad que parece invadir mi cuerpo. Las miradas de todos se centran en mí, mi respiración se acelera rápidamente.

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