4. Un sentimiento extraño

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Acabamos por juntar las mesas y desayunar juntos. Los hipnóticos ojos azules de Saúl me tenían embelesada; ¿se podían tener unos iris tan hermosos sin que estuviera prohibido? «detente, Estef, que te conozco. Recuerda la promesa». Bego se estaba fijando en lo mismo. ¡Estupendo! Acabaríamos de morros por desear lo mismo. ¡Qué complicado era tener los mismos gustos! Aunque en mi caso debería de darle preferencia y cedérselo, en vez de ponerme a la defensiva, uniéndome a su competitividad. Me di cuenta de que Víctor me observaba detenidamente, interesado. No, querido, no eres tú a quien quisiera conseguir. No lo diré en voz alta, por supuesto. Desvié la mirada, con disimulo, haciendo entender que no sentía interés por él; disimulando a la vez que seguía intentando alcanzar el azul de los ojos de su amigo que nos observaban a mí amiga, y a mí bien abiertos, con pura atención.

—¿Sois de aquí?

—Hemos venido a pasar unos días, y a descansar. Cambiar de aires —explicó Saúl, atrayendo todavía más mi atención, agradecida por poder observarlo sin disimulo, y sin cortarme un pelo para escucharle—. ¿Y vosotras?

—Idem —solté yo, tragando información innecesaria que Bego parecía tener en la punta de su lengua, a punto de escupir. Me miró, frunciendo el ceño. «Sí, querida, tampoco hace falta que te explayes». Siguen siendo unos desconocidos.

—¿Idem? —me interrogó Saúl.

—Sí. Estamos de paso. Solo eso —expliqué de nuevo, a medias tintas.

—¿Hace mucho que estáis por aquí? ¿Hasta cuándo vais a quedaros? —se atrevió a preguntar el otro.

¡Eh! eh... eh. ¡Pare usted señor don atrevido! ¡Pero qué cotillas son, ambos!

—Acabamos de llegar. Nos marcharemos en una semana —confesó Bego, con una naturalidad arrolladora.

Fruncí el ceño, mirándola de soslayo. Estuve a esto de darle un fuerte pisotón en el pie. El asuntillo comenzaba a levantar en mí, ampollas. Mi vocecilla interior había puesto en marcha mi «sirena antiaérea». La más escandalosa y llamativa de las que tenía la lista de mi carpeta de sonidos personales, e intransferibles.

—De paso... Para una semana —vocalizó Saúl, reflexivo.

—Eso es —contestó Bego, sin mirarme. Sabía que la estaba observando con dureza, y sabía el por qué.

—Si no os conocéis esto, nosotros podríamos mostraros la mayoría de cosas interesantes durante esa semana. Os iríais conociendo la mayoría de los lugares. Bueno, yo no. Os lo enseñaría Víctor. Él es el guía turístico.

El susodicho elevó las cejas, perplejo ante su confesión.

—¿Ya me estás dando trabajo? ¡Se supone que estamos de vacaciones! —dijo, medio muerto de risa. Parecía seguirle la broma. Y yo iba necesitando poner a todo esto punto y final.

—¡No! —me negué—. ¿Por qué? No necesitamos compañía, ni guías, ni nada de todo ello—dije en voz alta, sin tapujos, clavando todos la mirada en mí al instante. Había pensado en voz alta... ¿Y lo había dicho sin cortarme? ¡Genial! Bego me odiará por esto. Parece interesada en el mismo hombre que yo, otra de las razones para negarme a continuar adelante. No era buena idea. Y como me repetí tantas veces, era momento de bajarme del tren del amor. El más traicionero, embustero y embaucador.

—¿No? —La interrogación de Bego me dejó en pausa—. ¿Por qué no?

—Eso... ¿Por qué no? —Víctor levantó la mano derecha—. Somos inofensivos. Lo prometo.

Entorné la mirada, desconfiando.

—Eso no lo sabemos.

Bego me dio un codazo.

Cupido se volvió loco (Por editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora