Capítulo 2

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Las sombras envolvían el almacén de mercancía y oía los ruidos de dientes contra carne desde lejos acompañados de gritos, súplicas y órdenes.

Me encogí en mi diminuto escondite, rezando al Ángel que me salvara y ni si quiera creía que fuera real. Rolland me había dicho que me quedara allí y no me moviera...

Solo llevabamos saliendo un par de semanas y, parece ser, no me conocía lo suficiente, pues que mi caballero de brillante armadura luche mientras yo me como los mocos (no me como los mocos es asqueroso):

NO ES MI ESTILO, gracias.

Los ojos se me acostumbraron a la oscuridad y pude ver el perfil recortado de dos hombres dándose la mano.

Me acerqué sigilosa y me detuve detrás de una estantería repleta de envases de cerveza rancia.

Mi mirada se posó en el rostro de Rolland:

El traidor.

Y, más tarde, en la cara de un joven de pelo plateado con ojos negros...

Negros como un pozo...

Como el carbon...

Negros...

Como su alma...

Negros como mi alma.

No creais que pensé en una estrategica huida...

Lo único que llegué a pensar fue:

Mierda, mierda, mierda.

Corrí, corrí como alma que lleva el diablo (nunca mejor dicho).

Tenía miedo, he tenido muchas veces en mi vida, pero sin duda esa vez no fueron pocos los escalofrios.

Era Jonathan Morgerstern, también conocido como Sebastian Morgestern...

El demonio nephilim...

Y me buscaba.

A mí.

Porque yo soy como él...

Y él es como yo.

Esta es mi historia:
Yo nací hija de la pareja Herondale, no recuerdo nada de mis padres pues murieron cuando yo tenía tan solo dos años de edad.
Después de cuatro años un hombre encapuchado me recogió del orfanato asegurando ser amigo de mis padres.
Era Valentine Morgestern.
Él hombre me llevó a su casa, me dio cobijo y me presento a un niño el cual no dudé en creer que era su hijo.
El pequeño se llamaba Jonathan Christopher Morgestern.
Sebastian.
Los cinco siguientes años los pasé en la misma casa que él.
Nos hicimos grandes amigos.
Pero cuando el chico cumplió los doce años empezó a cambiar, se mostraba agresivo y siempre estaba practicando en los jardines la lucha.
Valentine se dio cuenta de que estorbaba y me quitó del medio.
Me encerró en su sala de "experimentos".
Y probó conmigo todo tipo de brebajes y conjuros.
Fue un día en el que Jonathan se coló en el laboratorio y me vio.
El corazón me volvió a latir de alegría.
Él estaba allí.
Me iba a salvar.
Todo pareció volver a su sitio...
Pero me equivocaba.
De sus labios brotó una risa de burla y me dirigió una mirada lasciva.
Entro en mi jaula, se agachó, me cogió la barbilla y dijo:
"Mi querida, Agnes. Así que estás viva después de todo... Qué pena más... grande"
Yo le contemplé sorprendida.
"¿Có... Cómo?"
"Lo que has oído, mi padre debió acabar con tu vida, no mereces vivir, ramera."
Dijo con desprecio y posó sus labios contra los míos dando forma a un beso, lleno de deseo, mis articulaciones dejaron de funcionar y no lo aparté.
Cuando se separó sus ojos habían pasado del más oscuro negro al más brillante verde.
Pero sólo fue un instante, en cuanto sus ojos volvieron a la normalidad él me abofeteó y yo aproveché la oportunidad para darle una patada en la entrepierna y salir corriendo de allí.
No sabía que había sucedido allí dentro.
Ni la razón de su enfado.
Pero lo último que gritó fue:
"¡Eres mi perdición!"
Y...
"Te mataré por ello."

Agnes Herondale.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora