3. Sorpresas

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Había olvidado traerme un reloj de pilas o uno digital pues ninguno de los presentes contaba con celulares, cámaras o cualquier cosa electrónica rastreable, si, éramos invisibles ante la policía pero técnicamente también para todo el resto del mundo. Al final no necesite el reloj, había tan pocas cosas que hacer en esa casa en medio de la nada que mi reloj analógico estaba perfectamente equilibrado y cuando menos me di cuenta, cambiando mi ropa, colocándome una chamarra y yendo al pie de la escalera revise el reloj de pared y marcaban cerca de las 3:30 AM.

Me quedé en el penúltimo escalón hipnotizada por la manecilla de los segundos hasta que escuche el rechinar de una madera, giré rápidamente y el Profesor estaba ahí, se acomodo los lentes y me miró confundido empezando a bajar.

— Ah, veo que eres tan puntual como siempre — sonreí terminando de bajar, lo esperé pero antes de dar el último pasó reviso su reloj de muñeca — de hecho 28 minutos antes —

Me encogi de hombros.

— Al mal tiempo hay que darle prisa —

— ¿No era al mal tiempo buena cara? —

— No estoy segura hace mucho que no escucho a mis tías hablar... —

Me miró al inicio serio pero terminó por sonreír divertido y le copié.

— Vamos —

Le seguí en completo silencio, cruzamos el pasillo que conectaba el comedor y la cocina, llegamos a la puerta trasera y nada más cruzar el umbral pude sentir la suave brisa de la mañana en mi rostro, refrescante, sentía respirar, respirar de verdad no solo hacerlo mecánicamente. El Profesor siguió caminando hasta un árbol solitario, era alto a pesar de que estaba solo y sin ningún ejemplar a más de 5 kilómetros, acercándome me coloque justo debajo, levanté mi rostro y cerrando los ojos intenté escuchar el más mínimo sonido de la naturaleza. Pero ese momento de paz no duró mucho, la voz del Profesor me hizo verlo.

— Ahí viene — su vista iba detrás del árbol, me giré confundida a dónde él y ahí estaba el segundo hombre que no quería ver pero que iba a tener que ver.

Me quedé quieta, no podía atreverme a saludarlo o si quiera hablarle después de ese pequeño inconveniente que al final, también me terminó dañando. El Profesor se adelantó y lo recibió con un abrazo.

— Caminé medio kilómetro. Espero que valga la pena — le correspondió el gesto y cuando se separaron el Profesor sonrió.

— Me da gusto verte — le dió una palmada en el hombro justo a tiempo para que sus sentidos se dieran cuenta de que había alguien más, salí de mi absurdo escondite y por fin se dió cuenta con la persona que trabajaría tres meses y luego con quién estaría encerrado 24/7 durante tres días — Escucha, ahora su nombre es Londres y bueno, el es Palermo —

No tardó en separarse del Profesor y quedarse a pocos centímetros de mi con esa mirada tan molesta.

— ¿Londres? ¿Qué te crees, la reina de Inglaterra? — su tono al hablar conmigo nunca fue amable, tal vez un par de veces pero había llegado cuando la historia se estaba rompiendo y bueno, cuando todo está mal los demás también tienden a estar mal.

Me encogi de hombros.

— No, no soy reina pero entiendo la confusión pues terminé quedándome con el rey que tú querías ¿Verdad? — tal vez tuve que haber cerrado la boca, me había burlado de algo que era importante para él pero su tono de superioridad me decidió por hacerlo, se acercó un poco más estando cara a cara ,casi éramos de la misma altura.

— Mirá niñita, con tendencia a la estupidez , vos so—

— No, por favor — ambos miramos al Profesor — Los traje aquí porque será mejor que arreglen sus indiferencias en privado que con un público vitoreando por una pelea ¿Entendéis? — se acomodo los lentes dándose un último vistazo como si eso bastará para dejar el conflicto que venía regando desde años atrás — Los dejo solos. Por favor, no se maten entre ustedes—

Un nuevo castigo [Berlín]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora