Capítulo 2 (Editado)

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No sé cuánto tiempo duermo, pero el calor me obliga a despertarme cuando siento mi piel ardiendo como si estuviera bajo el sol. Al mismo tiempo, mi corazón late desaforadamente debajo de mi pecho.

Trato de no darle importancia a ello e imagino que seguramente volví a tener otro mal sueño, que esta vez no recuerdo. Por lo que, aun sintiendo pesadez en mis párpados, decido volver a dormir, porque por la mañana debo salir a buscar empleo y no puedo parecer un zombi. Sin embargo, cuando estoy al borde de la inconsciencia, siento como algo muy suave y frío comienza a deslizarse por mis pies, subiendo hasta mi rodilla y de ida a mis muslos, que de un fuerte tirón son separados, sacándome el sueño completamente.

—¿Qué rayos...? — jadeo, alarmada y trato de levantarme al sentir aquellas caricias que, tan pronto como me despierto, dejo de sentir. Pero, cuando intento llevar mis manos a mi rostro para restregar mis ojos, unas cadenas en mis muñecas evitan que pueda moverlas al dejarme firmemente sujeta a la cabecera de la cama — ¿Que...? ¡Joder! — gruño y tiro de las ataduras sin éxito.

Asustada, observo a mi alrededor, captando que la noche está en su punto más oscuro y que la luna brilla como nunca antes a través de la ventana, lo cual me da la posibilidad de barrer la habitación con mi mirada, encontrándome con que está vacía. y nadie se encuentra allí. Pero alguien sí está aquí y ese mismo alguien me ha atado a la cama.

—¡Joder, joder, joder! — gruño e intento tirar de nuevo de las cadenas. Maldigo una y mil veces cuando no tengo éxito en soltarme, y comienzo a perder la paciencia y a tironear con fuerza.

La desesperación me lleva a zarandear las cadenas con fuerza, pero mis intentos de liberarme se ven interrumpidos al volver a sentir aquellas caricias sobre mí, dejándome en shock al reparar en que no hay nadie en la habitación, ningún hombre, ninguna mujer, nadie.

Mi respiración se agita. Siento como el corazón se me quiere escapar del pecho cuando observo hacia el interior de mis muslos con los ojos como platos por sentir suaves y frías caricias ascendiendo por la piel entre mis piernas, en donde no se encuentra nada más que el aire. Se sienten como... manos.

¡Manos!

Mis ojos se abren a tope y jadeo cuando la delirante sensación comienza a subir cada vez más por mi carne, llegando hasta mis bragas, en donde frena en el borde de ellas.

—¡Espera! —grito como una lunática, porque no hay nadie. Sorpresivamente, las manos se detienen con mi súplica.

Mi corazón bombea preocupantemente rápido, mi piel está en llamas y un tirón me da en el vientre cuando dejo de sentir esas caricias. Juro que quiero ser de las mujeres que gritan y lloran de miedo, que reaccionan como usualmente debería reaccionarse en estos casos, pero lo que en realidad parece quererme hacer llorar es... la falta de ese nuevo tacto.

Pasan los segundos y sigo sin sentir nada, pasan los minutos y mi piel sigue erizada, la sangre palpita en mis oídos. Se detuvo cuando le dije que lo hiciera, pero por algún motivo eso no me alivió. Y ahora me siento una lunática cuando remuevo una de mis piernas sin pensar, en busca de esa frialdad.

Gimo ahogadamente cuando no tengo que buscar por mucho tiempo y otra vez la sensación de dedos helados tocándome, recorre mi pierna. Observo, hipnotizada, como mi piel se eriza a medida que aquel frío y suave contacto avanza sobre mi piel ardiente.

Me he vuelto completamente loca.

De repente, en la habitación se escucha el ruido de tela rompiéndose. Suelto un pequeño gritito cuando mis bragas son desgarradas con bestialidad y mi camiseta es la siguiente. Aquella extraña fuerza de la naturaleza levanta mi culo por unos centímetros del colchón y me deja totalmente expuesta, desnuda y jadeante por tanta brutalidad.

Balthazar [1]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora