Antes del final

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Faltaban aún dos días para el gran momento; decidí entonces hacerle frente a la realidad fúnebre de la que trataba escapar desesperadamente estas últimas semanas.  Extrañamente eran los días más fríos y tormentosos de aquel invierno; salí de la ostentosa casa que lucía ya descuidada y pude notar que el paisaje no era otro que aquel que suelen describir cuando el tiempo se agota.  El aire frío entró de una manera muy agradable en mis pulmones, me reconfortó por completo; me hizo sentir un grado de pureza que relajó mis estremecidos músculos al momento.  Extrañaba las calles, la estruendosa banda sonora citadina conformada por el sonar a veces fastidioso de los autos apurados por llegar a su destino, los pasos agitados de la burocracia tratando de cerrar por fin el negocio, los vendedores ambulantes con retahílas desbordantes de magia atractiva para quienes temían invertir el dinero.  Me introduje entre las vías abordadas por nieve tratando de invadir los espacios de tránsito y el cielo gris y opaco poblado de nubes que no permitían ni el más pequeño de los rayos de sol con el fin de llegar al punto de encuentro con la persona que solía amar; habían pasado ya cuatro semanas desde que me aparté del mundo y no había dado señales de vida, ni respuesta a millares de textos y llamadas que aparecieron los primeros días de preocupación por parte de amigos y familiares. En el trayecto, el viento helado trajo consigo un álbum de recuerdos preciosos de los veintiséis años que había logrado conquistar uno a uno; cada día al levantarme de mi cama. Mi mirada estaba fija en la nada y marchaba cabizbajo pensando en lo mucho que había conseguido hasta ahora y en lo que podría conseguir si la pesadilla del tiempo no quisiera detener mi almanaque. Me lamenté por un momento, pero decidí dejar de lado ese tipo de ideas y llevar mi poca concentración a lo que realmente estaba dispuesto hacer; despedirme de ella.

Me estremecí al llegar a aquel añejo parque iluminado por las luces tenues de los hermosos faroles de latón que luchaban constantemente contra el ambiente para lucir tan románticos como en la década de los cincuenta en los que fueron depositados aquí. Justo a unos metros de distancia, se situaba su delgada figura de espalda sentada en una de las bancas de hierro y tablas que recibían a las personas en busca de descanso. Quedé en coma por unos minutos analizando sus ondulados cabellos color castaño danzar en el ritmo frágil y sutil al que eran sometidos por el viento. Cerré mis ojos para recordar finalmente el deleite de dormir entre ellos y supe que el amor que había jurado años atrás aun hacia latir mi corazón apresuradamente. Avancé hacia la banca con serenidad y me senté junto a su delicado conjunto de piezas de obra; un aura de rabia, inseguridad y orgullo llenaron el espacio y el silencio transformó el tierno momento en un pasaje incómodo. Su rostro lucia sutil como de costumbre; su mirada reflejaba tristeza y soledad con gran profundidad. Ignoró mi instancia por completo y aun luego de verme allí cerca no pronunció ninguna palabra, sus ojos no se giraron para encontrarse con los míos… sus manos no optaron por palpar mi cuerpo.

El miedo invadió mis entrañas, mi aliento se secó por completo y mi mente quedo absolutamente en blanco; Esperaba una reacción distinta, pero esta he de suponer que era la justa.

De manera extraña el ruido de la ciudad se redujo al crujir de las ramas en los arboles al ser sacudidas por la brisa, el tiempo se hizo eterno y nuestros cuerpos simplemente optaban por no responder con ninguna reacción de fraternidad; éramos dos desconocidos mirando el mismo entorno.

Finalmente cedí a mis impulsos y sostuve mí vista en su delicado rostro; aun lucia tan hermoso como el primer día en el que tuve el privilegio de mirarlo. Sus grandes ojos mantenían el inigualable brillo que reflejaba desde el fondo su alma; sus delicados y carnosos labios rosa aun me transmitían en idiomas imaginarios la falta de cariño y el abandono que habían sufrido por parte de los míos. Sus pobladas y delineadas cejas, su nariz respingada; el mágico tono blanco de su piel que encajaba perfectamente con la nieve del paisaje y su atrevido lunar en el borde izquierdo de su labio superior me hicieron lamentar el hecho de que faltaba poco para no volver a contemplarla algún día. Mi corazón quiso palpar de nuevo su tierna piel de infante, pero me abstuve por completo de sentir su cuerpo.

Ella notó mi nostalgia y flaqueo a su inmenso ego dejando escapar de su sensual boca y envuelta en una voz temblorosa 

- He cambiado de planes… mañana viajo a Inglaterra para continuar mis estudios. Por mi parte, mis sentimientos se descongelaron hasta formar lágrimas que oculté y no pude más que desearle suerte, pues comprendía que mi futuro era el que no existía, pero ella aún recién salía del capullo. Sus mejillas se sonrojaron y a pesar de la baja temperatura su frente mostró su frustramiento en el húmedo sudor con el que pronunció:

- Aun no logro entender como tres años se fueron al carajo por tu egoísmo, no encuentro explicación lógica. Porque simplemente te apartaste del mundo, porque no pudiste decirme que ocurrió. ¿Quién responderá el millar de dudas?

- Solo te marchaste hace semanas y no quisiste saber más de mi… simplemente me borraste del futuro que habíamos planeado con tanto sacrificio. Traté de soltar alguna frase, una oración; pero mi voz fue el silencio y mi mirada se apartó de ella. Su impaciencia, producto de mi silencio alimentó su dolor provocando que se levantase y con el desprecio menos sincero que se haya escuchado, pronuncio entre lágrimas y lamentos el definitivo ‘‘Permíteme odiarte’’ con el que apartó finalmente su presencia y se alejó entre la densa neblina que empezaba a caer acompañada de ciertos copos de nieve que llovían justo en ese momento. Sentí de nuevo el abandono y me fue imposible contener mi lamento; realmente fui un cobarde al no decirle a quien veía como la mitad de mi vida, que hace un mes me habían diagnosticado un fuerte caso de cáncer y mis días estaban a punto de terminar. Supongo que al amar encierras el dolor bajo tus muros para que no escape a otras personas.

Pensamientos de un redimidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora