Capítulo 1

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CAPÍTULO 1

     Sentí sus húmedos labios sobre mi cuello, como iba ascendiendo hasta mi boca... Presioné su cuerpo contra el mío. Sonrió, esa sonrisa traviesa que tanto me gustaba.

      Rodeó mi cintura y tiró del dobladillo de mi camiseta.

      Sabía cómo acabaría esto, no era la primera vez que pasaba. Desde que nos conocimos en el Dark Night, la discoteca que te jodía la vida en una noche, como me ha pasado a mí. Lo único que recordaba era las primeras copas que me servía antes de meterme en su cama, la única forma de soportar noche tras noche como me utilizaba.

        Pero lo peor de todo es despertarte y darte cuenta de que tu vida sigue siendo una mierda.

         No podía seguir huyendo de la realidad. El alcohol ya no surtía efecto en mí. Estaba sola. Tenía que aceptarlo.

         Le empujé, estaba mareada, con ganas de vomitar. Me puse la camiseta de nuevo, pero antes de que pudiera darme cuenta volvía a estar entre sus brazos.

-¿A dónde te crees que vas, nena?

          No valía la pena responderle, mis palabras no tenían valor para él.

          Me deshice de su abrazo y salí corriendo antes de que pudiera alcanzarme. Oí de fondo como me gritaba:

-¡Puta zorra!

-Búscate a otra, cerdo-le grité.

-Sois todas iguales –me insultó, pero yo ya estaba en la calle.

Me quite los tacones y empecé a correr todo lo rápido que pude.

Él estaba en la puerta, insultándome.

Llevaba ya diez minutos corriendo. Estaba agotada. Me derrumbé en la acera, las náuseas me impedían seguir caminando. Todo daba vueltas en mi cabeza. Decidí encenderme un cigarrillo para despejarme.

Cuando todo a mi alrededor se volvió más claro. Escuché voces masculinas detrás de mí.

No me asusté. La borrachera me estaba jugando una mala pasada.

Conforme se iban acercando, supe que no era fruto de mi imaginación.

Cada vez estaban más cerca. Levanté la cabeza, eran tres; o quizá seis. Había bebido demasiado, incluso para mí.

No podía quedarme más tiempo allí.

Aquellos tipos estaban discutiendo que hacer conmigo, estaba segura que no sería nada bueno.

Me levanté y empecé a correr, aunque sabía que no serviría para nada.

De repente sentí que uno de ellos me agarró por el brazo y tiró de mí. Me volví y les vi de cerca. Ahora estaba segura, eran tres hombres. Todos más grandes y fuertes que yo. Parecían tener alrededor de veinte años.

Estaban tan ebrios que no controlaban sus actos. Supe que iba a morir.

-¿Qué hace una chica tan guapa sola a estas horas?

-Yo…eh…bueno, ya me iba –tartamudeé.

-Tú no te vas a ningún sitio, muñeca –dijo uno de ellos.

Solo tenía una oportunidad, necesitaba una maniobra de distracción.

-¿Queréis uno? –dije de repente ofreciéndoles un cigarro.

Se miraron  entre ellos, confusos.

-Vale, guapa – dijo uno con el pelo morado y de punta.

-¿Tienes fuego? – preguntó el que me estaba agarrando, moreno y con el pelo negro y despeinado, tenía acento cubano.

Llevaba pantalones ajustados y una camiseta negra que le marcaba los pectorales. Era bastante atractivo.

-Sí – saqué el mechero, lo encendí y rápidamente le quemé la muñeca del brazo con el que me estaba agarrando.

-¡Ah!¡Perra! – maldijo mientras me soltaba.

Me zafé de él y hui hacia la Quinta Avenida. Me costaba moverme por la ajustada minifalda, tenía las piernas agarrotadas de tanto correr. Llevaba toda la noche corriendo y me estaba empezaba a hartar.

Llegué al piso alquilado en el que vivía con mis padres y mi hermana.

Mi padre estaba tumbado en el sofá, viendo un partido de fútbol americano con un botellín en la mano. Estaba borracho, como siempre.

-Hombre, te dignas a venir por casa, bellezón – dice.

No le hice caso, ya estaba acostumbrada.

Me duché para despejarme, me desenredé el pelo castaño que me caía por la espalda y me vestí. Me miré al espejo. Tenía los ojos marrones avellana con motas verdes resaltados por unas permanentes ojeras.

Después entré en la habitación de mi hermana. Dormía profundamente. Me gustaría saber con qué estaba soñando, yo hace años que solo tengo pesadillas.

Me metí en la cama, pero no podía dormir, no podía dejar de pensar en lo que me había pasado esa noche. La resaca ya comenzaba a aflorar de mi interior y notaba como poco a poco comencé a quedarme dormida.

la cruda realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora