19 - Su mandíbula 🌊

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𝓛a curiosidad mató al gato, solo que, en esta ocasión, el gato tenía nombre y se llamaba Odette

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𝓛a curiosidad mató al gato, solo que, en esta ocasión, el gato tenía nombre y se llamaba Odette.

Cuando aún las aguas no habían logrado regresar a su cauce entre mi padre y yo, él me había descubierto hurgando entre sus cosas a hurtadillas, una tarde en la que creí estar a solas en casa. Tenía la malsana costumbre de cotillear en las pertenencias ajenas cuando algo me resultaba sospechoso, y aunque no encontré evidencia alguna que apoyase mis teorías, toda la situación apestaba a gato encerrado.

Llamadas a altas horas de la noche, visitas clandestinas a casa y reuniones en las que no se podía interrumpir a mi padre. Desde que lo vi mantener una conversación con el jefe de policía se había estado comportando de forma sospechosa, lo que provocaba que mi interés fuese en aumento.

Pese a mis intentos por obtener algo de información, escuchando a través de las puertas o levantando el teléfono en mitad de las llamadas, seguía estando en el punto de partida. Sin embargo, no había duda alguna, todo aquello tenía que ver con Theo y, en parte, sentía que también estaba relacionado conmigo.

Dos semanas habían transcurrido ya desde nuestro descubrimiento. Dos semanas plagadas de teorías conspiranoicas que compartíamos Simon y yo en secreto. Catorce largos días en los que, al llegar al instituto, nos preguntábamos si ese sería el día en el que la verdad saldría a la luz, pero nunca ocurría nada memorable.

Tal vez fuese mejor así.

Entretanto, con una lluvia de trabajos y exámenes, no había podido quedar con Simon en todo ese tiempo. Empezaba a echarlo de menos, a riesgo de sonar ridícula, teniendo en cuenta que lo veía a diario en el instituto.

Si tan solo él fuese la única persona ausente en mi vida...

Desafortunadamente, eran contadas las ocasiones en las que podía ver a Friday. Cuando no era absorbido por su novia, se reunía con los hermanos de Theo, o se quedaba en casa en lugar de asistir a clase. Cada día me preocupaba más por él. Temía que estuviese dejándose influenciar por malas compañías en el momento más vulnerable de su vida.

No quería pensar que... Espera, ¿por dónde iba? Acababa de ver a Simon aparecer en escena y había perdido el hilo de mis pensamientos.

Seguía teniendo esa capacidad de dejarme boquiabierta, sin habla, y sin saber qué estaba haciendo antes de su entrada en escena. Presentía que, por más que pasara el tiempo, nunca dejaría de sentirme envuelta por su aura mística, ni de sucumbir a sus encantos.

No lo podía remediar. Y ya no solo me refería a atracción física, sino a necesidad romántica.

Cuando Simon y yo nos mirábamos, entrábamos en una paradoja temporal en la que el tiempo se detenía y lo que nos rodeaba se volvía superfluo, pero también, nos encontrábamos tan a gusto que el tiempo, finito, se nos antojaba demasiado breve.

Aún no podía creerme que tuviésemos que separarnos para ir a diferentes universidades.

—¡Simon! —Por si el grito que acababa de dar no fuese suficiente, di varios saltitos y extendí las manos hacia arriba, tratando de llamar su atención—. No te vi esta mañana en clase de Álgebra.

Anatomía del chico perfecto [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora