31 - Sus sueños 🌊

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𝓐ún no me creo que esté a punto de salir del nido, alzar el vuelo y emprender una nueva vida sin la supervisión de mis padres

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𝓐ún no me creo que esté a punto de salir del nido, alzar el vuelo y emprender una nueva vida sin la supervisión de mis padres. Con la matrícula de la universidad lista, mi plaza en la residencia universitaria asignada, y los billetes de avión comprados, ya no había forma de echarme atrás. La idea de la mudanza, al principio, me transmitía ilusión, pero a pocas semanas de mi partida el terror está cada vez más presente.

Solía hacerme las mismas preguntas, ¿seré capaz de valerme por mí misma?, ¿y si me ocurre algo, quién estará ahí para ayudarme?, ¿y si Simon regresa y no sabe dónde encontrarme?

El último interrogante era el que tal vez me generaba mayor incertidumbre, pero también el que más rápido se esfumaba de mi cabeza. Simon ya no formaba parte de mi presente y, dadas las circunstancias, tampoco lo sería de mi futuro. Tantos sueños, tantos planes juntos que al final habían acabado en el retrete.

—Simon, ¿estás despierto? —Entre susurros, me movía muy suavemente sobre el colchón de su cama, esperando una contestación por su parte.

Después de una intensa tarde de estudios nuestras neuronas pedían un descanso, y una cabezadita rápida era el mejor remedio para nuestras jaquecas estudiantiles.

—Depende —respondía él con voz somnolienta, abriendo solo uno de sus ojos—. Si es para darme un masaje, sí. Si es para seguir estudiando, no.

—Ni lo uno ni lo otro.

Tratando de desperezarse para atender a mis reclamos, se frotaba los ojos y daba un gran bostezo que no se preocupó por ocultar. Estando bocarriba, la posición en la que le gustaba dormir, rodaba por la colcha hasta quedar frente a mí.

—Dime.

—Estaba pensando... ¿cómo te gustaría verte en un futuro?

Ante mi pregunta, se llevaba una mano al mentón y fijaba la vista en el techo. Aunque parecía estar meditando la respuesta, no tardó mucho en contestar.

—Ya lo sabes. Daría lo que fuera por ser un deportista de élite mundialmente famoso.

—Sí, sí, eso lo sé —carraspeé—. Pero yo hablaba de algo más personal. De tu vida privada.

—Eso también lo sabes, tonta. —Su mano se cerraba en un puño, que hundía con delicadeza en mi cabeza y lo frotaba contra mi pelo—. Nos veo siendo una pareja feliz de ancianos, con una casa en el campo y una docena de nietos pidiéndonos que les contemos de nuevo cómo fue que la abuelita Odette se enamoró del sexy yayo. Porque pienso seguir estando igual de bueno cuando cumpla ochenta años.

—¿Eso significa que te gustaría tener hijos?

—Claro, al menos dos, y una mascota. Los imagino corretear por el jardín, escondiéndose dentro de una caseta que lleve el nombre de "Oddy" en su fachada.

Anatomía del chico perfecto [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora