CAPÍTULO 3 | PENETRADAS

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Savannah rozó su vagina con el enorme bulto que crecía en la parte baja del inglés. Ellos querían más. La ropa estorbaba. Maxwell se armó de valor y le acarició el trasero a Savannah. Volvieron a unir sus labios, era un beso desesperado. El chico había soñado muchas veces con ese momento de placer. Maxwell le desabrochó el vestido. Los senos de Savannah quedaron al descubierto. Él los empezó a lamer. Ellos dos estaban encerrados en el deportivo. Agitados. Excitados. Sudados.

UNAS HORAS ANTES

Habían pasado un par de semanas, Savannah seguía rechazando las llamadas y los mensajes de Preston Briggs. No quería saber nada de él, necesitaba mantenerlo lejos de ella, no quería que él buscara la forma de que se volvieran a enredar entre las sábanas, menos ahora, que Savannah le tenía que demostrar lo exitosa que sería. No iba a descansar hasta obtener todo lo que deseaba.

Maxwell Norris era su nuevo objetivo, él tenía mucho dinero. Con Maxwell, ella se podría vengar de Preston, de las humillaciones que le hizo solo por mendigar un poco de su cariño. Maxwell sí estaba enamorado de ella, lo que le haría la tarea más fácil en su plan de conquista. Savannah lo controlaría, Maxwell haría lo que ella le pidiese, hasta quitarle el último dólar de su fortuna y ahí abandonarlo para siempre, porque aunque le tenía aprecio, la rubia ya no quería ser víctima del amor. Ningún hombre la volvería hacer sentir vulnerable, la Savannah enamorada ya no existía. Ella le demostraría el futuro prometedor que tendría al perdedor de Preston. Fue un juramento.

Savannah se terminó de colocar un poco de brillo labial y le sonrió al espejo. Se había puesto un hermoso vestido de terciopelo, perfecto para la ocasión, ya que en Redwood Hikes festejarían el Día de los Fundadores en la plaza central, celebración que conmemoraba a las tres familias más antiguas que establecieron al pueblo. Su melena rubia la llevaba en ondas hasta la cintura, tenía un maquillaje a juego con su vestido y se puso un delicado collar que le había regalado Maxwell.

El inglés le había enviado un mensaje, ya la estaba esperando afuera en su lujoso deportivo. Ella se despidió de su abuelita. Le dio un beso en la mejilla a Maxwell en forma de saludo. Maxwell le abrió la puerta del deportivo y Savannah se adentró. El olor a nuevo le inundó las fosas nasales, pronto tendría un deportivo de esos, estaba completamente segura. Maxwell le sonrió de medio lado y se fueron a cenar a un costoso restaurante. Una plática amena. Savannah le coqueteó con discreción. Maxwell le dio a probar de su postre. Ambos contemplaron el pueblo desde el balcón del restaurante. La rubia le agradeció por la cena, lo abrazó y puso los ojos en blanco en secreto.

Savannah movió sus caderas cuando iba saliendo del restaurante, sabía que la miradas de todos los hombres en ese lugar estaban sobre ella. No pasó desapercibida en ningún momento. Poseía una fuerza embriagadora que hacía que la volteasen a ver y la desearan desde lo más profundo.

Estando dentro del deportivo, Maxwell buscó algo en un compartimento del carro. Era una cajita de terciopelo rojo. Él la abrió frente a ella. Savannah gritó de la emoción, el chico le compró toda la colección de anillos de una famosa diseñadora neoyorquina. Ella le dio besos por el rostro y le dio el privilegio a él para que le probara los anillos. Eran toda una obra de arte. Sin pensarlo, ella se movió con rapidez y unió sus labios con los de Maxwell. Era el momento de poner a prueba su plan de conquista. Savannah le acarició la mejilla. Maxwell le correspondió el beso. Savannah se subió encima del atleta en el asiento del piloto. Maxwell la tomó de la cintura y continuó el beso.

          —Eres mi príncipe azul —gimió Savannah en sus labios—. Estos días he estado pensando en ti, quiero darte una oportunidad, deseo ser la mujer más feliz de todas a tu lado, mi lindo inglés.

          —No te imaginas cuanto deseaba escuchar esas palabras salir de tu boca —el chico sonrió y le acarició el mentón—. Sí, prometo que vas a ser muy feliz a mi lado, princesa, daré todo de mí.

HAGAMOS TRAVESURAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora