El día ha llegado. Ya es viernes.
No sé si alegrarme o encerrarme en mi cuarto y no volver a pisar la calle en lo que queda de año.
Es que, estamos hablando de ver a Bruno. De verlo cara a cara, a solas, en un parque, por la tarde.
Si me llegan a decir que esto pasaría el día que le escribí la primera nota, me hubiera reído como nunca.
¿En qué cabeza cabe que Bruno, el más pasota de los pasotas, me quiera ver? Suena al típico chiste que cuenta tu tío en la cena de Navidad.
Suelto un suspiro antes de mirarme por última vez en el espejo del baño. No me he arreglado como si fuera a los Grammys, pero tampoco me he dejado puesto el pijama.
Un jersey gris, unos jeans rotos y unas deportivas blancas. Es lo único que necesito.
Vuelvo a mi cuarto para coger mi móvil y salgo de una vez por todas de casa, diciéndole a mi hermano que volveré en unas horas.
Al vivir cerca de la rambla, no tardo más de cinco minutos en llegar. Voy directa al parque, donde hay muchos niños y padres. Le echo un vistazo a la fuente, que de momento está apagada. Veo la hora en el móvil y me doy cuenta de que me he emocionado demasiado; aún faltan diez minutos para la hora que acordamos.
Me siento en uno de lo bancos vacíos que hay, desde donde puedo ver perfectamente la fuente. Miro a todos lados, buscando una cara conocida, pero de momento no veo nada. Me pongo a ver el móvil para distraerme y relajar mis nervios.
Pero, de repente, una mano aparece en mi campo de visión. Levanto la vista y me encuentro a alguien muy familiar tendiéndome una barrita Milka de Oreo.
—¿He acertado con el regalo?
Su sonrisa divertida hace que inmediatamente me tranquilice.