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Le devuelvo la sonrisa antes de coger la barrita de chocolate y ponerme de pie.

—Hombre, regalarme chocolate es lo más acertado. Pero no tenías por qué.

—¿Qué es una cita sin un regalo? —se mete las manos en los bolsillos de su cazadora.

—¿U-una cita? —le pregunto, un poco aturdida.

—¿Te parece si vamos a dar un paseo por la rambla, antes de que enciendan la fuente? —ignora mi pregunta y sigue andando.

—Solo si respondes a mi pregunta —me paro y lo miro, cruzándome de brazos.

—Qué —me mira de la misma forma.

—¿De dónde has sacado eso de «una cita»? Que yo sepa, solo he acordado quedar contigo y ya.

—Bueno, quedar y tener una cita viene siendo lo mismo —se encoge de hombros.

No, no es lo mismo. Estaríamos teniendo una cita si yo le gustara. Y, que yo sepa, él solo tenía curiosidad por saber quién era yo y verme en persona.

¿No será lo que yo estoy pensando que es, no...?

—Pero eso da igual. Lo importante es que he descubierto quién era «Zapatilla» y esta es mi recompensa —empieza a andar de nuevo.

—¿Recompensa? —alzo una ceja—. Si quieres, podemos ir a un bazar y te compro un trofeo de juguete.

—Por favor. Lo necesito —se gira a verme, divertido.

***

Habíamos estado paseando por la rambla durante un buen rato. Juro que no podía parar de reírme. Bruno es demasiado gracioso.

Lo había escuchado decir tonterías en clase, pero lo de hoy es diferente. Muy diferente. En vez de pensar que es bobo, pienso que es un chico que vale la pena conocer.

Sí, vale la pena hacerlo.

—¿Volvemos a la fuente? —me pregunta mientras guarda el pequeño trofeo de plástico que le acabo de comprar.

—Claro.

Sin más, nos dirigimos de vuelta a la fuente. En todo el camino, Bruno no deja de hablar y contar chistes malísimos, haciéndome reír y que la gente nos mire raro.

—No me reído tanto en mi vida —le digo mientras cruzamos la calle y llegamos a la fuente.

—¿En serio?

—Bueno, mentira. Me acuerdo de aquella vez que mi hermano llegó borracho a casa y empezó a bailarle a... —sigo contándole la historia de mi hermano mientras tengo la vista fija en la fuente.

Se me hace raro que no haya dicho nada ni se haya reído, así que giro la cabeza y lo miro. Lo que no esperaba era que me estuviera viendo fijamente, con una pequeña sonrisa en la cara y sin decir nada.

—¿Estás ahí? —le digo divertida, pasando una mano por delante de sus ojos.

Él pestañea, como si hace nada se hubiera ido a otro mundo.

—Sí, perdón, ¿qué decías? —dice torpemente.

¿Qué le pasa?

—Nada, que si sabes cuándo van a encender la fuen... —el sonido del agua saliendo disparada me interrumpe.

—Sep, ahora —Bruno se ríe y mira hacia la fuente.

Hago lo mismo que él y veo el agua de la fuente chorrear y cambiar de color en pocos segundos. Sin duda, las luces de colores le dan un toque mágico al agua.

Es muy bonito.

—Oye...¿te acuerdas de lo que te pregunté aquella vez?

—¿El qué? —lo miro, sin entender.

—Lo que te pregunté antes de empezar a buscarte por el insti... —se mete las manos en los bolsillos de la cazadora.

Me quedo callada, aún mirándolo. No tengo ni idea de lo que me está hablando.

—Lo de...abrazarte —aparta sus ojos de la fuente y los pone en mí.

«Si descubro quién eres y quedamos...¿me dejarás abrazarte?» Las palabras de la nota resuenan en mi mente, haciendo que mi corazón empiece a acelerarse.

Giro la cabeza y vuelvo a mirar la fuente, intentando mantener la calma.

—Quizás...la próxima vez que quedemos.

—¿En serio? —por su tono de voz, parece un poco emocionado.

Como respuesta, me encojo de hombros y sigo mirando la fuente de colores. Pero por dentro me estoy muriendo por que llegue esa próxima vez.

FIN

Tkm, ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora